Anoche se llevó a cabo en la librería La Tertulia de Río Piedras la Premiación del Primer Certamen Universitario de Crítica e Investigación Cultural, organizacido por dirección de la Maestría en Gestión Cultural del Recinto de Río Piedras. Como parte de la actividad se desarrolló un panel sobre la función de la crítica cultural en el que participaron los profesores Nelson Rivera, Melanie Pérez y Mario E. Roche, cuya intervención, que presentamos a continuación, versó en torno a la crítica en la prensa. Una de las reflexiones más sugestivas que he leído con relación a la crítica cultural fue producida por el intelectual francés Georges Steiner. Éste afirmaba que la mejor crítica es aquella que realizan los propios creadores con relación a su campo de producción o sobre el tiempo y el espacio en el que les ha tocado ejercer. A esa vocación autocrítica y reflexiva la denominó como el discurso primario. Mientras, llamó discurso secundario al producido por la crítica periodística o académica. En su libro Presencias reales Steiner sostenía, además, que el discurso primario –el de los artistas- era el más puro, porque y cito: “constituye una apuesta por la trascendencia”, mientras que el secundario –el de los críticos de la prensa y la academia-, en tanto metatexto, “carece de la fuerza de la expresión artística que es su razón de ser”. Una afirmación tan categórica podría, desde el saque, anular la pertinencia de un acto como éste. Más aun si tomamos en cuenta que pensar sobre la crítica en nuestro país podría constituirse en una reflexión sobre el vacío, dado el caso de los pocos espacios existentes en la prensa y en el campo editorial para la publicación y la difusión de las mismas. Esta realidad es penosa ya que la crítica es un reflejo de la historia cultural de una sociedad y denota, valga la redundancia, la capacidad crítica de ésta. Desde la perspectiva de la crítica periodística, que por virtud de mi formación y experiencias me interesa abordar aquí, estamos hablando de un género muy vinculado a la historia del periodismo ya que la prensa, como la conocemos hoy, fue precisamente un producto de la modernidad y el pensamiento ilustrado que alzó vuelo a finales del siglo XVIII en Europa. Durante la Ilustración, las élites intentaron poner en orden el complejo mundo del arte, utilizando para esos fines normas, academias, salones y publicaciones periódicas. Obviamente, podríamos encontrar antecendentes previos, como es el caso de los trabajos de Platón, Aristóteles y Sócrates sobre las comedias y tragedias de su época. Por ejemplo, el Arte poética de Aristóteles es un tratado de estética que marcó la crítica dramática posterior (particularmente la de la literatura dramática). De regreso a la sociedad contemporánea, podemos afirmar que la crítica cultural periodística es un género de opinión (al igual que las columnas o los editoriales) que tiene un triple objetivo: informar, orientar y educar. Informa y registra en términos históricos, la producción cultural, orienta sobre las vertientes estéticas de la oferta y brinda herramientas conceptuales para el entendimiento de la obras. Esa es la crítica que va por el libro… la que se aleja de los juicios de valor carentes de argumentos fundamentados, de los intereses mercantiles y el servilismo, y que va más allá de las simples reseñas sobre los acontecimientos culturales. Es decir, supone un ejercicio interpretativo y, en el mejor de los casos, creativo. Y en estos tiempos de “desorden estético”, como los llama Gerard Vilar, donde no están claras las fronteras entre lo bello y lo feo, el mal y el buen gusto, se entiende que la responsabilidad de la crítica es mayor. Esto, independientemente de que la cultura se ha convertido en otro objeto de consumo en nuestro entorno hipermoderno. Actualmente las decisiones sobre el uso del tiempo libre, las artes y la cultura de los ciudadanos están mediatizadas por las representaciones simbólicas que la prensa la radio o la televisión, por hablar de los medios masivos tradicionales, hacen de la actividad cultural. Estimamos que algo parecido ocurre en el universo de la blogosfera o de las redes sociales emergentes, donde las opiniones fluyen con o sin criterio. A fin de cuentas, la crítica cultural en el ámbito de los medios de comunicación de masas ofrece juicios de valor inmediatos a potenciales espectadores o públicos a propósito de un estreno teatral, de danza o música, de la apertura de una exposición, de la presentación de un libro o de la exhibición de una nueva película, por mencionar algunos ejemplos. En ese sentido el crítico es, como me indicó en una ocasión el periodista cultural del diario El País en Barcelona, Pablo Ley, “un policía de la cultura. Dirige el tráfico: los que les guste ésto, a la derecha, los otros, a la izquierda. Eso implica que aunque puedes estar capacitado para hacer una crítica de alto nivel, terminas hacienda una crítica de corte descriptiva. El crítico ya no es un maestro del gusto, sino un observador del panorama total”. Probablemente, por esa razón, muchos comunicadores y una parte notable del público confunden la crítica con la reseña, que es una nota breve cuyo objetivo primordial es informar, reportar o enterar de lo nuevo. Es decir, que se limita a hacer constar un hecho cultural. Lamentablemente, en la mayoría de nuestros diarios esa es la tendencia mayoritaria. El espacio para la reflexión crítica en la prensa diaria es precario (no así en semanarios y mensuarios) y se aproxima más a la idea expresada previamente: el crítico como un policía, como un “asesor” de los que “invierten” en el ocio cultural. De lo que no hay duda es que tenemos que recuperar más espacios críticos, tanto en los medios de comunicación como en las revistas especializadas o académicas, particularmente sobre aquellas expresiones culturales que se salen de las fronteras del espectáculo y la sociedad de consumo. Hay que reivindicar ese sentido crítico e intelectual no sólo para analizar las creaciones de los artistas profesionales, sino para comprender las expresiones de aquellos que no necesariamente se ubican dentro de la idea tradicional del concepto cultura (aquel que está vinculado a la creación artística o erudita), de quienes producen arte, discursos y prácticas sociales emergentes en nuestros barrios populares o desde la reafirmación de sus identidades. Debemos reclamar una crítica que nos permita considerar, dentro de sus coordenadas de tiempo y espacio, las obras y las expresiones culturales. Pero sobre todo, que entienda su ejercicio como un hecho creativo en sí mismo. Es decir, que la obra se convierta en el objeto de su pasión y análisis.