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Recientemente iniciamos un trabajo con el penal de Santa Martha Acatitla, ubicado en el oriente de la ciudad de México, en una de las zonas más populosas y de alta marginalidad del país, donde se encuentran recluidas 1,800 mujeres. La arquitectura de Santa Marta, su distribución espacial es un poderoso oximoron. Coinciden las fórmulas del laberinto y del panóptico. Las internas no logran ver nunca más allá de diez metros, hay una puerta, una reja, un retén, una pared que no sólo confina los cuerpos, sino también la mirada. Los guardias observan. Las mujeres están siendo observadas por cámaras en todos los pasillos y espacios del penal. La visión limitada es para ellas, la panóptica para la autoridad. Hace un tiempo que el penal tiene una directora, la Lic. Margarita Malo, que favorece el trabajo de liberación jurídico, educativo, cultural y artístico con las internas. En el Programa Universitario de Estudios del Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México trabajamos mucho con jóvenes y una de ellas, Claudia de Anda, trabaja de forma muy comprometida con las mujeres del penal. Ella me invitó a un proyecto coordinado en el penal por Antonio Cíntora, talentoso educador popular. Un proyecto en particular llamó mi atención. A las mujeres internas de uno de los talleres que involucra lo visual, fotografía, collage, pintura, se les ocurrió que ellas podían pintar un mural. Hacía pocos meses unos jóvenes activistas muy comprometidos habían venido al centro de detención y les habían regalado su arte en la pared… pero a muchas no les gustó. Yo misma ví los motivos pictóricos de los jóvenes. Uno de ellos consistía en un hombre estrangulando un gato; otro representaba una especie de lengua de verdes muy coloridos… Las mujeres querían que las paredes, que oyen y ven, dijeran otras cosas. Se formó entonces un grupo de cuarenta mujeres que hizo una propuesta al comité directivo del penal: queremos pintar nuestros murales, queremos que esas paredes cuenten nuestra historia. ¿Qué se pide cuando se demanda un mural? Crear un mural es un proceso integrador que conlleva una revisión e imaginación del mundo que nos rodea. Los motivos visuales de los murales requieren de negociaciones de diversos tipos. La primera es la articulación de una historia colectiva. Un mural no es un diario (la obra de Frida, su dimensión en oposición de la de Diego muestra la diferencia de la intimidad y la monumentalidad). Un mural no es un texto íntimo; es un relato visual que integra la experiencia de un grupo, que quiere contar lo fundamental de este espacio y ponerlo a la vista. También requiere de una negociación entre ideologías: las de los patrocinadores, las de los artistas y las de la historia local y universal. Pero los murales en la cárcel tienen una otra misión: educar, enseñar, relatar, animar, mostrar, develar, aprender, transformar. El espacio Existen en el penal dos escaleras, dos construcciones en espiral por donde suceden dos cuestiones vitales: por allí bajan los visitantes, familiares, amigos, amantes de las presas y por allí salen cuando las preliberan. A estas escaleras les llaman “Los Caracoles.” Es un espacio marcado por el contacto con el exterior y por la esperanza de salir. El aspecto pedagógico y político de los caracoles ha sido trabajado desde hace aproximadamente diez años desde la frontera sur, a partir del nacimiento de zonas autónomas zapatistas denominadas Los Caracoles. Se trata de zonas territoriales y simbólicas declaradas como autónomas en las cuales gobierna una Junta de Buen Gobierno que da forma y contenido a sus escuelas, sus proyectos de salud y de gobierno en general. Al conocer el proyecto del Caracol de Santa Martha me entusiasmó la idea de participar en esta experiencia de liberación, dado el carácter autónomo, pedagógico y político vinculado a esta propuesta cultural, artística de las mujeres internas. Los relatos Son muchas las causas por las que las mujeres están cumpliendo