Recientemente el periódico El Nuevo Día publicó una noticia en la sección de negocios (15 de diciembre de 2010) que hablaba sobre el boom económico latinomericano y la aparición de una nueva cepa millonarios que se han convertido en el objeto del deseo de las grandes empresas y conglomerados del lujo.
Según la historia, los encargados del “segmento de lujo” de la empresa Mastercard estimaban que en América Latina hay unas 500 mil familias cuyas fortunas sobrepasan los 6,700 millones de dólares, lo que representa un promedio de 15 millones de dólares por hogar.
De acuerdo a la información, en Puerto Rico un 14 por ciento de la población gana más de 150 mil dólares al año y posee el 43 por ciento del poder adquisitivo local, lo que también nos convierte en un mercado “interesante” para los servicios y productos denominados “premium”.
El artículo periodístico, a dos páginas y con una amplia foto a colores de un establecimiento de Louis Vuitton de alguna ciudad sin identificar, no dejó de sorprenderme. No tanto por los números que presentaba, sino por el tono casi eufórico del relato periodístico y sus fuentes, muy alejados de la realidad de la mayor parte de los puertorriqueños, que evidentemente estamos excluidos de la posibilidad de acceder a ese “segmento de lujo” y dolce vita.
Entonces recordé la expresión que usó el agudo intelectual Zigmunt Bauman en su libro Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores, para explicar el neoliberalismo: “la apuesta por los más fuertes”. Dicho concepto, que evoca estrategias económicas, políticas y sociales que han tenido consecuencias devastadoras para la mayor parte del planeta, convirtió la privatización de los servicios públicos, la desregulación de los mercados y los recortes presupuestarios al Estado del bienestar en los principales fundamentos del capitalismo contemporáneo. Una política económica que por su insensibilidad y voracidad fue llevando a mayores sectores de la población a la pobreza, a la marginalidad y al vértigo de lo que el sociólogo Ulrich Beck llamó la sociedad del riesgo. Esto, para referirse a los peligros que enfrentamos en los tiempos actuales, caracterizados por una gran incertidumbre laboral, cotidiana y existencial.
También podríamos hablar de thatcherismo (en Europa) o de reaganismo (en Estados Unidos) pero lo cierto es que, más allá de las nomenclaturas, en la década del ‘80 se dispararon unas transformaciones que propendieron en una mercantilización de todas las relaciones sociales. Como explica la socióloga Marlene Duprey en su libro sobre la biopolítica y la gubernamentalidad en Puerto Rico, recientemente publicado, la “especificidad de dicha mercantilización es que ésta incluye aquellas relaciones sociales que tienen que ver con las provisiones o servicios sociales que en otro tiempo estaban resguardadas bajo la asistencia de los estados nacionales”. Añade que, aparte del desmantelamiento del estado asistencial, las políticas neoliberales también suponen una ampliación de la esfera del consumo, la flexibilización de los mercados laborales y el amplio despliegue de un lenguaje de corte profundamente empresarial”.
La puesta en escena del neoliberalismo ha producido una sociedad con altas tasas de desempleo –en Puerto Rico se habla de más del 16 por ciento-; más empobrecida –un 45 por ciento de nuestros habitantes vive bajo los niveles de pobreza, aunque en los medios de comunicación se invisibilice la misma-; y una ciudadanía más individualista y aparentemente desorientada por la carencia de proyectos políticos creativos, profundamente escéptica, decepcionada y aparentemente desapegada de la cosa pública.
Pero la reciente gran crisis económica, producida por el capitalismo salvaje y las políticas del laissez-faire, por la aparente estabilidad social y el consumo desequilibrado, ha complicado el panorama de la sociedad contemporánea, aumentado los déficits democráticos, la desigualdad y, peor aún, agudizando nuestros temores e incertidumbre.
Ahora tenemos miedo a la degradación social, al fantasma de la pobreza y la exclusión porque quedamos desprovistos de las garantías del Estado social (asistencial) que sabíamos nos protegería del desempleo, la invalidez, la enfermedad o la vejez. Hoy, quizás más que nunca en nuestra historia reciente, tenemos miedo a ser parte de la población excedente (en Puerto Rico casi 300 mil personas emigraron a partir del año 2000, según el Censo) y nos asusta la posibilidad de no ser capaces de acceder a una vida digna.
Pero más preocupantes aún son los indicios de que junto con la reducción del Estado benefactor, se ha marchitado y reducido la ciudadanía políticamente activa, como lo explica Enrique González Duero en su libro Biografía del miedo. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo producimos el cambio social necesario? O, ¿cómo generamos un discurso ciudadano capaz de superar la política del “Such is life”, que pretendía que la gente de Ceiba aceptara la exclusión del nuevo desarrollo de sus tierras como un destino personal? (“Such is life”, como recordarán, fue la expresión que usó Jaime González, ex director del proyecto turístico “La riviera del Caribe”).
