Hace tiempo que sabemos que el Estado se arroga para sí el monopolio del uso de la fuerza y la violencia. A ese uso oficial, históricamente se le ha dado el nombre de “ley y orden” y el significante “violencia” queda relegado para nombrar cualquier otro “uso” que no sea el oficial (del Estado). Los incidentes de brutalidad policíaca acaecidos en la Avenida Universidad constituyen parte de la forma que ha venido tomando la imposición de los llamados códigos de orden público desde hace muchos años en Puerto Rico: el caso del Viejo San Juan, el de Cabo Rojo, particularmente en el área de Boquerón, y el de Mayagüez son algunos de los espacios de intervención previos. Este despliegue de fuerza, esta ocupación del pueblo de Río Piedras habría que discutirla en el contexto de esta escena política y criminológica más amplia. Hay “layers” y “layers” de complejidad aquí, pues de un lado ¿cómo impedir que la brutalidad no se haga políticamente transparente en el contexto de la sociedad mediática? Después de todo, la cantidad de teléfonos celulares con cámaras integradas no deja margen para no registrar tanto el nivel de abuso como lo amenazante que puede ser un “te estoy grabando papá…” Este efecto de la sociedad mediática es ya, para bien y para mal, irreversible. Vale la pena considerar también las tensiones “estructurales” entre policías y estudiantes. Del lado de los estudiantes, una denuncia que no deja de ser relevante aunque se exprese al nivel de la consigna más simplificante: “Instrumento de los ricos, policía de Puerto Rico”, pero también el grito de “bruto, bruto” si bien puede remitir a la brutalidad policíaca misma, igual puede agudizar una tensión de procedencias, de posibilidades sociales, de recursos (en la vieja jerga, “de clase”) entre policías y estudiantes cuyo efecto puede paradójicamente ser que, desde la óptica policial, los “privilegiados’ y “ricos” sean los propios estudiantes. Queda también por reflexionar el espacio y la estética de la ciudad. Si los jóvenes universitarios abarrotan las calles con “la bebelata” es porque la posibilidad de un espacio de vida social de otro corte (en el cual la bebida siga estando incluída) sigue siendo un ausente pues lo que impera en Río Piedras es el deterioro y el no lugar. Por último (y sin ánimo de evangelizar…) es evidente que es un oportunismo político despachar la problemática como una vinculada al llamado “problema criminal”. Esto fue brutalidad policíaca y el problema criminal ciertamente es otro.