El mensaje del gobernador, especialmente la sección sobre la UPR, fue indignante. Nefasto. Y efectivo. Y al decir “efectivo” no quiero decir ni que tiene razón ni que hable con la verdad. De hecho hay varios momentos que ejemplifican muy bien el uso resbaladizo, fragmentado, que suele dársele a la verdad en este tipo de mensaje político, independientemente de los bandos, los colores o la ocasión histórica. Como cuando habló del “porciento fijo” que representa el presupuesto de la Universidad pero olvidó aclarar que la base sobre la cual se calcula ese porcentaje fue alterada, como parte de los contenidos aprobados en la todopoderosa Ley 7. Pero no vengo a hablar de las medias verdades sino de la efectividad del mensaje. Por “efectivo” quiero decir que probablemente logra su cometido. Cometido que, por cierto, no tiene nada que ver con convencerme a mí. Ni a mí ni a los tantos otros que vivimos enamorados y enamoradas del concepto, del espacio, de la idea, de la metáfora, de la institución y del proyecto cultural que es la Universidad de Puerto Rico. No. De hecho, una de las cosas que hace efectiva esa sección del mensaje es justamente eso, que de entrada el gobernador NO nos está hablando. Ha decidido no hacerlo. Nos “tira a pérdida”, no intenta convencernos y convierte ese exilio (no somos parte del acto comunicador sino espectadores del mismo) en parte de la estrategia de comunicación. Y esto no es una movida discursiva particularmente original ni nueva. Es un clásico de los comunicadores políticos conservadores en Estados Unidos. Lakoff y otros linguistas lo llaman “framing”, y se trata de una forma de comunicación política estudiada, probada, y en su desarrollo se ha invertido mucho dinero. Es importante recordar que “framing” tiene el significado literal de enmarcar (lo que les hacemos a las fotos y los cuadros), pero también el más metafórico de incriminar (lo que les hacemos a las personas cuando los hacemos quedar mal o como falsamente culpables.) El “framing” funciona así: cada palabra está atada a un marco conceptual, del cual somos más o menos conscientes. Un ejemplo que provee Lackoff es el de Arnold Schwarzenegger cuando aceptó la gobernación y dijo: “cuando el pueblo gana, la politiquería (politics as usual) pierde.” ¿Qué logra con eso? Logra enmarcarse a sí mismo, el ganador, como el resultado de la elección del pueblo y la encarnación de esa victoria, y a la legislatura demócrata como “politics as usual” y pronta perdedora. Todo esto por adelantado, anticipándose al debate. Otro ejemplo que usa Lackoff: la frase “alivio contributivo” (“tax relief”). Ésta enmarca no tanto al “alivio” como a las contribuciones —si hay “alivio” esto implica que las contribuciones son una “dolencia”, una “enfermedad” de la cual hay que aliviarse. De manera similar, los conservadores en Estados Unidos se han apoderado de cosas como “los valores”, la “vida”, la “familia” y hasta de la “libertad”. ¿Y qué tiene que ver todo esto con el mensaje y con la universidad? Veamos el discurso de Fortuño: “Como hemos dicho en el pasado, estabilizar nuestras finanzas y reconstruir la economía de Puerto Rico es tarea compartida de TODO nuestro pueblo…Es por eso que nuestra gente no entiende por qué, si todos nos hemos tenido que ajustar los pantalones en los pasados años, la Universidad de Puerto Rico no pudo hacer lo mismo.” De entrada, hay un “framing” —una dicotomía entre EL PUEBLO y SU UNIVERSIDAD– colocados de repente, gracias al lenguaje, en bandos opuestos. No se trata de la UNIVERSIDAD DEL PUEBLO, sino de una universidad distante del pueblo y de sus sacrificios. La UPR queda enmarcada desde el arranque como una entidad ajena, elitista, enajenada y engreída. Y así se desarrolla el resto de ese capítulo del mensaje. De una parte, la universidad del estado, representada