1. Algunos años se comienzan empacando. Una maleta pequeña repleta de ropa descansa en el vientre de otra aún más grande; un artífice marsupial listo para el vuelo. Todo listo para dar el golpe final a las sobras del librero sedentario que dejé, al irme, en la vieja habitación maternal, de paredes grises, trofeos oxidados, y una grieta diagonal que recorre el techo, manchado de humedad.
2. Va tiempo que no escribo una entrada de estas, periféricas ya, numeradas, de miscelánea desechable, inventarios de lo cotidiano. El escritorio lo tengo regado: y recién descubrí que el mero acto de sentarse en él, y no en el suelo de la sala con la laptop en la falda, cataliza el trabajo—cualquiera de ellos. La lamparita negra apuntando al techo, trazando una luna, intentando sustituir a la bombilla fundida que flota sobre la cama, inútil. La lavadora chilla. Ahora, pasar la ropa mojada a la secadora.
3. Hay un refrán, creo que lo aprendí de Astrid, una noche de un performance raro y una lavadora de cartón, que dice algo como, “los trapos sucios mejor lavarlos en casa”. El decir, de por si, hace sentido. Pero me pregunto si hay que hacerle un addendum en la época de las redes sociales. Algo como, “y con la computadora apagada”. O, “y offline”. Sólo una idea, olvídalo. Te dije, inventario mundano.
4. También hay años que comienzan grises, con un aguacero y una subida de temperatura a los cómodos fahrenheits. De camino a tu casa, a las tres de las tarde, ves el asfalto negrito, limpiecito, y hace algo de sentido. Enciendes los wipers del auto (porque decir limpiaparabrisas es malgastar letras), pones la radio al azar. Escuchas la más reciente canción de pop desechable y te dices, con ese aire de que estás al borde de un pensamiento profundo, “todos los años deberían comenzar con aguaceros”.
5. El problema es que en el siglo XXI estas sentencias siempre suenan pretenciosas. ¿Cómo escribir si ya no hay espacios para sentencias obvias? Quizás sería mejor editar y dejar las primeras tres líneas del párrafo anterior. Ser sutil, permitir que se le escape a la gente, a la Ishiguro.
6. Pero para seguir con el leitmotif, también hay eneros primeros que comienzan con la actualización de tu selección musical. Actualización no en el sentido de música nueva recién estrenada, sino en el sentido de que decides darle divina sepultura a los cinco discos que escuchaste, sin misericordia, una y otra vez durante el año anterior (Yesterday you said today y Rewind that de Christian Scott; The Suburbs de Arcade Fire; Last recording de Billie Holiday; Have one on me de Joanna Newsom), para reemplazarlos con unos cuantos que recién copiaste de la computadora de Ms. A (Land de Patti Smith; No more shall we part, Nick Cave and the Bad Seeds; White Lunar, Nick Cave y Warren Ellis).
7. Mala mía. Fui a bregar con la ropa. A veces la lavadora como que se encaja, y tienes que volver a darle cuerda. No ayuda que siempre te olvides de vaciar los bolsillos de los pantalones y tengas que poner a secar dólares empapados en un cordón, y colocar las monedas brillosas en un envase de margarina desocupado. Ves, de aquí podría saltar a una de las sentencias anacrónicas contra las que predico. O las que crítico. No predico contra nada. Predicum ad nihilum. A veces me gustaría saber latín. Aunque, disculpa por el quiebre de estilo (culpar el número siete), ¿pa’ qué carajo?
8. Y qué mejor forma para pasar la primera tarde de ese año nuevo (al exterior) releyendo el libro que—leído en el momento preciso—te hizo enamorarte de nuevo de la literatura, a los dieciséis o diescisiete años. Un libro que, en realidad, no hace mucho, ni es gran libro, pero que te hizo las cosquillitas necesarias para escribir aquellas primeras cuarenta y tres mil palabras que bautizaste de novela y luego borraste medio abochornado—aquí hablo de A Wild Sheep Chase, de H. Murakami que recuerdo haber leído junto Heart of a Dog de Mikhail Bulgakov, ambos prestados por una prima.
9. Entonces, salir descalzo al balcón a tomar la foto que acompaña la entrada y recordarte de lo mucho que insistía tu mamá de que te pusieras zapatos, de que no eras pobre para andar talón-al-suelo—dicho no con el desprecio de clase media, sino de quien, cuando niña, cruzaba un río descalza, para no ensuciar el único par de zapatillas que tenía para ir a la escuela. Por lo tanto, regreso y me pongo las chancletas y tomo el teléfono y presiono el botón que hace de la máquina una cámara y clic, clic, la foto que en teoría coronará esta entrada. De camino al escritorio—que recogí ya, porque no soportaba el reguero—te tropiezas con una caja de Cherry Coke que le compraste a un amigo y que llevarás en la maleta, motivado más por lo absurdo del pedido que el cariño en sí.
10. Disculpen el barajar entre primera y segunda persona en el número nueve. Culpemos al clima y suframos de deterministas.
11. En el escritorio, junto a la lámpara, el archivo, el pote de margarina vacía donde lanzo las monedas recién lavadas, mi wallet, una cerveza vacía, dos libros que leí antes de ayer, el poemario de un amigo, que cité anoche en este blog, y un par de tijeras que me robé de la biblioteca dónde trabajo, hay un marco de cuero que aprieta una foto de tres tipos—uno con una boina, barbudo, un poco gordo, vestido con un hoodie azul de rayas rosadas; el otro con un jacket de cuero negro, pálido, de pelo rizo y marrón, y un tercero que diría que soy yo, pero que por el pasar del tiempo me parece ajeno, así que describo vestido en un abrigo de tela azul, espejuelos negros, y piel prieta—mirando por encima de sus hombros, los tres, hacia el inmenso arco torii de madera que da paso al bosque del templo Meiji-Jingu en Tokio. No puedo precisar si la foto fue posada, pero diría que sí.
Viajar de vuelta a la isla—si no a ‘casa’—motivado por la necesidad de ver gente que, de una forma u otra, sangre o tinta, ciñeron garras en lo gordo del pecho, y no por la añoranza de playas y montañas y un acento.
A veces me pregunto si ‘nación’ y ‘pertenencia’—permítanme el pronunciamiento—tienen que ver, en lo absoluto, con espacios y lugares.
El autor es escritor, blogero y columnista para El Nuevo Día.