La Universidad de Puerto Rico no ha muerto. Nunca la dejaremos morir. Me toca en estos momentos el alto privilegio de ser portavoz de la esperanza. La noche oscura del alma mater ha sido muy larga, y demasiado alta la suma de calamidades que se ha desatado sobre ella en el peor momento de su historia. Pero, por eso mismo, se están aglutinando unas fuerzas creativas que habrán de dar un mentís a la impotencia y a la desesperanza.
La polarización y la falta de diálogo ha llevado a la Universidad al borde del abismo. La administración universitaria, contra el espíritu de las recomendaciones de la Asociación de la Middle States, ha mantenido una intransigencia muy difícil de explicar, pues su estilo de gobernanza escasamente participativa y la obvia politización de sus procederes podría dar al traste con la acreditación de la institución. Los dirigentes han dejado que la Universidad, que ha sido la médula y el gran nivelador socio-económico del país, se acerque demasiado al peligro de su propia desintegración. La UPR es, simplemente, nuestra mejor creación colectiva. Ha tomado mucha sabiduría, mucho consenso y muchas décadas de trabajo fundar lo que en unos meses podríamos ver hecho cenizas.
Muchos de los que dejan desplomar la Universidad, irónicamente, son egresados de ella y no hubieran podido estudiar sin sus recursos y sin sus becas. Tampoco mi hermana Mercedes y yo, por cierto, con nuestro padre enfermo, hubiéramos podido estudiar el bachillerato sin la ayuda de nuestra institución pública. De ahí que comprenda de cerca el reclamo estudiantil que cuestiona la cuota de “estabilización” de $800, aunque considero que ya urge negociar esta cuota con cautela y madurez, de manera que podamos repartir entre todos la desgracia fiscal que nos ha caído encima y seguir adelante con las labores académicas. Si perdemos la acreditación, cualquier lucha habrá sido en vano: es triste perder lo más por lo menos. En días recientes, sin embargo, los dirigentes estudiantiles han condenado la violencia y la presencia de los encapuchados (siempre sospechosos de ser provocadores infiltrados, ya que nunca han sido detenidos por la policía) y han optado por la desobediencia civi al estilo del pacifista Gandhi. Esto constituye un primer paso importante, porque la violencia siempre es el índice de un fracaso rotundo.
La situación tensa de un recinto convertido en guarida de la fuerza de choque ha forzado a muchos alumnos a huir a instituciones privadas, mientras un buen número de profesores abandona las aulas. La administración universitaria no parece interesada en evitar esta dramática reducción de la Universidad, hasta el punto de que el peligro de perder la acreditación no es óbice para seguirla desmantelando. Ya ha quedado destruida la prestigiosísima Revista La Torre, uno de cuyos últimos números, dedicado a la literature detectivesca y editado por el escritor Edgardo Rodríguez Juliá, yace en el mismo limbo que los últimos libros de la Editorial, sofocada en uno de sus mejores momentos: está detenida una antología del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal y un homenaje a Luis Rafael Sánchez. Esta destrucción sistemática e inexplicable evoca el grito de la Guerra Civil española: “¡Muera la inteligencia!”
En el contexto de este festín de ruina es que el Departamento de Estudios Hispánicos recibe unas enigmáticas tablas de cómputos numéricos que le dejan saber que por decisión unilateral lo han puesto “en pausa”. Ni los docentes ni nuestros estudiantes sabemos qué significa el novel término electrónico, que no existe en ningún reglamento universitario y que por lo tanto es muy difícil de refutar. Por más, la desconcertante noticia nos ha llegado a nosotros (y otras unidades como Estadísticas, Educación y Nutrición) sin firma y sin indicación de procedencia: como si la hubiera enviado un enmascarado fantasmagórico de esos que han estado tan de moda en el campus. Una cosa es reducir el tamaño de una institución, muy otra es denigrarla. Ha faltado el más elemental sentido de la cooperación colegiada, que nos hubiera permitido formular planes conjuntos para conjurar entre todos el mal momento económico que nos acecha. No olvidemos que la gobernanza no participativa es justamente una de las fallas por la que la Middle States nos puede quitar la acreditación. Pero nada de esto parece importar.
