“La ignorancia es más maldita que la misma maldad”. Alguna vez un amigo me dijo esta frase. Desde entonces, y cada vez que prendo el televisor en cualquier canal, aunque principalmente en el de la Legislatura, viene a mí esta oración como un gran chubasco frío. Es como esa agua que molesta cuando uno acaba de salir del “beauty”. Sin embargo, esta vez los seres que -hoy día- se encargan de deshacer y “malhacer” leyes no motivaron que reflexionara sobre aquella ignorancia maldita. Lo provocó un muchacho que balbucea. Que alguna vez tiró puños que levantaron la pasión. Ese que es de Cupey Alto, de hecho, una zona rural entre la ciudad. Es decir, Tito Trinidad, el boxeador, ese que ahora golpea la naturaleza con brutalidad. Cuando leí que el periódico anunciaba la semana pasada, el nocáut al ambiente, sentí que me faltaban las gafitas 3D. Tito Trinidad es como el malo de la película más taquillera de la historia, “Avatar”. Con su aplanadora devasta un bosque. Con su ignorancia no se da cuenta del daño ecológico que lleva a cabo. Si bien es cierto que adquirió 20 cuerdas de terreno, y por precisamente adquirirlas, o sea, comprarlas, es el dueño (soberano), también es cierto que si alrededor de ese espacio hay un río, una quebrada, una charca, un cuerpo de agua, él con su tractor no puede aniquilar lo que le pertenece a la comunidad, a Naranjito, a Puerto Rico. Pero ¡Tito, Tito! es sólo parte de los síntomas de la gran enfermedad. De este cáncer (ignorancia) que gobierna en un país descomprometido -totalmente- con los recursos. Pensemos en la reciente desclasificación del Corredor Ecológico del Noreste como reserva natural, atentando contra la salvaguarda de ese gran territorio verde, de playas, de flora y de fauna. También hablemos del Karso. Ni Tito ni muchos (legisladores) se imaginan lo vital, lo esencial de proteger esta zona para garantizar nuestro futuro: el agua.