“A la artífice de estos labios…” ¡No te vayas!, ¡No te vayas! Linda Niña, quédate aquí a mi lado, bésame, bésame y no pares, abrázame con todas tus fuerzas, abrázame y no te vayas. Es lo único que recuerda que le decía en ese sueño tan extraño. ¡Cuánto calor hace en esta habitación! pero, estoy seguro que no es el calor propio de la Guajira, es un calor aun más sofocante, casi no me deja respirar, las sábanas de mi cama están totalmente mojadas, mi frente está llena de sudor, ¡cuánto calor hace en esta habitación!, el ventilador está a la máxima potencia y aun siento mucho calor. La habitación estaba llena de una fragancia rara, pero a la vez bastante conocida, sabía que la reconocía, pero en mi mente no la lograba ubicar. De repente siento que algo me acompaña, de pronto es el hambre que ya hace estragos en mi estomago, pero no, tampoco es eso, sé que no lo es. Me levanté, abrí cuanta ventana encontré a mi paso y tomé un poco de aire. Mis poros ya se han refrescado un poco, pero no es suficiente, aquel calor sigue aun presente, es como si estuviera dentro de mí, pero ya no es tan sofocante como cuando desperté, ahora es más liviano, es más placentero, ¡Ah verdad! ¿Qué sería ese sueño tan extraño? Sé que soñé con ella, pero no sé por qué se iba, o mejor ni siquiera sé porque estaba, sé que le rogaba, eso lo recuerdo, pero hace mucho tiempo no la veo, no sé porque volvería a soñar con ella. De repente me llené de una sensación de incertidumbre. ¿Le habrá pasado algo? ¿Estará en peligro? ¿Acaso me necesitará? No, nada de eso puede ser, ella hace mucho se olvidó de mí, de seguro ahora tendrá a alguien que la cuide, no tanto como yo, pero de seguro la estará cuidando, ¡Cuanta falta me hace!, cuantos recuerdos vienen a mi mente. El calor vuelve a contra-atacar, la fragancia se hace más fuerte, el ambiente algo espectral y ya sentía una ligera calma, no me daba miedo porque sentía que no estaba solo. Debería estar asustado, pero no, siento que esa compañía tiene toda mi confianza, es más, me llena de confianza. De ipso facto voy al baño y me lavo la cara en el lavamanos, me la lavo con las dos manos, con fuerza, como si eso pudiera calmar aquel calor hostigante, como si pudiera borrar de mi subconsciente o ahora más de bien de mi consciente aquel sueño, como si lavándomela con fuerza llegaran a mí todas las respuestas. Levanté el rostro, me miré al espejo y vi que mis labios estaban más rojos que de costumbre, y recordé el sueño, le di una respuesta, algo absurda, pero al fin y al cabo respuesta. Recuerdo que en el sueño nos besábamos, nos besábamos con pasión, sus labios estaban muy colorados, hacían mucho contraste con el resto de su piel, a propósito estaba muy pálida, ella no es así, parecía una fantasma, pero no, era real, ¡Pero qué absurdo! Desde cuándo los sueños son reales, lo sueños son eso: sueños. Seguía pensando solo, y cada segundo volvía a arreciar con más fuerza el calor, su pantalón estaba ensopado en sudor, y por su velludo pecho, apenas bajaba tenuemente una gota de sudor. Decidí tranquilizarme, me levanté y busqué en el baño una toalla limpia para secarme, no la encontré y recordé que todas las había dejado guardadas en el modesto armario, lo abrí y de allí salió una ráfaga de frescura, como un aliento equinoccial que alimenta, como un viento que exhorta. Pensaría que había tanto calor porque el aire estaba metido en este armario, pero es tan absurdo que ya me empiezo a preocupar si es que estoy delirando de hambre y deshidratación. Encontré la toalla, era blanca, y cuando la fui a tomar, la sentí suave, la sentí delicada como la piel de mi amada, de la misma que se había colado en mi sueño, y me había causado tal perturbación, hice