James Cameron, quien una vez se autoproclamó como el “rey del mundo” al ganar el Oscar a mejor director por su cinta Titanic, lo ha vuelto a hacer. En 1997, el director norteamericano logró contrariar todos los pronósticos, que colocaban a Titanic como un fiasco artístico y económico colosal, al hacer, nada más y nada menos que la película más taquillera de todos los tiempos. Luego de un hiato de doce años, en el que se dedicó a desarrollar nuevas tecnologías para su próximo proyecto, nos entregó Avatar. Y la historia se repite. A poco menos de un mes de su estreno mundial, Avatar es la segunda película más taquillera de todos los tiempos. Al igual que su predecesora, su atractivo principal no ha residido necesariamente en la originalidad de su premisa, sino en su total dominio narrativo y en los adelantes técnicos que supone. Sin embargo, más allá de ser un fenómeno de la cultural popular, la cinta ha desatado una interesante discusión sobre el discurso que impulsa su aparentemente inofensiva narrativa. Calificativos tan dispares como anti-imperialista, racista y “ecofriendly” han sido usados por muchos críticos para defender o cuestionar los intereses discursivos de la misma. Inclusive, muchos detractores de Avatar han reducido la cinta a la fábula del Mesías blanco. Aunque en un principio el consenso general fue que el punto más débil de la cinta es su guión, es este precisamente el foco de atención entre columnistas especializados. Es evidente, hasta para el espectador menos sagaz, que Avatar busca, entre otras cosas, ser una crítica a las invasiones militares norteamericanas. La cinta presenta bajo una luz nada favorable al ejército estadounidense, quienes en un futuro lejano, invaden el planeta de Pandora para obtener un mineral muy escaso, necesario y extremadamente costoso en la Tierra. La mención de la ficticia “invasión a Venezuela”, alegorías visuales al agente naranja utilizado en Vietnam, y líneas como “fight terror with terror”, aludiendo a la administración Bush, no son nada sutiles y representan ataques abiertos a las políticas bélicas estadounidenses.
Ahora bien, es a partir de aquí que surgen los cuestionamientos de ambos flancos. Por un lado, ¿si se pretende criticar a la cultura bélica occidental, por qué enmarcar la historia dentro de la fábula del Mesías blanco? Al igual que Dances with Wolves, The Last Samurai, Pocahontas y Ferngully, por mencionar unas pocas, Avatar concede que a pesar de la superioridad espiritual y sociológica de los indígenas (Na´vis, en este caso), para estos triunfar necesitan ceder la posición de líder al hombre blanco que ha acogido su estilo de vida como propio. David Brooks, columnista del New York Times, escribe en su artículo “The Messiah Complex”: “El tipo blanco se da cuenta de que los pacíficos habitantes son mucho más “cool” que los avariciosos alicates corporativos y los sanguinarios militares norteamericanos con los que llegó al planeta. Se va a vivir con los nativos y, poco tiempo después, es el miembro más impresionante de la tribu.”. Finalmente concluye que “el romanticismo benevolente puede ser igual de condescendiente que el malévolo – aun cuando viene rodeado de junglas y montañas flotantes.” Por otro lado, el columnista del Los Angeles Times, Patrick Goldstein, escribe en su artículo “Avatar: Why do conservatives hate the most popular movie in years?”: “El filme ofrece un mensaje evidentemente pro ambiente; presenta a los contratistas de la milicia norteamericana bajo una luz decididamente negativa, y claramente evoca la vibra de ‘paz y amor’ de la contracultura de los 60.” Acto seguido, el autor cita a muchos de los comentaristas de derecha que han condenado la película por su agenda izquierdista. Es decir, Avatar ha provocado, con su aparente guión simplista y facilón, un debate político con reacciones adversas, tanto de liberales como conservadores. Algunos han comparado su nivel de racismo con Birth of a Nation, mientras que otros se burlan de la cinta llamándola Dances with Smurfs o Avatar Ferngully. Finalmente, vale la pena preguntarse cuanto influyen estos debates en el éxito taquillero de la cinta. Sospecho que muy poco. El éxito de Avatar se debe, entre muchos otros factores, al salto tecnológico que logra y al hecho de que cuenta una historia familiar con energía y excelente dominio del lenguaje cinematográfico popular. Sin embargo, no creo que el subtexto político forme parte de las conversaciones del espectador promedio al salir de ver la cinta, ni sea un factor decisivo a la hora de recomendarla o volverla a ver. Enfocar el análisis en la pertinencia política de Avatar por sobre su impacto en la cultura del entretenimiento “mainstream” es, en buen español, “to miss the point”. El crítico y editor Jim Emerson escribe en su artículo “Avatar? Political? Seriously?”: “La película puede explícitamente mencionar algunas preocupaciones temáticas en su diálogo pero, ¿cuán profundamente incorporados están esos temas en el tejido de la cinta misma? ¿Son las políticas de ‘Avatar’, como expresadas en la película, de mucho interés para el espectador? ¿O son solamente ganchos fácilmente disponibles en los cuales engranar la tecnología del filme? ¿Cuán importante son para experimentar la cinta, y cómo usted las interpreta?”
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Avatar: Why do conservatives hate the most popular movie in years?