Tal vez por aquello de ser antropóloga, o tal vez por preguntona, lo primero que sentí no fue la indignación, sino la pregunta: ¿Por qué? ¿En qué estaban pensando los médicos que sonrientes, nos miran desde las fotos, cerveza o negra pierna de paciente en mano? ¿Qué motiva la sonrisa? Y más extraño todavía, ¿qué motiva la foto? Posiblemente sean hasta buenas personas, estos médicos que salen en las fotos. Después de todo, fueron allá a ayudar. Pero las fotos revelan algo turbio. O lo confirman, porque suele haber turbidez en todo lo que tenga que ver con la forma en que el mundo trata a Haití. Aún en medio del ejercicio de la caridad. Busqué en la prensa y en Facebook, donde empezó el escándalo. Pero no encontré muchas respuestas. Encontré sólo indignación. Probablemente justificada, dicho sea de paso. Una mujer semi-desnuda a quien le suman, encima del vejamen de la semi-desnudez y de la tragedia de la amputación inminente, la humillación de la fotografía. Tal vez no la ha visto, tal vez no sabe que la han fotografiado, pienso, para consolarme un poco. Pero entonces es peor, me riposto. Si ni siquiera sabe, si no tuvieron la decencia de pedirle permiso, de avisarle, entonces es peor… Veo otra foto, ésta de un niño, o niña. Un cuerpito amputado. Me pican los ojos, se me anudan el alma y la garganta, me siento culpable..no sé exactamente de qué, pero de algo. Cierro los ojos, aprieto next. La foto que le sigue no contiene ningún haitiano. Sólo el médico boricua, armado con un rifle y una sonrisa. Y sigo sin entender por qué (¿por qué tiene un rifle? ¿por qué sonríe?), pero empiezan a tener algo de familiar. No tanto las fotos como las sonrisas. ¿Donde he visto sonrisas como esas antes? Varias respuestas vienen a mi mente. 1. En el escándalo de Abu Ghraib, las sonrisas de los soldados que martirizaban a sus víctimas iraquíes y que posaban junto a ellos en situaciones que dejaban clara la diferencia de poder entre prisionero y soldado. 2. En las fotos que los que visitan zoológicos suelen tomarse al lado de las jaulas, especialmente aquellas cuyos huéspedes son pensados como particularmente peligrosos (tigres, leones, culebras) o, tal vez con mayor frecuencia, particularmente graciosos (delfines, chimpancés, avestruces.) 3. Los turistas colorados que se toman una foto cerca del “nativo” del lugar que visitan. Todas esas situaciones tienen en común una combinación particular de dos seres: Uno, dueño de la cámara o amigo/cónyuge/colega del que la porta, que sonríe para la audiencia que de seguro verá la foto y que él/ella conoce, porque será él/ella el que la enseñe; Otro, tal vez invitado, tal vez no, por el primero, tal vez sonriente, tal vez no, tal vez consciente de ser fotografiado, tal vez no, un ser asumido como un “otro”, como “diferente” de alguna forma fundamental, intrínseca, un “otro” que no le mostrará la foto a nadie porque no es dueño de la cámara, ni de la situación. (Énfasis de la autora) Claro que las tres situaciones que resumí arriba son, moralmente, distintas. La sonrisa del soldado en Abu Ghraib que encadena al prisionero como un perro, o que lo obliga a posar, desnudo y en abierta violación a lo que su religión (la de la víctima), su ideología (la de la víctima) , le indican como correcto, es moralmente mucho más grave que el visitante que se toma una foto al lado del delfín o del chimpancé del Zoo, o que la del turista que se toma una foto al lado de un nativo que al final del día, quizás hasta esté de acuerdo. Pero las tres ejemplifican una sonrisa que sugiere la satisfacción, el regodeo, de un ser relativamente acomodado, móvil, viajero, visitante, guerrero, que posa, feliz, junto a alguien a quien considera no solamente distinto, sino de alguna manera inferior. Porque si pensáramos a ese “otro” como