Es justo insertar la situación de la UPR en un contexto global, pues la crisis económica generalizada se ha reflejado también en las universidades de América y de Europa. La disciplina de las Humanidades suele ser la primera en verse afectada, y contra este criterio miope han reaccionado pensadores como Martha C. Nussbaum (Not for Profit: Why Democracy Needs the Humanities), argumentando que no se debe hacer depender la educación de la simple productividad económica, socavando el pensamiento crítico e independiente que los egresados necesitan para afrontar nuestro complejo mundo globalizado.
Si bien las disciplinas humanísticas se han visto afectadas a nivel mundial, en nuestro caso cualquier atentado contra ellas va al meollo mismo de lo que es Puerto Rico. Nuestro Departamento, fundado en 1927, ha sido el espacio donde se ha pensado nuestro destino, nuestra cultura y nuestra lengua, médula aglutinadora de nuestra nacionalidad siempre amenazada, cuando no negada de plano. Potenciado por la presencia alentadora de figuras cimeras del exilio español, como Juan Ramón Jiménez, Américo Castro, Pedro Salinas y Jorge Guillén, a cuyas clases de poesía asistían los jóvenes poetas de Guajana y el Topo, autor de Verde luz, nuestro Departamento presenció los debates de Pedreira, las clases de Margot Arce y Concha Meléndez, los primeros estudios sobre Palés, que fue nuestro poeta residente cuando la Universidad aún valoraba la inteligencia. Por las aulas de Estudios Hispánicos pasaron nuestros máximos escritores: Luis Rafael Sánchez, Hjalmar Flax, José Luis Vega, Rosario Ferré, que bajo la tutela de Mario Vargas Llosa fundó la Revista Zona de Carga y Descarga junto a Olga Nolla, entre tantos otros. Dos claustrales de nuestro Departamento han recibido el Premio Nóbel–Juan Ramón Jiménez y Mario Vargas Llosa—y fuimos nosotros quienes gestionamos el doctorado Honoris Causa a Jorge Luis Borges y a Carlos Fuentes.
Pero no se entienda que estoy contemplando con melancolía las antiguas ruinas de Pompeya. Nuestro Departamento sigue siendo al presente uno de los motores más dinámicos de nuestra Universidad, pues se renueva con colegas jóvenes de la talla de Mayra Santos, que tanto ha hecho por internacionalizar nuestra literatura, y de Juan Gelpí, hispanoamericanista reconocido, que mantiene más al día que nunca el Seminario Federico de Onís con sus talleres y ciclos de conferencias. Como ellos, tantos otros, sin olvidar a nuestros estudiantes: formados con sumo rigor en un Departamento que se considera uno de los más prestigiosos de las Américas, ofrecen ponencias en foros universitarios de solvencia indiscutible, que van desde Brasil a Salamanca a Túnez, y publican sus trabajos en revistas eruditas y arbitradas aun antes de obtener sus grados académicos. El renombre de nuestro Departamento de literaturas hispánicas es tal que el profesor Jaime Alazraki, antiguo claustral de Harvard, invitado a conferenciar entre nosotros, admitió que un hispanista garantizaba su verdadera solvencia cuando se sometía a la máxima prueba de fuego: dictar conferencias en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico.
Un Departamento así no merece recibir una tablita anónima de cómputos numéricos que decrete unilateralmente su posible extinción. De ahí que nos hayamos unido todos, docentes y estudiantes, para explorar la situación y potenciar al máximo nuestro Departamento de manera realista pero afirmativa. Atenderemos con urgencia la revisión curricular ya iniciada y promocionaremos estratégicamente nuestras ofertas académicas en el campo de la literatura y de la lingüística, que repito, siguen siendo de las mejores de cualquier Universidad del mundo. La Universidad de Puerto Rico no ha muerto. Tampoco ha muerto el más prestigioso de sus Departamentos. Esperamos con los brazos abiertos a nuestros estudiantes. Cantamos unidos el himno de la vida. Que nadie se sienta desalentado o confundido por la “pausa” decretada contra Estudios Hispánicos. No estamos “en pausa”. Hemos puesto “en pausa” a la pausa.
Aun más: hemos puesto “en pausa” a la desesperanza.
*La autora es catedrática del Departamento de Estudios Hispánicos y Profesora Distinguida de la Universidad de Puerto Rico.