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Confieso: voy a cometer una infracción contra la propiedad privada. Le voy a pasar el rolo al copyright y tumbarme un status de facebook: ¨Es como un flashback de high school: a todos mis amigos: nos encontramos en Plaza y a ver lo que pasa¨. Observo los eventos que se desenlazan en Puerto Rico ante el inminente paro general desde la distancia. Al menos, la distancia física. Me encuentro en Holanda, país donde a nuestros ojos (los boricuas, que de alguna forma extraña mi cuerpo se fragmenta y se vuelve cyborg globalizado con los pies en Amsterdam y los ojos en Puerto Rico) la libertad es ícono nacional. Holanda el país de la droga, Holanda del sexo… y los gays. Holanda, también, el país de Anna Frank, la voz que quizás más alto pudo hablar (de una forma perversamente necrófila) contra el Holocausto. ¿Curioso no? Me encuentro, yo -boricua que no he hecho más que vivir en Puerto Rico- en Holanda, esto en un momento donde muchos puertorriqueños se sienten oprimidos por censura institucional (el cierre de la universidad), censura física (los multiples incidentes de macanazos en escuelas y centros educativos), censura estatal (el quitarle el ingreso a miles de persona, por tanto su medio de consumir y participar directa-y legalmente-en una economía y sociedad capitalista) y censura emocional (llamando a los disidentes terroristas y citando el Patriot Act tal cuales talibanes con ecos nebulosos a Guantánamo, y esto que ni hablo de los comentarios de Fortuño sobre como estaba el recogido de café disponibles para ¨los puertorriqueños que quieran trabajar¨, de forma que ni sentirse mal o quejarse por quedar desempleado es válido, es cosa de vagos y débiles). Y en medio de todo esto, regresamos a Plaza, el centro de todo. El ¨mall¨ más grande del Caribe. A donde viajan hasta en avión los pobrecitos caribeños de las islas vírgenes para hacer compras ¨de verdad¨. Donde van los jóvenes a janguear, los viejitos a caminar, las jevas a modelar, los jevos a josear. Las madres a resolver todas las necesidades de la familia y escaparse de ellas a la vez. Plaza. Mi Plaza. Tu Plaza. Nuestra Plaza. Plaza que hoy permanecerá cerrada. ¨No puedo creer, los Fonalledas solidarios?¨pregunta otro estatus en el ciberespacio facebookiano. Solidarios…curiosa palabra. Implica la unión, y casi por definición, una unión que surge por empatía a pesar de la diferencia, no porque estemos todos en el mismo bando. La solidaridad es un puente emocional, una forma de subsanar nuestra soledad, melancolía e impotencia ante cosas que se salen de nuestro control. Cosas que últimamente tienden a empezar en letras mayúsculas: Estado, Iglesia, Nación. Pero si la solidaridad es un puente, ¿por qué necesitaría de verjas, de muros….de tormenteras? como las que están poniendo ahora mismo en Plaza. Para qué necesita poner una muralla (a lo frontera con México) quien es solidario. No quiero ponerme cínica y paranoica pero quizás convendría recordar en este preciso momento que Rodríguez Ema, secretario de Estado y quien le arrebatara la cuestionable fama a Mr. ¨Such is life¨ al acusar a los dicidentes de terrorista, fue abogado y asesor financiero de los Fonalledas por mucho tiempo. La gente no es bruta. Y con gente me refiero tanto a los Fonalledas (que sí, son gente también) como los demás. ¨Los demás¨, quienes quieran que sean, esa masa amorfa que se une ante al paro nacional, parece actual en coordinación aunque sin necesariamente estarlo. Nada más vale pensar en las protestas espontáneas en las escuelas a la hora del almuerzo, la protesta improntu frente a la oficina de trabajo estatal al recibir las infames cartas, y sí, hasta el huevo volador…quién dijo que hacían falta los sindicatos. Ante las circunstancias a la gente no le ha dado la real gana de esperar hasta el 15, y eso asusta. Que la gente le dé con amarrarse a bancos, con acampar en medio de la calle, con protestar, con tirar, amenazar incluso… eso asusta. Pero lo más tenebroso es que se hace en lugares comunes. Ya no se trata de la clásica demostración frente al capitolio. De la tradicional marcha a alguna institución gubernamental. La protesta no está localizada, delimitada por el Estado (o el sindicato) a un lugar particular. Hoy nos vamos a Plaza, el centro de todo; lugar donde de alguna forma extraña los puertorriqueños diversos encuentran un lugar común. Un lugar que para muchos por mucho tiempo fue meramente lugar comodificado, sitio de consumismo asociado con pasividad, ¨mamonismo¨ digamos. Más la primera marcha contra la ley 7 fue en la Milla de Oro, y hoy nos vamos a Plaza. El lugar privado se vuelve público. Como si se tratara de uno de nuestros peregrinajes cotidianos, pero de forma diferente, volvemos a los espacios comunes de nuestra vida diaria. Y así el lugar comodificado se vuelve harto incómodo. Desobediente. Desconfigurado, o quizás, hasta reconfigurado. La masa amorfa se vuelve multitud palpable. y FIN. Fuerzas huracanadas, indeed, soplan en el centro de todo.