Las calles no hablan, no dicen nada, pero a mí me destrozan. Esta ciudad tiene escapes tan ilusorios y perfectos para el golpe de la cabeza contra un muro, un muro con graffitis de un paraíso hecho con pintura fosforescente, palmeras doradas que se agitan suavemente acariciándome los ojos, casi como agujas deliciosas que arrancarían estas pupilas del mal para dejar espacios vacios, sin pasado ni futuro, como calles dónde morir a diario…
No me acuerdo cuando es mi cumpleaños… ¡No me acuerdo cuando es mi cumpleaños! Veo tulipanes en el cielo raso y están planeando como pequeños aviones salvajes y enrojecidos sobre mi cabeza, mi cabeza que ahora se parte en dos, como un puente que recibe y recibe y recibe mientras suena una canción de los Stones… Ahora no veo nada solo me veo, cabalgando sobre esos tulipanes en mí aterrizados, se que esas flores me están destruyendo, pero entran tan suaves, tan destructivas adentro de mi nariz en forma de una línea blanca, perfecta línea de la inocencia… No me acuerdo cuando es mi cumpleaños! Si yo fuera mi madre tampoco me hablaría, se que comprendo a mi novia, se porque me dejó, pero porque me dejó? Ahora los tulipanes se convirtieron en las cabezas de todos los filósofos… ¡Hay que desconfiar de ellos y de todo lo que busca la verdad! La verdad no existe, la verdad es un dolor, el filo de todas las cosas, filo que siempre quise tocar para cortarme. La verdad es el todo y su parte negativa y la que se niega, la belleza horrible, la naturaleza insana, la bondad vuelta un demonio, las flores del mal, los sueños… Los sueños que pasan ahora como una manada de elefantes. Todavía no puedo acordarme cuándo es mi cumpleaños… Todos quieren volar, soñar, ser felices, pero cuanto uno más sueñe y vuele, el grado del dolor por la caída incrementa con cada minuto soñado… Ahora tengo miedo de no haber nacido, tantos regalos en vano, tantos festejos desperdiciados, me regalaban medias y juguetes, pero no sabían que yo era mi propio juguete, juguete para armar…
Dar clases particulares de filosofía sintiendo miedo en lo que creo, que sea algo fijo, que no pueda desfigurarse, miedo a descubrir que me creo lo que salió de mi boca como si fuere un puente de la verdad… Mis palabras son nudos que me ligan a un pasado que sin querer recuerdo, a la historia del ser humano que nunca supo ser, nudos que me hacen hombre de día y ente de noche, prefiero la noche entonces, la cara se me duplica y puedo sonreírle a uno y aullar a otro, buscar el brillo desperdiciado de las mujeres de la calle, ver a mi madre en sus ojos, beber hasta ahogar ciertos demonios, puedo fumar y jugar con el humo, formar aros blancos y soltar los peces que tengo en los ojos para que los atraviesen y luego, apretarlos con un nudo en el cuello dejándolos sin aire.
Esa noche era completamente azul, podría jurarlo pero no lo haré. La gente tenía caras de babosas, los edificios estaban impotentes, sin promesas ni armas que pudieran lastimar, apenas llovía y la humedad formaba pequeñas almas que se le metían a uno por dentro, la loca Lafunier corría por la ciudad buscando a la gata que nunca tuvo, me tranquilicé al sentir que todo se cumplía como un gran círculo vicioso, hasta que la vi parada en esa esquina ocre, con su cabello claro y mojado, el maquillaje corrido hermosamente sucio, tenía un vestido celeste casi como sus ojos rotos, se tocaba las uñas, a veces las metía en su boca, sus ojos eran veloces como avenidas, como un supermercado abierto las 24 horas, sus ojos vendían cosas sin parar: flores, dragones, droga, sexo, un placer breve e inestable, algo perfecto y sin alma, nada de mentiras, ella abría su vestido y adentro tenía sus diamantes en bruto, uno podía dejarlos por saciarse de otros placeres, pero también podía rescatarlos y pulirlos, frotándolo despacio contra algo caliente como una vida… Nunca me dijo su nombre, entonces la hice mi sirena, Sirena de la calle.
Sorpresivamente comencé a recibir llamadas de María, diciéndome que me entendía, que podíamos afrontar mis demonios juntos, pero qué sabía ella de demonios… Por un par de semanas extrañé su cuerpo, su pelo, su sexo, o la memoria de todo ello, pero nunca su alma… María fue mi vacío perfecto por mucho tiempo, nunca quiso mis debilidades, mis enfermas cuestiones sobre la vida, éramos tan solo cuerpo y departamento y día y cuadros y paseos y palabras que usaba tan mal todo el mundo; siempre se acordaba de mis cumpleaños, me regalaba camisas blancas y corbatas azules. Con María nunca fuimos noche, ella no comprendía el dolor de la loca que corría por las calles todas las noches sufriendo algo que jamás tuvo. También fue mi culpa no necesitarla más.
Nunca más le devolví las llamadas a María.
