Pan y circo. Así podría catalogarse la nueva medida de tarifa fija de luz y agua para los residenciales públicos que ha prometido el gobernador Luis Fortuño. Una medida a toda vista populista y que busca de alguna manera contentar a la población que habita en los residenciales, tratando de opacar el descontento que dejó la política de los despidos y que posiblemente fue decidida con la misma falta de estudios que pudiera predecir otros efectos colaterales como el consumo desmedido de energía eléctrica y una exageración de las emanaciones dañinas para el medio ambiente, por ejemplo. Pero más allá de la medida en sí, que ya podría prestarse para diversos análisis sobre las políticas que buscan ganarse el favor del grueso de la población y de los verdaderos aportes económicos de la misma, puestos en una balanza junto a sus contras financieros, ambientales y culturales; me voy a centrar en la rueda de prensa que dio el Gobernador en el residencial Manuel A. Pérez, en la que dio a conocer este anuncio. Fortuño estuvo durante la rueda de prensa sentado entre los habitantes del residencial, en una actitud bastante amistosa y fraternal, si se quiere, especialmente con una señora con la que mantuvo un trato bastante especial. Un contraste diametralmente opuesto si pensamos en las apariciones del Gobernador en asuntos relacionados con las decisiones de la Junta de Reestructuración y Estabilización Financiera (JREF) o cuando notificó los despidos. Si recordamos que el pasado 4 de noviembre, a un año de haber sido elegido, las encuestas mostraban una estrepitosa caída en la popularidad del Gobernador y que el número de cesanteados aún continúa creciendo, no es ilógica esta jugada en la que la imagen que proyecta Luis Fortuño es la del dirigente que mantiene un contacto con el pueblo, con el necesitado y que ante todas las cosas, es simpático y fraterno con su pueblo. La estrategia ha sido usada y más que ensayada en el pasado. Siempre ha funcionado. Líderes que besan bebés en los brazos de sus madres, gobernantes que se abrazan con ancianas que fervorosamente lo estrechan con cándida mirada, regentes que se rodean de los residentes de zonas menos favorecidas para anunciar medidas populistas. Imágenes como estas se han repetido a lo largo de la historia y del globo terráqueo, siempre con el mismo fin: aumentar la popularidad del dirigente. Esa es la nueva apuesta del Gobernador y aquellos que se encargan de su imagen y la manera en la que lo ve la población. No sería extraño ver en un futuro cercano pasquines en los que salga emulando todos los imaginarios piadosos y esteticistas del párrafo anterior, mientras intenta borrar de la memoria colectiva la imagen del dirigente solitario en su oficina aislada, que despide a casi veinte mil empleados públicos antes de navidad.