Un pueblo ebrio de alcohol (etílico) parece ser la razón de los males de este país según el más reciente diagnóstico que emitiera el cirujano general de este cuerpo corrupto y esclerótico que es nuestra sociedad. Es de esas pocas veces que concuerdo con algún diagnóstico emitido por Fortuño. Sin embargo, tengo que diferir —porque por naturaleza la inteligencia difiere de la estupidez y la estulticia— con respecto al grado de ebriedad y a la droga consumida. Podemos estipular que éste es un pueblo ebrio y tiene todos los síntomas de un borracho: ve doble, por eso ve dos gobernadores (Fortuño y Rivera Schatz); se tambalea, típico de quien no sabe a dónde va; se pone chistoso y tonto, por eso la celebración absurda de un logro individual como si fuera una hazaña colectiva; le falta la coordinación, por lo que se vuelve incapaz de ejecutar movimientos o cuando los ejecuta se lleva algo por el medio o termina de bruces en el suelo; tiene tufo, porque anda siempre embarraíto por fraudes y guarda cadáveres en todos los clósets; tiene hipo, por lo que su habla es entrecortada por sonidos guturales que no permiten completar la articulación de las ideas; tiene reflejos lentos o retardados, por eso busca soluciones a destiempo y es incapaz de ser preventivo, y termina siempre recurriendo a gestiones correctivas que no enmiendan nada, como buscando el buchecito de café que remedie la jumeta, y por último, como buen borracho, se lo ha gastado todo libando su licor enajenante. No hay duda; este pueblo está compuesto por gente ebria, pero ebria de estupidez, de falsos orgullos, de divisionismo, de crisis identataria, de indecisión, de discursos demagógicos, de falta de instrucción. Éste es un pueblo borracho de pereza y resignación. Es lamentable; esto no se resuelve por dejar de beber a la medianoche. No se trata de que los carros se nos vuelvan calabazas. Acribillar al mercado en estos tiempos es tan nocivo como fusilar la libertad. Nos encaminamos a tener un pueblo ebrio de desesperanza y desasosiego. Cuánto quisiera yo que esto se tratara solamente de una regulación de dispendio de bebidas; pero no es así. Se trata de un Gobierno mojigato en concubinato con los intereses religiosos y más conservadores que busca la manera de patentar la producción de perennes infantes que no son capaces de invocar sus derechos constitucionales más fundamentales. Regular lo que se vende, cuándo, dónde, a quién, no ha sido suficiente. Tenemos un país hiperegulado y eso no nos convierte en un lugar seguro. Nuevamente, no podemos más que leer en este tipo de propuestas el fracaso del Estado en proveer una nación segura y equilibrada. Hemos cambiado educación por prohibición; nos volvemos cada tanto más victorianos, como bien vaticinó Foucault. El Gobierno sigue prefiriendo implementar un estado de sitio paramilitar antes de asumir un rol activo en la construcción de una sociedad nueva…Yo sólo espero que eso, con todo y borrachera, podamos verlo claro.