Las fechas con muchos ceros, atraen la atención de la gente, las décadas son celebradas o sufridas por cada uno de nosotros. Dan la sensación vertiginosa del paso del tiempo. Inclusive, como definiría un tango porteño, nos pesan los pensamientos de que todo pasado siempre fue mejor. Por eso, a veces, el hombre tiende a querer repetirlo. Esto, en muchas oportunidades -y sin quererlo- nos induce a caminar hacia puertos inciertos o directamente erróneos. Esta misma nostalgia, y por tratarse del segundo centenario de nuestro país, se recalcitra aún más. En el imaginario colectivo hay una activa tendencia de comparar el centenario actual con el anterior, como si las metodologías en los análisis sociales no fueran sólo para científicos. Para comparar dos períodos diferentes se necesitan una correlación de variables que muchas veces, indefectiblemente, no se continúan en el tiempo, lo que hace imposible comparar dos períodos o vectores temporalmente y estructuralmente disímiles. El ejemplo preciso es querer comparar el año 1910 con el presente 2010. En caso de querer realizar dicha tarea, sería necesario observar y profundizar sobre lo sucedido en el primer centenario para verificar si en el segundo se cumplieron o no las expectativas deseadas. Debemos aclarar que esta es sólo una nota informativa, y no un manual de historia económica, pero haciendo un breve repaso por dicho período podríamos resumir que los años que fueron de 1810 a 1860 se los destinaron para poner la “casa en orden”, organizar las instituciones y afianzar el mercado interno. Nos detenemos por un instante aquí. Un médico diría en su diagnóstico: “Posiblemente, éste sea el foco de su problema”. El inconveniente histórico se dispara al no querer superar lo que a la Argentina le hubiera otorgado una mejor posición a nivel mundial como país. El período en que cientos de analistas se esfuerzan en inmortalizar como los tiempos de un país líder, un verdadero “granero del mundo”. Nada más nefasto para la salud de cualquier nación, que creerse su propia mentira. Argentina habría alcanzado un excedente de comercio en dicho período por la simple razón de que la complementariedad con Gran Bretaña le era suficiente y cómoda a ambos. El viejo trueque de las manufacturas por lana sucia. Nada de valor agregado había en ese intercambio asimétrico que catapultara a nuestro país a ser competitivo a nivel internacional, que evidenciara un PBI de ensueño. Este escenario se repetirá luego del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, en el año 1936, con el recordado tratado Roca-Runciman. Acuerdo que simbolizara el esfuerzo de la clase conservadora argentina de volver al pasado en lugar de analizar y pensar en el futuro. Podríamos entender que los intelectuales y economistas argentinos de la época no se habrían tomado el tiempo necesario para pensar un plan de autonomía económica que proyectara internacionalmente un verdadero actor de peso en la escena mundial. Se pretendía continuar con lo mismo. Lo frenó la guerra. Ahí por necesidad, cambió el paradigma. No incorporaban hasta ese momento en sus análisis, el surgimiento de dos potencias definitorias en la historia económica moderna: hablamos del nacimiento de los EE.UU. y de la URSS y de cómo esto afectaba a la economía nacional. Aquí se seguía pensando livianamente en la dependencia con Inglaterra en vez de proyectar a futuro depender de nosotros mismos. Eran los caprichos de una República de pocos, claro está. Algo muy similar ocurre hoy en día. No encontramos a las claras un proyecto económico en la Argentina a largo plazo. Peor aún, continuamos elaborando malos diagnósticos que nos limitan las capacidades de observar el panorama mundial, y sus nuevos procesos y actores, repitiendo la ceguera del pasado una vez más. Es importante entender, que la productividad es un ideal esencial para cualquier nación en nuestros tiempos. La industrialización es una materia pendiente en nuestro país, así como la falta de competitividad que nos atrasa y paraliza en relación al mundo real que avanza día a día sin mesura. El lema del segundo centenario tendría que servirnos como disparador para el futuro, no para repetir el pasado. Nos encontramos en la era de las ideas, de la comunicación y el comercio internacional. Deberíamos aprovechar esta coyuntura. Como todo proceso histórico llevará tiempo, contradicciones, avances y retrocesos. No obstante, el 2010 presenta escenarios positivos que nos permite soñar, tal como se hacía hace 200 años cuando todo esto comenzó. Seguramente las próximas generaciones de argentinos y de latinoamericanos, si es que se realizan las cosas bien, en general tendrán una calidad de vida mejor que la que vivimos nosotros actualmente. Pero a pesar de cualquier deseo, no hay que olvidar construir con herramientas inteligentes los días que vendrán, y más en materia económica. El pasado no se repite, y si se repite lo hace como drama. Argentina, a diferencia del resto de los países de la región, si podría haber tenido un rol importante en el mundo, ya que es un país que posee la capacidad laboral, intelectual y emocional para lograrlo. No supimos hacerlo. Fuimos nuestros propios verdugos. Nuestras malas elecciones políticas y nuestra falta de visión nos condujeron a un mal presente. Será por esto, que hoy a 200 años de la emancipación política de España, y pensando retrospectivamente, tal vez, el pasado duela más y la decadencia se pronuncie más notoria. Para acceder al texto original puede visitar: http://www.alrededoresweb.com.ar/notas/pasado.htm