“[H]ay ciertas ridiculeces que deben ser dichas, y para esto existe el filósofo”. Ortega y Gasset Hay gente cuya reacción principal a los conflictos y sucesos actuales en la UPR es de repudio al movimiento estudiantil. Estos fundamentan ese repudio en un puñado de razones que van desde que han cometido actos ilegales (por ejemplo, sobrellenar un auditorio en una asamblea rompiendo el reglamento de bomberos) hasta que han empleado violencia (por ejemplo, empujar a miembros de la guardia universitaria). Para persuadir a estas personas a que reinterpreten estos hechos a la luz de una perspectiva un poco más matizada bastaría argumentar la relatividad de la ley y de lo legal, la plasticidad y dinamismo que caracteriza a los sistemas jurídicos que permiten y casi requieren, para su evolución y desarrollo, de prácticas de desobediencia civil que pongan en entredicho la falsa ecuación: legal = moral. Podríamos hacer lo mismo con otra falsa ecuación, tan acríticamente difundida en la prensa internacional y local: violencia = violencia. Ecuación que pierde de perspectiva la distribución de poder en estos conflictos ¿o es que acaso puede argumentarse, sin temblor en los labios, que la violencia que ejerce el estudiante luchando por sus derechos y la que ejerce el policía que sigue una instrucción estatal (estado custodio del monopolio de la violencia) son la misma violencia? Por supuesto que no. De modo que estoy convencido de que no sería difícil y bastarían sólo un par de argumentos, como los arriba mencionados, junto a los reclamos formales del movimiento estudiantil para persudir a una cantidad significativa de las personas que presentan estas objeciones. Pues lo que nos separa, como dije arriba, son meras diferencias de opinión y distintas interpretaciones de los hechos: nada que una buena conversación no pueda subsanar. Sin embargo, no es a esas personas a quienes quiero dirigirme. Mi preocupación es otra. Me quiero dirigir a la gente cuyo repudio al movimiento estudiantil no responde a los hechos y acontecimientos de ninguna lucha en particular, sino que se oponen por principio y a priori a este tipo de manifestación. A ellos dirijo estas razones, razones filosóficas—ridículas como diría Ortega—para apoyar, también a priori, al movimiento estudiantil. Mis razones son ridículas, más que por filosóficas por obvias. Pero por obvias, obviadas; razones de principio que—como casi toda razón de principio—por ser demasiado obvias nos resultan ridículas. Apoyo por principio y a priori al movimiento estudiantil, a las protestas y a la huelga (aún sin saber claramente cuáles son los reclamos que estos exigen ni las razones que utilizan para justificar sus acciones) porque de ello depende nuestra democracia—ya advertí que mis razones eran ridículas. La democracia no es un ideal, una palabra con la que el espíritu complaciente se satisface—“…bueno ellos fueron electos”, “…pues hay que esperar a las próximas”, “…lo dijimos, que no votaran por ellos”, “…mano, ganaron por mayoría”— ante cualquier atropello gubernamental. La democracia es acción o no es nada. La democracia es conflicto, violento o pacífico, pero conflicto. Conflicto de opiniones, de poder, de influencia, encuentro de fuerzas. Creer en la democracia es creer en la incompletud esencial de cualquier proceso político. Nada está terminado, ninguna ley está escrita en piedra, todos los contratos pueden ser reescritos, todo lo social, lo político, lo económico, puede ser puesto en cuestión, puede ser de otra manera. Creer en la democracia es creer que somos parte de un proceso dinámico (¿metabolismo político?) que dibuja y redibuja la red de relaciones que conforman lo social. Si la democracia puede ser vista como un proceso orgánico, químico, metabólico, (¿autopoiético?), entonces la Universidad de Puerto Rico es el laboratorio, la escuela donde aprendemos a crear nuevas reacciones, organizaciones, interacciones, posibilidades y condiciones de posibilidad. Visto de esta manera, la Universidad es el lugar donde aprendemos a jugar a la democracia; el caldo de cultivo donde se genera