En tiempos de recrudecimiento de las sempiternas crisis económicas, la soga, como bien dice el refrán, corta por lo más fino. Leo en la prensa nacional del 11 de agosto un alarmante reportaje sobre la persecución, por parte de los moradores de la comunidad de Canca la Reina, al norte de la República Dominicana, de un grupo de haitianos indocumentados residentes en el sector. El detonante de la ira comunitaria fue el robo y asesinato de un vecino dominicano días atrás, crimen cometido alegadamente por un nacional del hermano país. Dos días antes había leído un artículo de Abel Guzmán en torno al hostigamiento y amenazas de desalojo de decenas de familias dominicanas en el sector Villas del Sol, en Toa Baja. Las autoridades justifican su accionar, entre otras razones, en la supuesta irregularidad en el uso de esos terrenos y en el hecho de que “un grupo de dominicanos ilegales no tiene derecho a nada”. La verdadera razón detrás de este claro atropello contra los dominicanos y puertorriqueños de escasos recursos es el ultimátum que el gobierno estadounidense dio a las autoridades de la Isla para que justifique el uso, dado a ciento setenta millones de dólares destinados a la reubicación de familias residentes en Villas del Sol. Estos dos reportajes son sumamente aleccionadores. Por un lado, apuntan a la incapacidad gubernamental de paliar con eficacia la crisis y, por otro, subrayan la agudeza de la situación precaria en que viven amplios sectores de la población en República Dominicana y Puerto Rico. En un escenario marcado por una incertidumbre social que tiene su raíz, qué duda cabe, en una asfixiante situación económica lo más sencillo es canalizar esa angustia cotidiana culpando al extraño. La historia moderna de Estados Unidos también está repleta de ejemplos de este tipo de atropellos en contra de la población inmigrante. Al dar un vistazo a la década de 1930 —famosa no sólo por la llamada Gran Depresión económica, sino por lo que ésta supuso para la población mexicana inmigrante de aquel entonces, que se vio de momento perseguida con un saldo de miles de familias deportadas— es notable la semejanza entre ese capítulo siniestro de la historia social norteamericana y el momento actual, cuando se debate la necesidad de muros fronterizos y la intensificación de controles migratorios. Los gobiernos capitalizan de inmediato con la muestra espontánea de fervor patrio en tiempos de crisis. Con ella se desvía la atención del pueblo de lo verdaderamente acuciante, esto es, la onerosa secuela de problemas sociales que ha dejado el fracaso del modelo neoliberal en la región y la falta de creatividad de los tecnócratas para salir del atolladero. El autor es escritor dominicano y profesor en la Universidad de Toronto. Para información sobre el trabajo fotográfico de Ricardo Arduengo visite www.rickyarduengo.com. Para ver la edición de Diálogo en PDF haga click aquí
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Diálogo
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