El reto de construir una ciudadanía activa, sensible y reivindicativa, que no espere a la catarsis electoral de cada cuatro años para expresarse y reclamar sus derechos y libertades, y que vaya más allá de su rol de consumidores, es precisamente uno de los principales temas del libro Ciudadanía y exclusión en Puerto Rico, editado por Jorge Benítez Nazario y Astrid Santiago Orria. El mismo cuenta con la aportación de once profesores y académicos de diversas disciplinas de las ciencias sociales, que se encargaron de darle visibilidad a una serie de luchas que ponen sobre la mesa la necesidad de un ejercicio cabal de la ciudadanía en Puerto Rico, la lamentable degradación del sentido cívico de unos sectores sociales y el rol del Estado como garante de unos derechos constitucionales.
Pero el trabajo de los colegas que ayudaron a articular esta obra no se queda en el registro de unas problemáticas o en abstracciones teóricas que le dan la espalda al entorno social en el que se desarrollan. Afortunadamente, Ciudadanía y exclusión en Puerto Rico nació de la genuina vocación de vincular la producción de conocimiento que se genera en la Universidad con la puesta en marcha de unas políticas públicas que transformen y mejoren las condiciones de vida de nuestro pueblo. En el año 2007 la Escuela Graduada de Trabajo Social del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico creó el Instituto de Política Social con el fin de constituirse en un espacio práctico para la investigación, formulación, implantación y evaluación de políticas sociales noveles, siendo, además, sensibles a las preocupaciones de las organizaciones comunitarias, de los diversos sectores sociales y del Estado con la que se establecieran relaciones. Los trabajos publicados en el libro son el producto de varias investigaciones relacionadas con el Instituto y de otros estudios afines llevados a cabo posteriormente. Todos articulan el pensamiento y la acción, y constituyen un ejemplo más del sentido de la responsabilidad social que históricamente la Universidad de Puerto Rico ha tenido con nuestro país. Vale la pena recordarlo en estos tiempos en los que también se pretende excluir el pensamiento crítico de la UPR.
Desde una perspectiva multidisciplinaria, a partir de diversos enfoques metológicos y desde variadas sensibilidades, el libro Ciudadanía y exclusión en Puerto Rico documenta y propone agendas de política pública en torno a la exclusión de la mujeres en el campo político; sobre el problema de los deambulantes y su degradación como ciudadanos; en torno a la necesidad urgente de construir un sentido cívico que propenda en la justicia social; sobre las escuelas públicas como caldos de cultivo de una “ciudadanía educativa” que promueva la autogestión de los procesos de enseñanza-aprendizaje; o sobre el apoderamiento de los escolares con algún tipo de discapacidad (en dicho trabajo se revela que para el año 2004 un 26.4 porciento de la población tenía algún tipo de discapacidad).
La obra también incluye trabajos sobre las políticas de atención a la creciente comunidad de edad mayor, que para el año 2015 constituirá el 18 por ciento de la población de la isla, y sobre los obstáculos que ese mismo sector enfrenta cuando le toca encargarse de la crianza de sus nietos; en torno a las dificultades que experimentan las confinadas que ejercen la maternidad en reclusión y la penosa invisibilización de sus circunstancias; y sobre las madres adolescentes y los mitos con respecto a ese fenómeno en Puerto Rico. El libro cierra con dos reflexiones en torno a los conceptos de ciudadanía, identidad nacional y multiculturalidad, y sobre la ciudadanía ante la crisis económica.
Del escrito sale a relucir un especial interés por crear en los trabajadores sociales una consciencia ética que vaya mucho más allá de las prácticas asistencialistas o de la mera implantación de las estrategias del biopoder por parte del estado –el control sobre la vida y la muerte, según lo define Michel Foucault-. Por el contrario, se apuesta por trabajadores sociales que, aparte de realizar su labor con eficacia y responsabilidad, también ejerzan el pensamiento crítico, cuestionen y formulen políticas públicas alternas cuando sea necesario. Es decir, se promueve una cosmovisión profesional que sea consciente de su fuerza transformadora, que provoque la participación ciudadana en la búsqueda de soluciones y que no olvide que hoy, más que nunca, es necesario reivindicar nuestra condición humana.
