Ya comenzó a trabajar la gallina; fue ayer y mira que sí trabajó. Apenas faltaban 15 minutos para que diera inicio la presentación de la obra “Cuando las gallinas mean”, en el primer piso de la Biblioteca José M. Lázaro de la UPR en Río Piedras, y aún su creador, Miguel Luciano, no aparecía. Cuando faltaban diez minutos, la gente ya empezaba a llenar los espacios frente a la máquina. ¡La pobre gallina no sabía lo que le esperaba! Curiosos de todas las edades -desde niños y estudiantes hasta adultos y ancianos- esperaban con ansias o quizás curiosidad el tan añorado inicio de la obra. Unos hablaban entre ellos mientras otros ponían cara de molestia por la dificultad de transitar a través del recibidor de la biblioteca. Faltando cinco minutos decidí tomar un poco de aire (quizás yo también estaba ansioso). Esta vez bajo el sol, un poco ardiente por cierto, escuché una breve conversación que me pareció de lo más interesante. -“¿Es esa la máquina de la gallina?”, cuestionó una dama a su acompañante. -“Acho sí, eso está más feo… pero a los nenes les gustó… será porque se ve folklórico”, respondió el caballero mientras encendía un cigarrillo. En ese momento me di cuenta que ver las reacciones de los presentes sería interesante y volví a entrar. Ya había llegado el artista y enseguida comenzó la presentación. No tan sólo lo verbal sino incluso lo no verbal me impresionó: rostros de asombro, ingenuidad o inocencia en jóvenes universitarios usualmente sumergidos en libros y cálculos. -“Me recuerda cuando yo era niña”, gritó una chica, olvidando que el silencio es uno de los requisitos de las bibliotecas. Aunque el silencio no existió, al menos hasta que se agotaron los huevos. Cosa que yo no podía permitir sin antes ser parte de la experiencia, así que fui en busca de uno. Me asombré pues la gallina sí meaba y para colmo también cacareaba. -“Me recuerda más una guinea que una gallina”, comenté a una colega mientras me hacía parte del juego. Para mi sorpresa no volví a ser niño ni respiré el aire de las montañas criollas donde me crié. Para mi decepción seguí siendo hombre y la inocencia no la encontré. Una vez completa la dinámica con la gallina me fui a trabajar, aunque ya tenía 20 minutos de retraso. Divisé a Miguel, (luego de cubrir su estadía en la Isla sentí como si nos conociéramos de años); fui hacia él. Esta vez el artista vestía más casual: pantalón corto y tenis blancos como los que se usan para correr. Estaba alegre, sonreía… parecía un niño. “No esperaba que se llenará tanto, es la primera vez que se venden tantos huevos en un solo día”, comentó Luciano, con un brillo especial en sus ojos. El artista se mostró agradecido con la acogida de su obra y con la participación de los estudiantes que ayudaron a crear las piezas que la tan famosa gallina daba dentro de sus huevos, obras que portaban mensajes de crítica social y reflexiones personales de sus artistas. Media hora después ya casi no nos podíamos acercar a la gallina. La pobrecita ha de haber estado exhausta, víctima de amantes del arte o quizás de consumistas que no saben lo que hacen. Casi eran las cinco y ya había completado mi labor. Decidí partir no sin antes despedirme del artista y, por supuesto, de la gallina. La obra estará en la biblioteca durante un mes. Quizás regrese; tal vez invierta otra moneda. Puede ser que en esa ocasión, cuando no haya tanta gente, cuando mi profesión no esté en medio, cuando sólo estemos la gallina y yo, mi niño interior despierte y haga sentir su voz.