El tiempo, al fin de cuentas, es cosa de relojeros. O de matemáticos y físicos, si quieren más precisión. Pero otra vez, estamos frente al mismo problema. Hay momentos en los que el tiempo no es preciso, es algo más que la constante sucesión de segundos. Cuando hace un mes el vuelo AF 447 de Air France desapareció misteriosamente de los radares, la gran maquinaria mediática de producir información -sin mucho sentido- comenzó a funcionar, nuevamente, a su máxima potencia. El Airbus 330 que unía Brasil con Francia se transformó durante unos días en el gran tema de agenda. La caída de un avión es noticia por si sola, pero si a eso le sumamos que la nave no aparecía y que los especialistas no acordaban sobre la causa del accidente, el combo era perfecto. (Ejemplos: Notiexpress, Página 12, El Mundo, Perfil, ABC, etc.) Sin embargo, rápidamente la imposibilidad de filmar lo que no existe –es decir ese avión que no aparece- comenzó a complejizar la cobertura que los medios daban al tema. Sobre todo a la TV, que tuvo que recurrir a la tecnología para, con simulaciones, ocupar minutos de aire y explicar las diversas hipótesis. Periodismo especulativo, que le dicen. Inclusive, tras el furor de los primeros días, y ante la ausencia de novedades, los medios tuvieron que empezar a reciclar la poca información que había surgido hasta el momento. Así; los diarios, los sitios, las radios y los canales comenzaron a hablar de las alertas que el avión había emitido antes del accidente. Seis en cuatro minutos –uno de los primeros datos que se conoció-. Algunos medios, que no tiene sentido delatar abiertamente, titularon, palabras más o menos, “Sólo cuatro minutos duró la tragedia del Airbus”, dando a entender que se trató de un rápido desenlace. Para muchos que leímos la noticia y que nos sentamos imaginariamente en las vibrantes butacas de ese Airbus 330, esos cuatro minutos nos parecieron una eternidad. Todo tiene un porque Entonces la pregunta: ¿Por qué para unos cuatro minutos es mucho y para otros es muy poco? El problema es que no hay un tiempo. Hay varios. Como decíamos al principio, se pueden separar en: tiempo objetivo, o de precisión –el de los relojes-, y tiempo subjetivo, el que cada uno percibe, y ahí hay miles de millones de usos horarios. Lo biológico y lo psicológico es lo que regula nuestra percepción del tiempo. Por eso las mujeres y los varones no lo perciben igual. Hay diferencias también según las edades y sobre los hechos que pasaron y los que van a pasar. Del mismo modo, los estados de ánimo cambian nuestra percepción. Cuando estamos contentos las horas se nos escapan. Como decía Virgilio: “de los tiempos, el que más corre es el alegre”. En cambio, cuando queremos que algo suceda cuanto antes, creemos que alguien se burla de nosotros y detiene a las agujas del reloj. Por eso, el tiempo pasa tan rápido cuando estamos ocupados y no pensamos en los relojes objetivos. Cuando disfrutamos un recital, tenemos una cita romántica que está funcionando, o pasamos un buen momento entre amigos. En cambio, al esperar el tren, o a una novia, o cuando nos están peloteando y queremos que el árbitro termine el partido; al concentrarnos en el paso de los segundos el tiempo nos parece, simplemente, eterno. Del mismo modo, cuando nos aburrimos, todo pasa muy lento. Un pequeño ejercicio incompleto Volvamos a las temblorosas butacas de ese Airbus 330. El 1 de junio de 2009, a 35 mil metros de altura sobre la fatídica isla de Fernando de Noronha. Sin dudas, para los pasajeros del vuelo AF 447 esos fueron cuatro largos minutos. Es imposible saber qué fue lo que pasó por sus cabezas en ese momento –imposible porque son muchos y porque no estuvimos ahí, en sus mentes-. Sin embargo, si lo imaginamos no vamos a estar muy lejos de lo que pudo haber sucedido. Tuvieron una rápida