un igual, le pediríamos permiso, le ofreceríamos una copia de la foto, tendríamos un cuidado, un respeto, que ninguno de los ejemplos indica. (Una excepción aparente: Las fotos que se toma la gente con los artistas, o las figuras políticas. Ahí suele también haber sonrisa, pero no la sonrisa que genera la situación que aquí estoy describiendo. El artista o figura pública no es menos poderoso que el dueño de la cámara, es dueño de la situación, y es equivalente a un monumento, una maravilla. Típicamente es objeto de la admiración del que toma la foto. Es percibido como un “otro”, pero superior, no inferior. Y la sonrisa resultante es distinta, aniñada, agradecida.) El escándalo de los médicos enviados por el Senado a Haití se parece, más que a ningúna otra foto, en el contenido, en las sonrisas, al de Abu Ghraib. Distinto, sí, en que después de todo no estaban torturando sino curando, aliviando, al “otro”, pero parecido en la sensación que la fotografía produce en el que la mira. Hay alguien sufriendo y hay alguien feliz en la misma foto. Y el que está contento domina la cámara y la situación. La diferencia racial le añade otra capa de desazón al asunto — el feliz tiene la piel más clara que el sufriente. Y no sabemos si el sufriente sabe de la foto, o si le importa. De hecho del sufriente no sabemos nada, es un prop, un signo, un espectáculo, dentro de una escena donde el protagonista, el que tiene nombre y profesión, es el doctor. Del sufriente sabemos sólo que sufre. Se le ha negado su historia, su humanidad, su protagonismo. Podría ser cualquiera de los tantos amputados, víctimas del terremoto, de la esclavitud, de los bancos internacionales, de la globalización, de los tiranos locales y mundiales, de la indiferencia, del racismo, del desinterés. El primer país del mundo en abolir la esclavitud, castigado y maldecido para siempre por tener el descaro de tomar esa abolición en sus manos, en lugar de esperar por la generosidad y la diplomacia blancas. La caridad es mejor que la indiferencia. Pero aún en medio de la caridad afloran, como un burbujeante precipitado químico, inesperado pero inevitable, las ideologías que rigen nuestra actitud (y la del mundo) para con Haití. Posdata: Me quedé pensando en este post mientras hacía otras cosas y entré de nuevo para aclarar algo que me parece importante: Esta entrada examina otro ángulo — la idea de que el tipo de foto mostrada (especialmente las que contienen pacientes) son sugestivas de esa perpetua otredad, de ese racismo, de ese desprecio, que el mundo ha mostrado por el pueblo haitiano por tanto tiempo, y que muestra aún mientras lo ayuda. Que el paciente haitiano no merece la misma privacidad, o seriedad, que el paciente común y corriente. Que sentimos simpatía pero nos quedamos cortos en empatía. No creo que estos médicos merezcan un castigo que anule sus carreras o afecte radicalmente sus vidas. No los acuso por beber cerveza (yo probablemente me hubiera bebido varias, después de un día trabajando en una tragedia como esa) o por lo que algunos en internet están llamando, con desprecio, “fiestar” en plena tragedia. De hecho me parece que con todas sus faltas, el médico que opta por irse a Haití a ayudar de gratis es digno de admiración-después de todo, la mayoría de nuestros médicos se quedaron acá, algunos haciendo muchos chavos. Quizás, si hubieran sido parte de un contingente más experimentado, como el de Vargas Vidot, esto no hubiera pasado. Ojalá que los que salen en las fotos sigan cultivando la generosidad que mostraron al tomar la decisión de ir a ayudar, y que a la vez opten por examinar sus prejuicios –ellos, y nosotros. Ese, y no el castigo, sería el mejor resultado de todo este episodio. *La autora es profesora de antropología de la UPR. Lea artículo original.