Ante la pretensión hegemónica del campo discursivo oficialista sobre el asunto del crimen y la criminalidad, he aquí algunos alertas útiles: Es necesario abandonar el imaginario tremendista y cataclísmico con el que se aborda el asunto de la violencia y la criminalidad. Las altas tasas de criminalidad son un fenómeno generalizado en las sociedades modernas y/o complejas por lo que no constituyen anomalía alguna. Una vez hacemos este reconocimiento con toda honestidad intelectual habría que abandonar también la idea de que este problema tiene solución. En todo caso, se trataría de aspirar a reducirlo a un mínimo posible con el cual podamos vivir. Hay que combatir la tendencia de colapsarlo todo con todo. Es necesario comenzar a producir distinciones. Por ejemplo, el crimen, la criminalidad, es un problema complejo y uno muy diferente de las respuestas estatales y de las políticas públicas que se producen para lidiar con este problema, las cuales son complejas también. Tenemos, de un lado, el crimen y la criminalidad y, de otro lado, en un renglón totalmente diferente, las respuestas estatales no habiendo necesariamente correspondencia entre ambas. El crimen, la criminalidad, son la expresión y el efecto de las paradojas y las contradicciones no resueltas de este sistema. Consideremos la paradoja, a mi modo de ver, central: A medida que los Estados contemporáneos se les hace cada vez más difícil proveer aquello que es necesario para el bienestar de la gente: empleo seguro, vivienda segura, atención médica apropiada. Esto es, a medida que los Estados contemporáneos van perdiendo sus capacidades soberanas para atender todo un conjunto de reclamos propiamente sociales, los gobiernos se agarran del problema de la seguridad pública casi como el único espacio disponible de reafirmación de algún grado de soberanía. La crisis social amplia que vivimos propicia todo tipo de crisis personales y colectivas al tiempo que nuevas formas de disenso, de insatisfacción, de no conformidad que pueden ir desde el sujeto que arranca una máquina de ATH para robársela hasta comunidades marginadas que rescatan un terreno el cual entienden que legítimamente les pertenece. Aquí es donde lo criminal se encuentra en pugna de significaciones no solamente porque asistimos a la conversión de problemas sociales y políticos en problemas de carácter legal sino porque aquí es donde se encuentran las tensiones respecto a lo que entendemos debe ser criminalizado o no. La criminalidad en un sentido es criminalización también pues, como es planteado al interior del derecho positivo “no hay delito sin ley penal”, pero hay criminalización ampliada cuando toda una diversidad de asuntos y prácticas (la vida social de los jóvenes universitarios, las problemas de vivienda de las comunidades marginadas, los problemas de disciplina en las escuelas) comienzan a ser objeto de ley penal y de intervención policial. Algunos lectores podrían diferir de estas alertas y proponer otros. Lo central es tomar distancia del entramado de poder en el que se tramita el llamado problema criminal. *La autora es Catedrática del Departamento de Sociología y Antropología en el Recinto de Río Piedras de la UPR.