Era de noche, las calles parecían de acuarela y neblina, por instantes todo se convertía en escenografía de una vieja película con escenas censuradas o rotas. Cuando la vi sosteniendo su esquina, sentí un frio, me temblaron las uñas y las puntas de mi pelo… La vi y quise cubrirle la cara con mi chaqueta de cuero desgastado, quise taparle con mi mano su boca para que ella pudiera morderme, hacerme sangrar o doler, para que ella pudiera darse cuenta de que le tenía miedo, un miedo tan preciso y exacto, como el frío. Me quedé en la esquina de enfrente unos 20 minutos, mirándola, esperando también ver miedo en sus ojos al tenerme ahí, en acecho, pero no sucedió, era su criatura, su criatura normal de la noche.
La noche siguiente, parado en la calle de enfrente, copiando con mi estructura a un ángel negro, observando como un cliente se acercaba a mi sirena… Por primera vez la vi hablando, vi su boca abierta vomitando cristales, cristales de hileras finas que llegaban hasta mis sienes. Comprendí que ella sabía que el Mundo no se trataba de palabras sino de momentos vivos y momentos que asesinaban. La mirada del tipo acarició su escote, ella se subió a su nave y juntos se fueron por las rutas del nunca jamás. Comenzó a llover, las calles se hicieron muy radicales, desde alguna ventana se oía un rock viejo sobre una estrella a la que le habían arrancado los ojos… Me quedé con mi cuerpo piraña pensando en engañarla con el cuerpo de María por haberme cambiado por un tipo que era como todos los tipos de este mundo. Sé que María se quitaría la ropa al abrirme la puerta y dejaría sobre mí su perfume a mujer limpia, pero no. Entonces inhalé tan fuerte y tan suave, olvidándome de la fecha de mi cumpleaños, inhalé tirado sobre la alfombra persa de mi cuarto, la alfombra que comenzó a levitar para mostrarme las mil y una noches, un cielo pardo lleno de estrellas kamikazes atravesando mi organismo, un Aladino semidesnudo ofrecía cumplirme tres deseos, entonces le pedí tener pequeñas manos en los ojos, manos que comenzaron a seguir las caderas de Sirena entre los callejones, manos que trenzaban el cabello que ella detenía en el tiempo para que yo pudiera hacerlo… Pero cuando esas manos bajaban por sus trenzas para que los dedos pudieran lamer sus senos, me despertaba…
Todas las noches de otoño observándola subir coches de todos los colores y desaparecer entre la neblina. Se sentía segura teniéndome en frente mirándola con miedo como una criatura entregada a las reglas del destino. Pero la noche que terminó el otoño me paré detrás de su nuca, le dije que sabía que me esperaba, le dije que ella era el miedo , que no tenía nombre, que no quería su cuerpo o quizás sí ahora que seguía con mis ojos las venitas azules debajo de la blanquísima piel de su largo cuello, le dije que no hablara… Que por favor no dijera nada… tapándole la boca fuertemente con mi mano, sintiendo como me la besaba con su lengua. Empezó a llover cuando la tomé de la mano y empezamos a correr, su vestido blanco ahora era gris como las catedrales góticas que dejamos atrás, las calles por fin nos demostraban miedo con sus caras de pequeñas rameras, las alcantarillas llenas de hojas y colillas de cigarros, ruidos de un cruel insomnio, el viento se metía debajo de nuestras ropas para acariciarnos con un desgarrador placer… Con los ojos le dije que no quería volver con María, con ninguna María, que las necesidades de mi cuerpo me provocaban ira y que nunca había podido hablarle sobre mis miedos a nadie, que las verdades me perseguían con sus caras de máscaras, que odiaba la ciudad, que odiaba el verano, las camisas blancas y las corbatas muy azules, que el vicio tenia lengua de flores, que mi madre preparaba las mejores salsas del universo, que odiaba a mi madre solo cuando mi madre me odiaba; que la había llamado Sirena, sirena que navegaba desperdiciándose.
Corríamos de la mano como sólo los locos podían, el agua marrón salpicaba hermosamente sobre su vestido gris y la ciudad por fin tenía cara de incógnita. Entonces mi Sirena abrió bien grandes sus ojos y con ellos me dijo que no me tenía miedo, que quería morderme, que el alma era lo mismo que un cuerpo desesperado, que la llevara a mi departamento… Cuando llegamos se sacó sus botas, me quité los zapatos, caímos sobre mi alfombra persa y nos inhalamos fuerte… Luego lloré al ver mi inocencia tan ultrajada reflejándose en sus dientes de perla, le tomé la manos y le mostré mis diarias mil y una noches, un Aladino semidesnudo se subió a sus caderas y le cumplió tres deseos de los que jamás supe, pude trenzar sus cabellos detenidos en el tiempo, remarqué con mi nariz el contorno de sus ojos rotos y con mi boca bajé hasta sus senos que flotaban debajo del cielo raso como tulipanes salvajes y enrojecidos que se abrieron en mí…
Y me abrieron en dos como explicándome la verdad de las cosas que no podría tener, jamás.
La autora coolabora para la revista Alrededores. El texto fue publicado en alrededoresweb.com.ar/secciones/sirena-de-la-calle-cuento-abr09.htm