“La vida moderna cambia más deprisa que el corazón de la gente” (‘la forme d´une ville change plus vite, hélas! que le coer d´un mortel’). El sociólogo español Enrique Gil Calvo cita los versos del poeta francés Charles Baudelaire, en su libro Nacido para cambiar, para iniciar su análisis de cómo las personas construimos nuestras biografías.
Para Gil Calvo, “hoy las personas resultan tan mudables, inconstantes y variables como pueda serlo el mundo a su alrededor: los empleos son precarios, las familias se disuelven, los compromisos se rompen y la gente cambia sin cesar de residencia, de trabajo, de oficio, de pareja, de ideas y hasta de identidad personal”. Ante este nuevo mundo, el autor se pregunta qué hacer. Para lo que sugiere utilizar “el método del cuento de Pulgarcito, que para no perderse en el bosque fue dejando un reguero de huellas allí por donde cruzaba, a fin de poder después volver a encontrar su propia pista”.
Quizás tenga razón en esto de dejar huellas. Máxime si al ir dejando por escrito las migas metafóricas de nuestro caminar por la vida no nos perdemos en el trajín de la vida moderna. Veamos las huellas en el caso de la violencia machista, específicamente en Puerto Rico, comentada en estos días por la conmemoración internacional del Día de no más violencia contra las mujeres, celebrada cada 25 de noviembre.
A nadie que vea, oiga y lea las noticias nacionales en la prensa le puede caber duda de que vivimos una especie de epidemia de violencia machista contra las mujeres y, en algunos casos, no muchos, de violencia de la mujer contra su pareja masculina. Violencia que quizá debería denominarse machista también, pues en una sociedad patriarcal y machista, la conducta masculina es el ideal hegemónico.
De ahí que pienso que las mujeres que tienen o necesitan ser “fuertes” recurren a la violencia. Dice el ideario patriarcal que las mujeres deben ser pacíficas, calladas, obedientes, débiles, conciliadoras y que los hombres deben ser machotes, eso es, vociferantes, fuertes, violentos para hacer cumplir su voluntad y desde mucho antes de los tiempos del bardo inglés, el macho debe dominar a la hembra, su mujer (con todo el sentido del posesivo) con dos a tres buenos golpes cuando actúa como arpía, o sea, contrario a las normas de género patriarcales. Hoy día no es tan difícil pasar de los golpes a los tiros, cuchilladas o ahorcamientos. ¿Resultado? no ha terminado aún el año 2010 y ya van 18 mujeres asesinadas por hombres, la mayoría por su pareja. Quizás esa estadística no sea fiel a la realidad pues no siempre se contabilizan las muertes femeninas a causa del machismo como violencia de género o doméstica como a menudo se le llama todavía. A esto se añade que la cifra de 18 mujeres asesinadas incluye a las transgénero que la Procuradora de las Mujeres no incluye. Asimismo, a estas muertes debemos añadir las agredidas física y psicológicamente, muchas de ellas afectadas por los golpes para el resto de sus vidas y muchos de estos ataques silenciados.
Regreso a las huellas. Al investigar sobre la situación social de las mujeres en nuestro país podemos encontrar que no es cosa nueva. Resulta que, desde el siglo 19 aparecen esos casos de “mató a su mujer a machetazos”. Aunque, estos casos no se le conceptualizaran de esta forma, precisamente por la prevalencia del orden simbólico patriarcal. Partiendo del supuesto metodológico que reflejan los códigos de ley y las condiciones sociales, revisemos algunos códigos antiguos de leyes mesopotámicas (el Código de Hammurabi, las leyes asirias, las hititas) donde se restringen a las mujeres mucho más que a los hombres en conductas sexuales. Entre tanto, la ideología patriarcal ha sido estudiada y criticada severamente por el movimiento feminista, la sociología, la psicología, las artes y la historia a través de los años. Estudios que nos han brindado datos, teorías e interpretaciones que hoy nos permiten comprender mejor el fenómeno. Aunque, para lograr este objetivo hacía falta primero reconocer el problema, hacernos las preguntas adecuadas y mucha investigación.
En particular, existen tres elementos que me parecen cruciales para la comprensión del asunto. Primero, toda relación de pareja es una relación social; por ende al analizar la violencia entre parejas hay que considerar ambas partes. También, es importante entender que la violencia de género no sólo se expresa con golpes, heridas, asesinatos físicos y psicológicos. A estos se añade la inferioridad con la que se actúa contra las mujeres en temas de educación, el trabajo asalariado, el hogar, la iglesia, la comunidad y que genera la “necesidad” de la “protección” y el dominio masculino. De igual modo, esto se revela en el imperativo de la maternidad: toda mujer que decide no ser madre es un ente sospechoso. Lo mismo sucede con las que se rebelan ante las imposiciones sociales, con las que deciden no ser sumisas, las que son activas y se atribuyen poder. Lo recoge el mito edénico: Eva es demonizada por desobediente. Segundo, el patriarcado es un sistema ideológico y normativo en donde el proceso de constitución de cada ser humano como sujeto –hombres y mujeres- se reproduce históricamente.
Tercero, no es un sistema aislado sino que sobrevive y actúa de manera alterna con otros sistemas de relación social como los teológicos -como el credo judeo-cristiano y el islámico que han convivido en Puerto Rico por más de 500 años como herencia de la cultura española- los educativos, la crianza familiar y los medios de difusión de masas.
Por otro lado, el patriarcado se adapta a cada momento histórico. De manera más clara, recordemos los discursos políticos de los fundamentalistas político-religiosos en América toda. Específicamente, el Tea Party, tan aparentemente influyente en las pasadas elecciones legislativas en los Estados Unidos. Aunque parezca una contradicción, este mal social, también se infiltra en la cotidianidad gay, es patente en los partidos políticos, en los sindicatos, en el gobierno en sus tres ramas, en el trabajo asalariado y evidentemente en la organización de la familia. Ya que, las investigadoras en asuntos del género han provocado interrogantes y constituido esquemas teóricos para contestarlas e interpretar nuestra realidad tan violenta. Valen preguntas como: ¿Por qué ejercemos violencia contra la persona amada? ¿Por qué no somos capaces de controlar esos impulsos? ¿Por qué seguimos imbricando la pasión con la violencia? ¿Por qué seguimos apalabrando la vida amorosa con frases machistas? ¿Por qué aportamos a la reproducción de la imagen varonil como una de fuerza guerrera y violenta?
A estas interrogantes añado el tema del contexto a niveles más amplios. Y es que, en nuestro país, y no es un caso aislado, la violencia asesina es cotidiana. En lo que va del año la cifra de muertes violentas ya va por 854. No creo que sea correcto tratar de interpretar la violencia machista contra las mujeres de forma aislada. Si bien es cierto que cada caso, cada forma tiene sus particularidades, también es cierto que es parte de una cultura de violencia. De ahí que entiendo que este asunto tiene que interpretarse multi e interdisciplinariamente, sin olvidar la enorme responsabilidad de los medios de difusión masiva.
*La autora es periodista y profesora de la Escuela de Comunicación en la UPR de Río Piedras.