una condena. Muchas de ellas están confinadas injustamente: si en realidad cometieron un delito, los tiempos de resolución de la sentencia convierten lo que pudiera haber sido un castigo justo en algo injusto; si no lo cometieron es imposible probarlo pues sus derechos se ven violados sistemáticamente. Algunas mujeres llevan cuatro años esperando sentencia. Durante mis visitas a Santa Martha, las internas me contaron porqué estaban allí: muchas de ellas encarceladas por esposos, familiares de sus esposos, amantes alterados, maridos enloquecidos, novios violentos y celosos. Algunas reconocen haber cometido el delito que les imputan; muchas de ellas efectivamente se complicaron la vida por amor, cometiendo porciones menores del delito imputado, muchas veces porque sus maridos o sus amantes o sus novios andaban en problemas. Mi trabajo con las internas se centró en tres nociones: relato visual (historia colectiva de luchas, fortalezas, sufrimientos), frontera (pues relatar es demarcar fronteras que se cruzan) y la noción del espiral (como un relato que asciende y desciende, o un espíritu que habla en mí por mí, pero con mi propia voz…). El primer debate giró en torno al contenido del relato que ascendería y descendería. Hay mucho dolor, angustia y desesperación en el penal y algunas de las mujeres, muchas de ellas madres de niños pequeños, temían que el descenso (literal según ellas) de sus familiares al visitarlas los sumiera en una depresión mayor al contemplar imágenes que aludieran al dolor de sus madres, esposas, hermanas: “No sólo es lo que nosotras veremos desde abajo,” decía un interna, “sino lo que nuestras familias, y amigos verán al descender.” El Caracol constituía un espacio narrativo doble donde las mujeres podían leerse a sí mismas y donde la familia puede integrar algunas claves de su experiencia. Las mujeres calibraban la posibilidad de decir sus verdades, de visibilizar sus experiencias de descenso y ascenso emocional que caracteriza la vida en la cárcel y su relación con la justicia y la ley. Una de ellas, se refirió a lo inconsciente, a lo subliminal, a la posibilidad de aludir y construir algunas claves para encuadrar su voz: “todo depende del símbolo que elijamos para decir todo nuestro dolor aquí adentro y todo lo que pensamos de la justicia.” Una mujer muy hermosa se me acercó en el taller y me dijo: “Marisa ¿cómo represento la justicia en mi espiral? Quiero que esté en mi relato”. Me senté con ella y empezamos a idear un símbolo que atrapara su relato…iba en un coche, un sujeto le estrella el cristal, se suben dos. Los persigue la policía, se arma una balacera, ella está en cuclillas en la parte de atrás. Los policías se llevan a los hombres, no la ven. Ella les grita… y se ríe cuando lo cuenta… ¡¡ehh!! aquí estoy llévenme a declarar… la acusan de asociación delictuosa (eran tres, los dos ladrones y ella) en el robo… de su propio automóvil… Pensamos que en la espiral tendría que haber un cristal roto, como a quien se le rompe la vida, el alma… ella pensó en una balanza, en una imagen que mostrara el peso de la ley, frente a sus cristales… “no, una balanza es demasiado obvio… déjame pensar”, me dijo. “Te encargo a la justicia en pedacitos y sin cabeza…”, le dije. Las dos nos reímos. Otro debate se centró en lo que podríamos llamar la representación de la verdad subjetiva y la tensión de su experiencia en relación a la justicia y la libertad. Discutimos y consensamos que la espiral de las mujeres de Santa Marta debiera aludir, no eludir el dolor, el descenso, la oscuridad, la relación con la promesa de bienestar y justicia de todo ciudadano. Muchas de las voces en el taller coincidieron en afirmar que el cuerpo es lo único que tienen recluido. El segundo consenso con respecto al relato visual que correría en espiral fue el tipo de fronteras que cruzaría. Una de ellas, la frontera entre la libertad y la prisión, era la que iniciaba las posibilidades. Acordamos que un relato era toda narración que visibiliza una frontera y