la rabia y la indignación suficientes para catalizar la serie de acciones/re-acciones que restituyen la estabilidad necesaria para la reproducción y creación de lo social. Justicia, libertad, solidaridad, democracia, no pueden ser meras palabras, deben ser practicadas. Tenemos que practicar la democracia; y la universidad es el lugar donde se debe dar dicha práctica. Creo firmemente que todo estudiante debe pasar por al menos una asamblea, un paro, una huelga, una confrontación con la fuerza de choque, antes de salir de la Universidad. Porque, insisto, la Universidad es el lugar donde se practica la democracia. Se practica en ambos sentidos del término. Se practica la democracia, en primer lugar, en el sentido literal de praxis en que esta se opone a lo meramente teórico, en la medida en que se lleva la democracia de la teoría a la acción mediante protestas, huelgas, desobediencia civil (pacífica o violenta), actos de vandalismo/libertad de expresión, negociaciones colectivas, etc. Pero, más allá de esto, se practica la democracia en un segundo sentido para mí más esencial e imprescindible. Se practica la democracia en el sentido pedagógico del término. Práctica como entrenamiento para desarrollar las habilidades necesarias para ejercer una profesión. Práctica como ensayo y repetición que busca perfeccionar un arte. Practicar la democracia en y desde la Universidad, entonces, es ensayar las formas democráticas de resolución de conflictos; repetir: cada generación debe re-petir, volver a pedir y a reclamar lo que piensa que le corresponde; entrenarse en la práctica de la democracia y esto con independencia de la justificación de la lucha actual. Los hechos y el contexto actuales son irrelevantes para este argumento. Parece irracional y anti-filosófico (sin hablar de políticamente peligroso) de mi parte abogar por una práctica de la democracia que no tome en consideración los hechos actuales, una justificación de esta práctica que no tome en cuenta el contexto de una lucha particular, de ésta lucha, de lo que hace que ésta lucha sea la lucha que es y no cualquier otra. Pero no me deben malinterpretar. Mi argumento es un argumento a priori, de apoyo prima facie al movimiento estudiantil, pero de él no se sigue que no haya circunstancias que nos hagan retirarle este apoyo. Por ejemplo, cuando las prácticas discursivas y los actos de los sectores que están protestando reproduzcan formas opresivas e injustas análogas a las que ellos se oponen, es legítimo retirarles nuestro apoyo—teniendo el debido cuidado, claro está, de no achacarle al colectivo las consecuencias y la responsabilidad de los actos de individuos tangencialmente afiliados al mismo. Mi argumento encuentra su justificación en la primera ley del movimiento de Newton: “Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él”. Nada más y nada menos que la aplicación de esta ley a lo social es mi justificación para ejercitarnos en la práctica de la democracia y apoyar a priori al movimiento estudiantil (aún cuando en el pasado haya hecho cosas reprobables, cometido errores, utilizado formas discursivas que desde una perspectiva más sofisticada parezcan pasé). La razón es simple: debemos apoyar al movimiento estudiantil y a sus prácticas democráticas porque cuando el abuso de poder, la corrupción o la tiranía ejerzan una fuerza indebida queremos que esta encuentre resistencia, que alguna fuerza actúe sobre ella, de otro modo la ley de la inercia social se seguirá cumpliendo con una regularidad pasmosa. La única forma de estar preparados para ejercer esa resistencia en el mañana, es practicando la democracia hoy. El lugar desde donde se ejerce y se practica esa fuerza es la Universidad. Recordemos que los pueblos que no acostumbran a ejercitarse en la práctica de la democracia, tienden inevitablemente a perderla. Apoyo hoy al movimiento estudiantil por una razón ridícula: porque quiero que estemos preparados para ejercer la democracia en el mañana. El autor es Profesor de filosofía en el Programa de Estudios de Honor de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.