Cuatro aclamados escritores puertorriqueños, Mayra Santos Febres, Carlos Cana, Yolanda Arroyo Pizarro y Awilda Cáez, comparten con los lectores de Diálogo, trozos de algunas de sus publicaicones.
Mayra Santos Febres
La venganza de las sirenas
Porque no pudieron salvar a Perséfone del rapto de Hades, las Oceánidas fueron castigadas. Convertidas en terrible animal, mitad mujer, mitad pez.¿Qué iban a hacer ellas, pobres ninfas, contra dios tan tenebroso? Pero ahora que son monstruos, tienen poder.
Si los hombres caen presa de sus cantos, ellas se los comen. De algo hay que alimentarse. Pero el plan de las Sirenas es otro. El plan es salvar a todas las mujeres de los raptos de los hombres. Que no lleguen con sus barcos a robarlas, a someterlas al terrible cautiverio del hogar. Las sirenas, en verdad, tan sólo cumplen la encomienda que cuando ninfas no pudieron encarar.
De paso, responden a las secretas plegarias de Penélope.
Concilio de dioses
Los dioses se reunieron en la Gran Montaña cuya cima rebasa las nubes. Llegaron de todas partes de la Creación. Montados en Damballa Wedo la Serpiente, llegó Shangó con sus tres esposas Obá, Ochún y Oyá. De las regiones ecuatoriales vinieron Hunapú e Ixbalanque, Chac el rey de la Lluvia y Tlaloc, todos montados en la serpiente emplumada. El gran Dragón de la Lluvia y el de la Tierra trajeron a Izanagi y a Izanami. Los recibieron los dioses del Olimpo. Allí, todos los dioses de la creación (que son legiones) se sentaron en concilio a conversar.
-Ya nadie nos reconoce.- acometió Izanagi- Hemos sido desplazados por una sola familia de dioses.
-Es cierto Zeus, esto no puede ser. –respondió Tlaloc- Nos mandaron a vigilar la creación para que todos los hombres tuvieran fuerzas con quien hablar, a quienes temer y respetar. Cada fuerza debía exhibir su imagen y semejanza. Y las imágenes que hoy reconocen los hombres son todas iguales.
-Eso… No todos son jinchos y barbudos- apuntó Oyá.- Los hay prietos y amarillos.
-Porque, no es por nada, dioses del Olimpo- señaló Huracán que junto con Pachamama Takín, llegó montado en una nube- ¿Qué de nuestros cuentos, qué de los saberes que les hemos transmitido a nuestros protegidos a través de revelaciones y profecías? Esas valen tanto como las suyas. ¿Vamos a dejar perder todo ese saber?
Zeus y los suyos oyeron las quejas de los otros dioses. Hermes, que junto con Elegguá y Hanuman, tomaba nota de todo lo discutido, pararon sus plumas ante el silencio de Zeus. Shangó, por lo bajo, le echó mano a su arma por si Zeus quería pelea. A fin de cuentas, él no era el único rey de rayo.
-Hermanos, oigo sus reclamos, pero me temo que nada puedo hacer para atenderlos.
Un murmullo de protesta se dejó oír entre los conciliados.
-Esta batalla hay que ganarla en el reino de los humanos. Nosotros, los dioses occidentales, no tenemos la culpa de habernos convertido en el capital simbólico del mundo globalizado.
¿Cómo fue eso, hermano?- preguntó Elegguá, para tomar bien nota del asunto.
http://mayrasantosfebres.blogspot.com/
Yolanda Arroyo Pizarro
Hormigas de azúcar
Un día de lluvia, una barata serigrafía de Dalí, sillas ocupadas por personajes enajenados con todo tipo de parafernalia de vicios: los inhalados, los inyectados, los tragados. Una madre con los labios hinchados de mordeduras que disfruta su viaje en caleidoscopio. En la habitación maloliente, en un rincón, se delata una cuna con tres usos anteriores al actual.
A veces se distingue un lloriqueo, un movimiento en la cuna. En ocasiones silencios. La primera llegó a la boca comandada por la interacción química de la leche y el azúcar en el biberón. La segunda siguió el rastro de feromonas en fila india. La tercera y la cuarta le hicieron cosquillas y se echó a reír. Subió y bajó manos y piecitos, giró la cabecita y allí se encontró con la decimoquinta, con la vigésimo segunda, con la centésimo primera…
Mientras los relojes blandos de Dalí siguen marcando la hora en la desgastada y fétida copia cuarta categoría de un crepúsculo, las fosas nasales se van llenando. Lo mismo ocurre con las orejitas a medida que la estampa en estarcido de la seda, se habita por una solitaria mosca y, dicho sea de paso, unas hormigas que suben hacia el reloj de bolsillo. Un resbaloso óleo derretido se observa desde el catre que se menea defendiéndose de los insectos. Completando una tríada de relojes aparece otro a punto de deslizarse, y este acapara miradas… atrae unos ojitos asustados. La cosquillosa sensación poco a poco se convierte en asfixia cuando el resto, que ya lo arropa casi por completo, se dirige motivado por el rastro de dulce hacia lo que queda sin cubrir de la boca.
yolanda.arroyo@gmail.com
http://narrativadeyolanda.blogspot.com/
Carlos Cana
Hojas blancas
Después de una lucha encarnizada, cuerpo a cuerpo, con Eros y Thanatos, el analista pudo dar con la verdad. Cuando, en un inusitado descuido, Eros permitió que la mano sagaz del analista arrancara de cuajo la máscara.
Desde ese entonces, Thanatos no engaña a nadie, pues ya todos conocen de su insidiosa costumbre de suplantar a Eros, quien, acorralado por las circunstancias, se aburre mortalmente de ser quien es.
cfenixcana@yahoo.com
Awilda Cáez
La princesa
La realidad es que a la cenicienta, el zapato le quedó grande. El príncipe ya la había escogido por su hermosura, así que disimuló ante todos el percance.
Muchos años después, motivada por el desencanto con su matrimonio, la princesa le dijo a su esposo:
—No debiste haberle hecho creer a todos que el zapato era mío. De seguro hubieses sido más feliz con la verdadera dueña.
A lo que el príncipe contestó:
—No te preocupes, querida. Recuerda que eran dos zapatos.
Awilda Cáez/Facebook