La ciudadanía se refiere, nos recuerda el libro, al proceso a través del cual las personas o grupos toman decisiones para cambiar sus situaciones y su entorno, así como las políticas que les afectan. Supone un compromiso ético, con la justicia social y la equidad, con el reconocimiento de la diversidad y la autogestión. Y se trata de articularla desde abajo, a partir de la construcción de los derechos. A través de los distintos casos de estudio, el texto enfatiza en el sentido de la ciudadanía social, a la cual corresponden los derechos económicos y sociales (por ejemplo, a la educación o la asistencia del estado). De ahí que la labor del trabajador social sea fundamental, ya que debe ayudar a los individuos, grupos y comunidades a ampliar o restaurar condiciones sociales favorables.
Evidentemente, la agenda de transformación es amplia y compleja. Los recortes en los servicios sociales llevados a cabo por la actual administración gubernamental; la huida migratoria que redujo nuestra población en 82 mil personas en los pasados 10 años, según el Censo de Estados Unidos; los 27 mil casos de maltrato y abuso contra menores reportados el año pasado; las 18 mujeres asesinadas en 2010 o los casi 12 mil casos de agresión física o emocional contra las mujeres registrados; el maltrato o la negligencia contra los ancianos, con 4,500 casos denunciados; o los cerca de 28 mil deambulantes que, de acuerdo al doctor José Vargas Vidot, circulan por nuestras calles, son evidencia de la gravísima situación que enfrentamos y de la exclusión que padecen decenas de miles de puertorriqueños. Los retos de los trabajadores sociales y la ciudadanía comprometida son inmensos.
Como profesor de comunicación de la Universidad de Puerto Rico y periodista, también debo reiterar que el campo mediático, por su influencia en los procesos de significación y por su alcance, también tiene una responsabilidad en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas sociales. Hoy, más que nunca, es importante que la prensa produzca información de verdadera utilidad cívica y que articulemos imaginarios – es decir, formas de entender la realidad- que propendan en una ciudadanía activa que deje atrás la cultura de la queja, el clientelismo partidista y la dependencia. Una ciudadanía que exija rendiciones de cuentas al gobierno, los medios de comunicación y las corporaciones. Por ejemplo, es lo que Prensa Comunitaria ha venido haciendo desde el año 2004, gestando proyectos de comunicación desde la comunidades –y puestos en marcha por los ciudadanos- con el fin de fomentar el desarrollo socio-económico de su entorno. Las redes sociales en el ciberespacio, por otra parte, se han presentado como un vehículo efectivo para promover esos esfuerzos. Me parece que otra asignatura pendiente es sacarle un mayor partido a ese vehículo comunicativo que ya nos ha demostrado que puede ser una herramienta útil para la ayuda, la solidaridad y la democracia contemporánea. Así lo intuye el escritor y periodista español Vicente Verdú, quien afirma que en la red y en la dinámica de las múltiples tecnologías de comunicación se está formando una generación más feliz junta que separada y más entusiasmada cooperando entre sí que compitiendo. Por otra parte, tanto en los medios tradicionales como en los emergentes, no se nos puede olvidar que no hay comunicación sin respeto al otro, y que nuestro trabajo tiene mucho que ver con la paz y la convivencia.
Para finalizar, me gustaría llevar el tema de la ciudadanía y la exclusión a otro registro. En un plano más filosófico, gestar una ciudadanía crítica también tiene mucho que ver con la recuperación de la gran intuición de Rousseau. Me refiero a la idea de que el sujeto humano no es una entidad aislada, sino social, que se forma a través de las relaciones con los demás, y que la bondad es parte del tejido de la subjetividad humana. Para lograrlo habrá que vencer la idea generalizada de que la bondad es “virtud de perdedores” o “signo de debilidad”. La maldad y el egoísmo, por el contrario, son el lugar común de los oportunistas.
Pero a pesar de todo, la bondad es una experiencia a la que nos cuesta renunciar porque “crea la clase de intimidad, de compromiso con el otro, que tememos y anhelamos al mismo tiempo”, según afirman Phillips y Taylor en su obra Elogio de la bondad, publicada el año pasado. Y sostienen que todo lo que va contra la bondad “es una agresión a nuestra esperanza”.
La solidaridad, la justicia, la tolerancia y la lucha por la igualdad tienen mucho que ver con el sentimiento bondadoso en una comunidad. Por ello me entusiasma la publicación de Ciudadanía y exclusión en Puerto Rico; porque aparte de denunciar la exclusión y proponer alternativas a diversos problemas sociales en nuestro país, nos conscientiza del potencial del ejercicio cívico, recordándonos que la bondad es otra forma de la inteligencia, que nos pertecemos los unos a los otros y que la vida “buena” es la que refleja esa verdad.
El autor es catedrático de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. El texto fue parte de la presentación del libro Ciudadanía y exclusión en Puerto Rico, el pasado 27 de enero de 2011, en el Centro para Puerto Rico.