articula su cruce. Una narración sería entonces un trazado de dos territorios: uno del cual se parte y otro al cual se llega. Ocurre en ese cruce un desplazamiento del silencio a la palabra, del cuerpo a la mente, de lo que está arriba a lo que está abajo, de lo que oprime a lo que libera, de una justicia ciega e interesada una justicia que respeta y obliga a cumplir los derechos de todas las personas. Las mujeres recordaron más fronteras y enseguida surgió la frontera norte, el muro que cruzan los mexicanos para acceder al sueño americano. La importancia de la historia mexicana también salió a la luz. Se aquilató la presencia de las Adelitas, del movimiento zapatista (el viejo y el nuevo). Las internas querían saber más de historia de México y en particular la forma en que las mujeres han participado en ella. Una de ellas narró los orígenes del movimiento zapatista y a partir de la plataforma de lucha que este tema le ofrecía, habló de las condiciones injustas y elitistas en el penal. Una mujer nahua, una chica de 22 años, que llevaba cuatro de una condena de 50 años, se acercó a mí y me dijo que ella era una de esas mujeres, que era indígena. En el penal aprendió a leer. “Ahora ya perdí mi acento” —parece que se disculpa—“pero yo no hablaba antes como hablo ahora.” Acordamos plasmar trazos de la historia nacional y universal. Pasamos lista de las mujeres más importantes en la historia de la liberación de México y del mundo. La espiral debiera cruzar otra frontera: la de lo íntimo y lo local hacia lo nacional y lo universal. Aquí empezó a dimensionarse la idea de pueblo, de entendimiento, y de cultura. Lo íntimo traducido por la historia colectiva surgida de las mujeres en el penal y entrelazada con instantáneas de la historia nacional. Uno de los relatos que más las cautivó fue el de Gloria Anzaldúa, escritora chicana, descendiente de migrantes, recientemente fallecida. Una marca importante de relato fue que era prieta, migrante, obrera y lesbiana. ¿Debiera aludir la espiral a las preferencias sexuales? ¿Cómo grabar, registrar el deseo por otras mujeres? Y ¿qué hacemos con los hombres? Decía una de ellas. Las mujeres en espiral de Santa Marta tienen muchas narraciones que entretejer. Las curvas de la espiral y sus líneas de fuga marcan las verdades de su voz y los encuadres de su mirada: ascienden, descienden… Aunque este penal es el paraíso de los reclusorios, declaran que unas tienen privilegios o no según su extracción de clase o su color o su habilidad para negociar. Tienen preferencias sexuales distintas, cuerpos recluidos y espíritus con mucha luz. Los Caracoles de Santa Martha se apropian de un espacio denso, pleno de injusticias, de relaciones inequitativas de poder y lo transforman en un espacio de negociación de voces, historias, memorias y experiencias hegemónicas y marginales. Los relatos visuales del Caracol se construyen desde abajo y logran la transformación de un espacio desterritorializado, sitiado, en un espacio situado en la memoria, que hable desde la voz y la mirada de las internas, las complejidades de la vida en reclusión y del papel de la justicia. No cabe duda que los espacios de educación, de arte, de cultura, de los Caracoles constituyen alternativas pedagógicas que transitan del sitio a las historias situadas, que buscan la articulación colectiva e individual de las voces en diversidad y del dolor profundo de la vida en privación o en reclusión. Inauguramos el Caracol de Santa Martha el 25 de septiembre del 2009. Hoy cuando las mujeres miran hacia la espiral, además de esperar la visita, muchas veces no concretada (a las mujeres en prisión se las visita mucho menos que a los hombres recluidos) miran su obra, en espiral ascendente y descendente, su manera de representar tanto dolor y tanta injusticia con tanto color. __________________________ La autora es directora del Programa Universitario de Estudios del Género en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Para ver la edición de Diálogo en PDF haga click aquí