Corría 1950, cuando un joven atlético y desconocido obtuvo un papel secundario en la película The men. Se preparó exhaustiva y concienzudamente para interpretar al amargado e hiriente veterano de guerra parapléjico, y su actuación, concentrada y perfeccionista, anunciaba ya al gran actor que estaba naciendo. Cincuenta y seis años después, convertido ya en un ícono del cine mundial, aparece, abotagado y obviamente enfermo, representando al viejo Jor-El en la superproducción Superman Returns, una secuela de dos supermanes anteriores que tuvieron muy buena taquilla. En realidad este actor, Marlon Brando, no estaba enfermo cuando se filmó la película; estaba muerto desde hacía dos años, y su presencia en la misma se debe a un excelente trabajo de rescate y edición del material deshecho de las dos producciones anteriores; ¡ah, y en contra de su voluntad, expresa! Brando vivió su vida artística y su vida personal intensamente. Conoció la fama, la gloria y la tragedia. Desde muy joven, fue un activista social y sus sonadas acciones a favor de los derechos civiles de las minorías norteamericanas, sobre todo de las comunidades indígenas, tuvieron efectos indudablemente positivos, aunque a veces nos dejan el sabor de la autopromoción, como cuando no acudió a recoger el Oscar de la Academia en 1972, muy bien otorgado, por cierto, por su soberbia actuación en El Padrino. No inventó el activismo social y político hollywoodense, pero fue uno de sus padres fundadores. Su carrera cinematográfica lo convirtió rápidamente en millonario. Defendió a los desposeídos y al mismo tiempo batalló por ganar más y más dinero. Exigió, y se le dio, un millón de dólares a la semana por su papel del coronel Kurtz en Apocalypse Now. Francis Ford Coppola, director de la cinta, le pidió solamente tres cosas: que leyera el guión y la novela Heart of Darkness (en la que se basa la película), lo que no hizo, obligando así a los guionistas a improvisar sobre la marcha sus diálogos; que bajara de peso, lo que tampoco hizo, teniendo entonces los camarógrafos y editores que dar ese matiz obscuro y desenfocado a sus escenas (lo que salió bien a la larga) para ocultar su enorme barriga y sus carnes fláccidas; y que grabara una pequeña escena extra en la que debía repetir dos veces “el horror”, “el horror”, a lo que accedió, siempre y cuando se le pagaran inmediatamente $75,000, suma que hubo que salir a buscar a toda prisa. De su vida privada, se ha escrito hasta la saciedad; en especial sobre su matrimonio con la actriz “india” Ana Kashfi, -que en realidad había nacido en Escocia y se llamaba Joan O’Callaghan. Sus fugaces relaciones con las más bellas y famosas actrices, incluyendo a Marilyn Monroe, con quien se dice que durmió una noche, pero estaba tan borracho que no sabía en realidad lo que había sucedido. También se ha escrito sobre sus once hijos (biológicos o por adopción), uno de los cuales asesinó al novio de su media hermana Cheyenne, la que se suicidaría a su vez cinco años más tarde. Además, sobre su orientación sexual, puesta en duda por el mismo cuando declaró que conservaba en su habitación las cenizas de su amigo Wally Cox, con el que hubiera querido casarse y vivir una vida feliz y sedentaria. Pero por encima de todo, Brando disfrutó hasta el final de la buena mesa. Era un glotón de primera clase y nunca permitió que nada se interpusiera entre él y el goce de una comilona bien sazonada y a su gusto, ni tan siquiera su arte o el dinero, las dos cosas que amaba con más pasión. Falleció, pesando casi 400 libras, a los ochenta años de edad. Murió como quiso, comiendo hasta reventar. Fue un norteamericano hasta la médula, pero su paraíso personal podría haber sido el de un musulmán: mujeres, efebos y ríos de leche y miel en abundancia. El Dr. Felix J. Fojo es ex profesor de la Cátedra de Cirugía de la Universidad de La Habana.