El Licenciado Antonio García Padilla no transitó con facilidad por nuestro ecosistema mediático. Su comunicación no verbal, su sinuoso discurso de vocación hípermoderna y la aparente distancia clasista con relación a sus interlocutores, no resultaban necesariamente simpáticos para muchos y eso se notaba en los relatos periodísticos que daban cuenta de su paso por la Universidad de Puerto Rico. Los imaginarios públicos en torno a él se remontan, por ejemplo, a los cuestionamientos de un estridente periodista radial –farandulero de clóset- en torno a sus preferencias sexuales, justo en la víspera de una posible nominación al Tribunal Supremo de Puerto Rico. Se nutrió, además, de las leyendas en torno a pianos de cola, obras de arte contemporáneo, pavos reales y consumo de vinos costosos en las instalaciones de la Administración Central de la Universidad en el Jardín Botánico, lo que a juicio de muchos denotaba un estilo de vida principesco. Esa es, en términos generales, la representación simbólica que hizo de él una parte importante de nuestro campo periodístico, en demasiadas ocasiones ávido de carroña y rumorología, de filtraciones incompletas y fuera de contexto, con el fin de la producción de contenidos a toda costa. El príncipe “gastaba mucho en tarjetas de crédito” y en pocas ocasiones los medios explicaban que esas movidas económicas iban dirigidas a dinamizar los procesos relacionados con la investigación académica. “Hacía muchas fiestas” en la casa del Presidente en el Jardín Botánico y casi nunca se detallaba que esas actividades eran organizadas para agasajar a los adinerados que donaban miles de dólares al Fondo dotal de la Universidad de Puerto Rico, iniciativa que ha fortalecido significativamente las economía de la entidad. Con el cambio de Gobierno y los preparativos secretos para el abordaje de la Universidad de Puerto Rico (reuniones para trazar planes, identificar candidatos y organizar las vendettas), el “príncipe” se vio en una situación de más vulnerabilidad ante el País y al interior del Sistema, donde los diversos sectores del planeta universitario le pasaron facturas, legítimas o no, para pescar en río revuelto. Animado por un informe de la Junta de Síndicos que “reivindica” su Administración y los informes de gastos rendidos, García Padilla renuncia al poder articulando un relato que podría dar paso a más fábulas: se va porque desde un principio tenía claro no quería estar en el “trono” más de 8 años. Queda la sensación, una vez más, de que la autonomía universitaria es una de nuestras mejores mitologías de los pasados 40 años.
*El autor es Catedrático Asociado en la Escuela de Comunicación de la UPR Río Piedras y periodista.