Ayer, a las seis de la tarde, se escuchó en El Salvador el replicar de las campanas en todas las iglesias católicas de ese país centroamericano. Era la manera en que los feligreses celebraban con júbilo que el Papa Francisco declarase mártir al monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, asesinado hace 35 años.
Según News.Va, a eso de las nueve de la mañana del martes, el sumo pontífice argentino firmó en Roma el decreto de la Congregación para las Causas de los Santos, donde se concluye que la muerte de Romero, arzobispo de San Salvador entre 1977 y 1980 fue, además de un asesinato político, un homicidio por odium fidei (odio a la fe).
Bajo la jurisdicción eclesiástica, la designación de Romero como mártir significa que puede ser nombrado beato, condición anterior a la santidad, sin la necesidad de que se le haya probado un milagro. Aún no se ha dado fecha para la ceremonia de la beatificación, que se espera sea en San Salvador en los próximos meses.
Sin embargo, para el proceso de canonización, sí es requerido que se le pruebe un milagro a su nombre.
La declaración de mártir se produce 20 años después de que Arturo Rivera Damas, quien sucedió a Romero tras su asesinato en el arzobispado de San Salvador, iniciara la causa para su beatificación en 1994.
Por años se especuló que ese pedido se ignoró en el Vaticano por su asociación con la teología de la liberación, un movimiento del catolicismo que se originó en Latinoamérica entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Esta vertiente teológica busca la liberación no solo del pecado, sino de la opresión social y política. Instó al activismo político del clero para luchar contra la pobreza, a favor de la justicia social y los derechos humanos.
Romero asumió el arzobispado de San Salvador el 3 de febrero de 1977, a los 59 años.
El 24 de marzo de 1980, en la tarde de un lunes, Romero celebraba una misa en la capilla del hospitalito para pacientes de cáncer Divina Providencia, donde residía. Mientras se preparaba para consagrar la eucaristía, Romero recibió un disparo mortífero en el corazón. De esta manera la derecha salvadoreña acalló “la voz de los que no tienen voz”, según se le identificaba, luego de tres años de denuncias contra los crímenes del régimen militar y un año antes de que estallara la guerra civil salvadoreña.
El domingo antes, Romero pronunció su última homilía, considerada por muchos como su sentencia de muerte: “En nombre de Dios y de este pueblo sufrido… les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.
La figura e historia de Romero ha sido llevada al cine, la música y la literatura. Destacan el filme Romero (1989) donde el primer actor puertorriqueño Raúl Juliá encarnó al monseñor, así como la canción El padre Antonio y el monaguillo Andrés, del salsero panameño Rubén Blades, y el cuento El milagro que Juan Pablo II se negó hacer, del escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Vea este viernes el análisis del impacto de la figura del arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero en Latinoamérica y la opinión de reconocidos académicos de la Universidad de Puerto Rico sobre la participación de miembros de la comunidad religiosa en la vida política de los pueblos donde estos habitan.