por seres que en la narrativa de Fortuño se rehúsan a reconocer su privilegio y a “ajustarse los pantalones”. De otra parte, todo el resto del país. Como lo hace aquí, “O sea, que la matrícula que pagan los estudiantes de la UPR cubre apenas el 3 por ciento del presupuesto de la Universidad…el resto lo pagamos NOSOTROS LOS CONTRIBUYENTES. Por eso es que nuestro pueblo —que es un pueblo justo y noble, pero que también es un pueblo de ley y orden que cree en la democracia— se molesta cuando ve y escucha lo que todos hemos presenciado en la Universidad en los pasados días.” Pone de una parte a los contribuyentes (a.k.a. “el pueblo”, y justo en abril, cuando todavía nos duele el bolsillo), a la ley y al orden y de la otra parte a los estudiantes huelguistas (y por extensión a la no-ley y al desorden.) Y aprovecha la alianza linguística para lanzar la no-muy-velada amenaza: “El respeto al principio de la autonomía universitaria nos obliga a ser prudentes y no intervenir hasta que nos lo requieran las autoridades universitarias. Pero a las autoridades universitarias les digo: estamos aquí, listos y dispuestos para brindarles la ayuda que ustedes estimen necesaria, cuando ustedes así lo determinen, para proteger los derechos de TODOS los estudiantes.…etc etc.” Aquí hay varios “marcos” adicionales, actores de carácter en el drama linguístico entre el “ellos” de los universitarios y el “nosotros” del pueblo trabajador y desempleado: desde afuera, las autoridades gubernamentales, la “ley y orden” que se ha declarado ausente, esperan la invitación de las autoridades universitarias, “enmarcadas” como inefectivas. Paternal, pero por supuesto en el rol de “padre severo” que tanto les gusta a los conservadores de este corte, le dice a la universidad lo que tiene que hacer -y espera. Espera para aplicar la “cero tolerancia”, la “mano dura”, la “ley y el orden”. Tan flexible es el lenguaje y tan efectivo el “framing” que algún ciudadano podría olvidar, de momento, lo absurdo de un escenario donde los “malos” son los estudiantes que han dicho CON LA UNIVERSIDAD NO SE METAN, y los “buenos” son el Gobernador, la Legislatura, la Policía, la Fuerza de Choque, las universidades privadas, los estudiantes que no quieren paro, los que no saben si quieren paro o no, los ciudadanos que trabajan y pagan impuestos, los que no pagan impuestos porque ya no trabajan, porque los botaron, la Ley 7 que los botó, la administración universitaria… El desafío es claro. Hay que recordarle al País que la UPR es el sistema universitario del País, del pueblo. Que su costo real por crédito es mayor que el de las privadas no porque sea más “ineficiente” sino porque se trata de un proyecto cultural que va más allá de (y que enriquece) las aulas. Que sus tasas de graduación son las mejores del país. Que produce la mayor parte del conocimiento científico y humanístico del País. Que su destino y el de Puerto Rico están atados uno al otro con lazos de fuerza, de antiguedad y de una lógica racional y emocional que tal vez al Gobe se le escape pero que no deja por ello de existir. Que la Universidad nos permite imaginar y construir futuros. Que romper a la Universidad es en cierto modo romper el espíritu colectivo, el ethos, la cosa, el no sé qué. ¿Que se equivocan (nos equivocamos) a veces los que la habitan? Pues claro que sí. Pero la UNIVERSIDAD es mucho más que las partes que la componemos, y (¡tan distinta del mercado! ¡y de la ley!) nos perdona. Es otra cosa. Es nuestra. Y esa cosa, esa cosa que es el país, nuestro gobernador y su bandera no la entienden. Busquemos de nuevo el lenguaje, expliquémosla otra vez. Algunos ya han empezado. Yo me voy a dormir y a buscar las palabras. Para ver la entrada original, por favor vaya a: http://rimabrusi.com/ *La autora es profesora en la UPR-Mayagüez.