retrospectiva de su existencia, se concentraron en algún detalle añorado, o el terror los paralizó y no los dejó pensar en otra cosa más que en su propio réquiem. Para ser más exactos, hagamos un ejercicio subjetivo e incompleto ¿Linda paradoja, no? En vez de hipotetizar sobre lo que pudo haber pasado, repasemos qué cosas pueden pasar en cuatro minutos, para mostrar así cuán largos pueden ser 240 segundos. Pensemos en el deporte. Por ejemplo, en los “cuatro minutos mágicos” con los que Barcelona ganó la Champions League en 2006. En que un auto de Fórmula Uno da en promedio tres vueltas a un circuito –un total aproximado de 15 kilómetros- en menos de cuatro minutos. O en los grandes del Atletismo: el jamaiquino Usain Bolt que corre 100 metros en menos de 10 segundos –por lo que podría correr 2,4 kilómetros en 240 segundos-. Es cierto que su rendimiento bajará por la larga distancia, entonces el marroquí Hicham El Guerrouj o la china Qu Junxia, que tienen récords de menos de cuatros minutos para hacer 1500 metros, lo superarán fácilmente. Pero hay más. El cine por ejemplo. Si bien cuatro minutos son muy poco pensados objetivamente, en comparación con una hora, un día o un año; en lo audiovisual son mucho. Es tiempo suficiente para aburrir o para contar historias con cierta profundidad. Hablamos claro de cortometrajes, como por ejemplo: “Tobías” –documental sobre los burros fariñeiros, en la frontera entre España y Portugal-, “La galleta”–un corto uruguayo que invita a la risa-, o “Subir y bajar” –una típica y cruda historia de maltrato-, entre muchos otros más. Hay ejemplos también en nuestra vida cotidiana ¿Cuántas personas desayunan y se visten para ir al trabajo en cuatro minutos? ¿Cuántas veces almorzamos en cuatro minutos? ¿O pretendemos informarnos de lo que pasó en un día? El tiempo, debemos concluir, es muy personal y está siempre determinado por su contexto. Quizás esto se olvidó en algunas redacciones, donde no tuvieron cuatro minutos para pensar. En cuatro minutos, como vimos, se pueden hacer muchas cosas. Incluso, si tuvo paciencia y voluntad, terminar de leer esta nota. Pensemos en el deporte. Por ejemplo, en los “cuatro minutos mágicos” con los que Barcelona ganó la Champions League en 2006. En que un auto de Fórmula Uno da en promedio tres vueltas a un circuito –un total aproximado de 15 kilómetros- en menos de cuatro minutos. O en los grandes del Atletismo: el jamaiquino Usain Bolt que corre 100 metros en menos de 10 segundos –por lo que podría correr 2,4 kilómetros en 240 segundos-. Es cierto que su rendimiento bajará por la larga distancia, entonces el marroquí Hicham El Guerrouj o la china Qu Junxia, que tienen récords de menos de cuatros minutos para hacer 1500 metros, lo superarán fácilmente. Pero hay más. El cine por ejemplo. Si bien cuatro minutos son muy poco pensados objetivamente, en comparación con una hora, un día o un año; en lo audiovisual son mucho. Es tiempo suficiente para aburrir o para contar historias con cierta profundidad. Hablamos claro de cortometrajes, como por ejemplo: “Tobías” –documental sobre los burros fariñeiros, en la frontera entre España y Portugal-, “La galleta”–un corto uruguayo que invita a la risa-, o “Subir y bajar” –una típica y cruda historia de maltrato-, entre muchos otros más. Hay ejemplos también en nuestra vida cotidiana ¿Cuántas personas desayunan y se visten para ir al trabajo en cuatro minutos? ¿Cuántas veces almorzamos en cuatro minutos? ¿O pretendemos informarnos de lo que pasó en un día? El tiempo, debemos concluir, es muy personal y está siempre determinado por su contexto. Quizás esto se olvidó en algunas redacciones, donde no tuvieron cuatro minutos para pensar. En cuatro minutos, como vimos, se pueden hacer muchas cosas. Incluso, si tuvo paciencia y voluntad, terminar de leer esta nota.