Parece que la climatología social puertorriqueña ha cambiado dramáticamente en los últimos días. De las ráfagas de vientos huracanados que advertían el arribo de una huelga general, cuya envergadura y consecuencias preocupaba al Gobierno, hemos pasado al aparente tiempo estable de las Navidades y la felicidad por decreto. En la atmósfera mediática comienzan a sentirse climas de opinión que proyectan un agotamiento de la combatividad y un curioso sentido de tedio ante las manifestaciones en oposición a los despidos masivos de empleados públicos. Además, en los mapas de la prensa es perceptible el deseo de un paréntesis de todo lo relacionado con la crisis en aras del calentamiento consumista en los centros comerciales y el ensimismamiento típico de la depresión. Mientras tanto, romper con el acceso rutinario que los políticos y los sectores hegemónicos tienen a los medios de comunicación está resultando cada día más difícil para las organizaciones sindicales y de la sociedad civil. Producir un acontecimiento mediático que recuerde y denuncie la masacre de los despidos y la población excedente parece que produce antipatía o indiferencia, si se tiene en cuenta la cobertura periodística de algunas de las últimas manifestaciones. La toma de la Torre de la Universidad de Puerto Rico en el Recinto de Río Piedras la semana pasada por parte de varios estudiantes encapuchados, a manera de calentamiento para la manifestación que llevarían a cabo al día siguiente contra la Ley 7, y la marcha de los aguerridos jóvenes hacia la Milla de Oro –nombre que habría repensar dadas las circunstancias económicas de la banca- fueron atendidas por algunas empresas periodísticas con desdén y sentido de burla. Noticias, titulares y algunas opiniones del público comentaban la supuesta “flojera” de la actividad, la presencia de “cuatro gatos” o la intervención de universitarios revoltosos –“los mismos de siempre”- que “siempre protestan pero nunca rechazan las becas Pell”. Por otro lado, la sorpresiva manifestación en las “entrañas del monstruo”, Plaza Las Américas, llevada a cabo el sábado pasado, fue reseñada casi con asombro, ya que la misma gozó, según cuentan las mismas notas periodísticas, del apoyo de gran parte de los ciudadanos que circulaban por el local y por los trabajadores de las tiendas. Además, porque la actividad se llevó a cabo con civismo y naturalidad. Los organizadores de la protesta no contaban con los permisos de la gerencia del “centro de todo” para manifestarse, sin embargo, reivindicaron el derecho a la libertad de expresión para mantener viva la oposición a los despidos de trabajadores públicos y la llama de una huelga general que, en estos momentos, parecería muy lejos de nuestras latitudes emocionales. Quizás tiene que ver con la jerarquización de los asuntos públicos que nuestro ecosistema mediático ha hecho en los últimos días. En una época en la que los imaginarios de felicidad y conformismo marcan grandes diferencias a la hora de la pauta publicitaria o el consumo navideño, los medios de prensa asumen en muchas ocasiones un rol legitimador de las dinámicas del mercado. Sucede que el trabajo periodístico se ve influenciado, queriéndolo o no, por unos “carteles invisibles” que “avisan” a los comunicadores de la necesidad de privilegiar contenidos que no antagonicen con las tramas del capitalismo salvaje y el negocio de la información. Por ejemplo, ya veremos en los medios de comunicación el rito de los amanecidos en las puertas de las grandes superficies el “viernes negro” (se llama así porque ese día los comerciantes aspiran a salir de “los números rojos”) en aras de la mejor oferta. Los reporteros preguntarán a los compradores trasnochados por qué lo hacen y luego despedirán la transmisión con una sonrisa condescendiente. Décadas atrás los estudiosos de la opinión pública desarrollaron el concepto de “espiral del silencio” para explicar cómo las representaciones reiteradas de unas opiniones sobre otras llevan a “las minorías” a aceptar las posiciones de “la mayoría” para evitar el aislamiento y el rechazo. A medida que la tendencia dominante se extiende por los medios masivos las voces contestatarias o críticas tienden a guardar silencio. En este caso, ¿cuáles son las voces de la mayoría? ¿Aquellas que entienden que lo peor ya pasó -borrón y cuenta nueva- y que debemos enfocarnos en celebrar en familia? ¿La de los que creen que el desempleo es un destino inevitable en las circunstancias actuales? ¿La de los que abrazan “New age” para repetirse día a día que todo irá mejor sin detenerse a confrontar la realidad? O, por el contrario, ¿es dominante la voz de la decepción y el escepticismo? Los aires que soplan invitan a todo, menos a la protesta. La temporada huracanada de los pasados meses concluyó. Está por verse si el nuevo año traerá una climatología social rearticulada y creativa. El autor es profesor de comunicación y periodismo en la Escuela de Comunicación de la UPR.