A pesar de haber dejado a un lado lo que seriamente es un vicio y una pasión en mi carrera, la crítica literaria y el estudio de las ciencias lingüísticas, “me veo obligado” a comentar la reciente decisión emitida por nuestro más alto foro en Yiyi Motors v. ELA, supra, utilizando la misma rúbrica con que se analizan los textos creativos y la oratoria. Me valgo del tiempo, no del recurso, ya que como todos saben, luego de levantar la mano derecha y juramentar como abogado nuestra libertad de expresión es socavada por la deferencia y el respeto a los miembros de la judicatura. Este tema lo he discutido formalmente con el Profesor Figueroa Prieto y según su consejo es mejor hablar ahora o callar para siempre. Sin lugar a dudas, lo que ocurre en estos instantes en el Tribunal Supremo es un reflejo de la inestabilidad que como un ditirambo sacude las fibras sociales puertorriqueñas. No basta con observar la insensible violación a la dignidad del ser humano, que a pesar de ser protegida en nuestra carta de derecho, se ha convertido en no más que un punto donde la ira clasista y chauvinista se desplaza libremente haciendo alarde de los líderes que la practican. No basta con ver el rostro femenino de la pobreza sufrir los embates de una administración gubernamental que no se da cuenta que más del 50% de la fuerza laboral está compuesta de mujeres, muchas de ellas madres solteras. No basta con ver el rostro del Secretario de Estado pronunciar, con el vaho caliente de su aliento atiborrado de excesos, sendos disparates en contra de clase laboral. Luego de semejantes manifestaciones de una crisis social puertorriqueña que quedará plasmada en los libros de historia y que no saldrá nunca de los “análisis” de los politólogos, tenemos que entretenernos (si no hay otra palabra sino el verbo entretener) con las comedias que nuestros jueces del tribunal supremo despliegan para su público. La decisión emitida por el Juez Kolthoff versa sobre los recursos extraordinarios y su interacción con los poderes del Secretario de Hacienda. Sin embargo, el enfoque de este escrito inclina su mirada hacia el magnífico ejemplar de idiosincrasia puertorriqueña que exhiben los jueces Martínez y Pabón por un lado, y por el otro, el juez presidente Hernández Denton y Fiol. El silencio de la Juez Rodríguez es un signo capaz de producir otros textos como este. No es curioso saber que este manifiesto de 130 páginas no podía ser eximido de la acostumbrada pugna entre rojos y azules o azules y rojo, da lo mismo. Siento lástima por los estudiantes que comenzarán sus estudios de derecho, van a acostumbrarse a tener opiniones ridículamente largas que leer para sus clases dentro del frenesí y la histeria acostumbrada del primer año de estudio. Pero, volviendo al plano. Esta decisión que hoy discuto no es más que un triste juego que quedará plasmado en las Decisiones de Puerto Rico con el fin de que las generaciones futuras puedan entender lo que sucede cuando se le da rienda suelta a la libertad de expresión sazonada con un poco de crisis política. En la opinión de conformidad suscrita por el Juez Martínez podemos observar la alta referencia a lo que me atrevo a clasificar como el para-texto y el subtexto de las opiniones pasadas del Juez Presidente. Los cañones apuntan con municiones llenas de acusaciones de activismo, legislación judicial y declaraciones ultra vires que laceran incluso hasta la historia de Puerto Rico. El juez Martínez Torres manifiesta su inconformidad con los ataques del Juez Presidente en los cuales tilda a sus homólogos de no reconocer la labor del TSPR como último y máximo foro judicial del país. Además, cesura la intención de demonizar la curia y caricaturizar grotescamente el foro “incluso en las cercanías del día de Halloween”. Pero lo definitivo e impactante no son estas críticas sino las alusiones al cambio. Según Martínez, “el cambio en visión y filosofía jurídica por el que atraviesa este Tribunal no significa el fin del mundo ni la hecatombe jurídica.” Estas expresiones demuestran que el nuevo tribunal supremo trae una visión a tono con el gobierno de turno. Sin embargo, lo que de veras denota una pugna por quién está capacitado para ser juez se da en el debate literario que exponen los jueces. Martínez cita a Albert Camus para demostrar la desilusión y el desdoblamiento de la figura jurídica. No podemos hacernos de la vista larga, o sea, no reconocer que ya los jueces han tenido discusiones sobre su saber jurídico, su “capacidad”, lo que sacaron en el LSAT y los libros que leen. En esta nota, el Juez Presidente eleva su bibliografía, despegándose de la lectura de George Orwell y pasando a los textos gordos de verdad. Ya no se citan cosas similares a V for Vendetta sino que se pasa a la locura dentro de la cueva de Montesinos. Comúnmente observo con detenimiento los afiches, estatuillas y adornos en las oficinas de muchos abogados en los que se hace alusión, no a Cervantes (quien era un genio) sino a su voz discursiva, Don Quijote. Al parecer los letrados de este país sienten una identificación personalísima con el vetusto caballero. Lo más probable sea que ese sentimiento de desfiguración, locura e incertidumbre que imperan en los años de estudio en las facultades de derecho marcan de por vida a los juristas. Probablemente lo próximo será algunos versos de Pessoa, o quizás la crítica en voto particular de alguna de las doctrinas de Mikhail Bakhtin o tal vez una discusión ardua de los libros de Chomsky que nada tienen que ver con lingüística (como por ejemplo The Fifth Freedom). Humildemente están vaciando los sesos en páginas perdidas. Sigo fielmente el aforismo de uno de mis compañeros “si tienes que fundamentar algo en más de 5 páginas, estás mal, eso es no saber poner un pensamiento concreto en síntesis.” Mientras la Torre de Babel se sacude, el pueblo grita “Fuenteovejuna lo hizo.” El autor es estudiante de Derecho en la Universidad de Puerto Rico.