un gesto como de compasión conmigo mismo y tomé la toalla, primero me sequé el pecho que era la parte del cuerpo que estaba más sudorosa, después los brazos, la espalda, la entrepierna y arrojé la toalla encima de la cama. Definitivamente sudé como un caballo, esta toalla ya está muy mojada y sucia para secarme la cara, mejor tomó otra. Cogí otra toalla y de nuevo volví a sentir la suavidad que no es propia de las toallas y si, de la espalda de la mujer que tanto me perturbó; me fui a secar el rostro y cuando la toalla pasó por mi nariz, me di cuenta que olía a ella, que era su inquietante fragancia, y de inmediato me di cuenta que toda la habitación olía a ella, mi cama, mi ropa, las paredes, el aire olía a ella, todo era ella. ¿Linda Niña estás aquí?, si, yo sé que estás aquí, puedo sentir tu olor, puedo sentir tu presencia, por eso no tengo miedo, porque sé que eres tú. Linda Niña no te escondas, ven que me haces falta, ¿Te pasa algo?, ¿Necesitas algo? ¿Dime qué quieres? ¿Con qué derecho vienes otra vez y haces todo esto? Dime señorita, por favor déjate ver, sé que estás aquí. El calor renació, ya era mediodía y seguía hablándole buscando alguna respuesta, todo parecía que se moviera, aquella habitación tenía el calor de un desierto, y la aridez de la locura. Quería llorar, pero no podía, ya me quedaba sin agua dentro de mí, ya todo lo había sudado, las paredes estaban húmedas, llenas de góticas de agua que hacían unas horas, o quizás unos minutos eran vapor. Mira mis labios están resecas, mi lengua se traba de tanto insistirte, por favor déjame verte, sé que aun estás aquí, puedo seguir sintiendo tu olor, aunque sé que ya me acostumbre a él, sé también que aun está, que ha perdurado, que cada vez es más penetrante, puedo sentir tu piel hasta en las paredes, y hasta en las ásperas puertas de madera del armario. De pronto el cansancio y el sopor me vencieron, caí en la cama dormido, aun tartamudeando arengas, declaraciones de amor, frases de odio, frases de cariño; ni mi cuerpo, ni mi alma podían más; así que por fin hice silencio, y me deslicé por los laberintos a los que sólo conducen el cansancio y el amor, y me sumergí en uno de los placeres más vigorosos y profundos del ser humano: el dormir. Hacia la medianoche, desperté sobresaltado, había vuelto a soñar con ella, pero ahora ya no tenía calor, de hecho la habitación estaba sumida en un aliento helado, sombrío. ¡Tengo mucho frío!, ¿Linda Niña ya te has ido?, pregunté gritando. Sí, ya te has ido, me respondí, ¿Por qué te fuiste?, ¿Qué querías? De repente empecé a sentir en mis labios un ardor volcánico, un calor mucho más que instintivo; ya no estaban resecos, ni cuarteados, fui rápidamente a tomar agua de la llave del baño, tomé y tomé, y cada vez era mayor el ardor en mis labios. Me resigné. Subí la cabeza, me miré al espejo y vi que mis labios estaban muy rojos, sabían a ella, ya había empezado a bajar el ardor de los labios, quedé paralizado, estaba conmocionado, impávido me miraba al espejo, no recordaba nada de lo que acaba de soñar, y mucho menos de lo que había soñado a la madrugada o ¿la noche anterior?, no sabía, había perdido el ritmo del tiempo, es más, sentía que había perdido la cordura, tal y como la había perdido a ella. Vino a mis sueños, vino a mí, si estoy seguro, estaba conmigo, era real, era su fragancia, era su piel suave y tersa, era toda mi Linda Niña, y mejor aun, vino a darme un beso, un beso cálido como los solía dar ella, ¡sí! eso era lo que quería, darme un beso, el último beso. Bogotá, Julio de 2008 William Acosta Pedraza escritor y poeta colombiano. Para acceder al texto original puede visitar: http://alrededoresweb.com.ar/secciones/labiosrojos.htm