De pronto, me encuentro reflexionando sobre mi propia condición humana. En ese sentido, me miro de arriba a bajo. Me toco. Me pienso. Creo que, en efecto, soy una mujer. Tal vez no. No sé si puedo concluir con certeza que soy toda una. Dudo. Pero, ¿cómo se es toda una mujer?¿Cuáles son las partes del todo que completan la totalidad? ¿Tener pecho, vagina son señales de ese todo? ¿Qué es todo? Estas y otras preguntas rápido invadieron mi mente al leer el titular del periódico El Nuevo Día: “Verona ya es toda una mujer”. Esa sentencia totalizadora me la cuestiono, y no. La critico, y no. La rechazo, y no. Porque a fin de cuentas quién soy yo para juzgar a quien apalabra que halló las partes que faltaban para conseguir su totalidad. ¿Y si es feliz afirmando su todo? Si ese todo es un asunto subjetivo. Si ese todo lo es todo para esa totalidad personal. ¿Quién soy yo para poner el todo en duda? Estas líneas quizá confusas, quizá nada dentro de este todo de ideas, no son más que pensamientos que lanzo al aire. Sin sentido. Me es difícil plantearme que ya soy todo en un mundo donde faltan mucho más que mitades. Donde caminamos mancos, tuertos y cojos de nuestro ser. Es complejo y utópico sentenciar que se es todo. La misma característica de cambio que posee la existencia podría limitar la obtención del todo. Es que, incluso, se aspira-muchas veces- a más. En ocasiones, las cosas se tienen y en otras no. Siempre falta algo en la alacena, en la vida. Nunca se tiene el todo. Creo. Pienso de pronto en la expresión popular “la suerte de la fea, la bonita la desea” para darle fuerza pueblerina a mi idea sobre la persistente carencia de algo. En la onda refranera, esta oración masificada evidencia la ausencia de totalidades. No se es bella y suertuda, según la lógica de este dicho. Aunque Verona indica que es toda una mujer, le falta el reconicimiento legal: que le sustituyan el nombre y género en su certificado de nacimiento tras haberse sometido en estos días a una operación de cambio de sexo. Pero ella dice que sigue “siendo la mujer bella detrás de este nombre” de hombre, Orlando Luis Martínez Disdier. Puede ser que a pesar de esta no-totalidad, se sienta toda. ¿Será verdaderamente necesario aspirar a la totalidad? Tal vez sea aburrido ser todo. Entonces, aunque aplaudo su valentía, no sé si felicitar a Verona porque declara su todo, quizá sin pensar en la posibilidad de otros todos que se cuelen y digan: “falta algo”. Lea reportaje en El Nuevo Día sobre el cambio de sexo de Verona pulse aquí.