El pasado martes, el Papa Francisco declaró mártir de la iglesia católica a Óscar Arnulfo Romero Galdámez, arzobispo de San Salvador durante la dictadura militar que gobernó ese país en los años setenta y ochenta. Su muerte, además de ser considerada como un asesinato político por sus críticas al régimen, también fue catalogada por el sumo pontífice como un crimen por odio a la fe.
El anuncio, que se produce cerca del 35 aniversario del asesinato de Romero y a más de 20 años de que se presentara su caso en el Vaticano, allana el camino para su beatificación.
Ciertamente, la figura del arzobispo salvadoreño es trascendental en el devenir histórico, político y religioso de Latinoamérica durante los años de represión militar que se vivió en la región. Diálogo conversó con el sociólogo Samuel Silva Gotay, el sacerdote Pedro Ortiz y el profesor de Ciencia Política, Waldemar Arroyo Rojas, sobre los méritos de Romero como agente de cambio, su discutido vínculo con la Teología de la Liberación, la participación del clero en la vida política de las comunidades y la reivindicaciones del Papa Francisco.
Romero, mártir: realización de una justicia formal
De entrada, Ortiz indicó que el nombramiento de Romero como mártir es la reconfirmación de una vida de compromiso radical por los más pobres, “del gran regalo que Dios le ha hecho a la comunidad latinoamericana, mundial y especialmente al pueblo salvadoreño, de una vida con virtudes heroicas que sirve de testimonio para que otros y otras hagan el mismo camino”.
Asimismo, Arroyo Rojas, profesor del Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, coincidió en que el sumo pontífice simplemente realizó un acto de justicia contra los sectores conservadores de la iglesia que se opusieron a la figura de Romero porque lo asociaban injustamente con la Teología de la Liberación, “cuando su arzobispado de lo que se trató fue de hablar por los derechos humanos de los ciudadanos de El Salvador”.
Los rastros de la Teología de la Liberación
La Teología de la Liberación es un movimiento del cristianismo -particularmente nutrido por el catolicismo, aunque se produjo conjuntamente con protestantes- que se originó en Latinoamérica entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Esta vertiente teológica busca la liberación no solo del pecado, sino de la opresión social y política, e insta al activismo político del clero para luchar contra la pobreza, a favor de la justicia social y los derechos humanos.
Según Silva Gotay, Romero se ubicó en la lucha a favor de los pobres, que era el énfasis de la Teología de la Liberación, aunque él no había sido hasta ese momento uno de sus voceros. “Él sí fue amigo de sacerdotes que fueron asesinados y que predicaban esa teología, como Rutilio Grande”, destacó.
El sociólogo agregó que el arzobispo salvadoreño “encarnó la concepción bíblica de Dios como el dios de los pobres, y de la misión de la iglesia como la lucha de la liberación de los pobres frente a la opresión del sistema económico y político en América Latina en la época”.
“Yo creo que aunque los protestantes no tienen santos, siguiendo los procedimientos de nombramiento que sí tiene la iglesia católica, los protestantes afiliados a la Teología de la Liberación consideran a Romero como uno de sus santos, como uno de sus caídos”, expresó Silva Gotay.
Por su parte, Ortiz explicó que Romero “no hizo nada nuevo ni distinto de lo que siempre pide la iglesia católica a través de la reflexión teológica, lo único es que hay un énfasis particular de la Teología de la Liberación en el contexto latinoamericano”.
El también profesor de periodismo y comunicación en la Universidad del Turabo explicó que toda experiencia teológica está enraizada en la vida misma de las comunidades. Así pues, se entiende que cada continente y país realiza sus aplicaciones teológicas y bíblicas al contexto en que viven.
“En el caso particular de América Latina, se ha asumido el ideario de una teología menos europeizante, de una experiencia que nace de las comunidades. Así que es en ese marco que se da la experiencia de reflexión teológica de monseñor Romero, que no partía de ideas preconcebidas, sino de una experiencia comunitaria intensa, al estilo de la metodología que se usa en la Teología de la Liberación, que es predicar la reflexión y fomentar la vida desde la base de las comunidades”, señaló Ortiz.
Sin embargo, Arroyo Rojas entiende que aún cuando se haya asociado a Romero con la Teología de la Liberación, no es prudente reconocerlo así. “Sus motivaciones eran más humanitarias, y no políticas. Lo que pasa es que él confrontó un contexto político ultraconservador, y más que ultraconservador, reaccionario, de una dictadura militar que a todo el que no estuviera de acuerdo con ella lo calificaba de comunista”.
“Entonces yo creo que de ahí viene esta asociación de Romero con la Teología de la Liberación. Esa dictadura militar salvadoreña persiguió mucho a los que sí eran de la Teología de la Liberación, pero mi impresión es que Romero no era uno de esos”, añadió.
Delineando el perfil político del arzobispo
Para Arroyo Rojas, se ha creado una imagen de obispo militante sobre la figura de Romero que no es real. “De hecho, era bastante apolítico. Lo que pasa es que él daba muestra de las violaciones graves contra los derechos humanos en su país cometidas mayormente por el ejército. Entonces uno puede decir que sus críticas sí tienen obviamente un aspecto político, pero él no se enfocaba en eso, sino en el aspecto humanitario”.
“Quizás lo que pasa también es que muchos sectores de izquierda lo han adoptado como un héroe porque fue mártir de la derecha, pero él no fue mártir de la derecha por ser de izquierda: él fue mártir de la derecha por decirle la verdad a los militares sobre lo que estaban haciendo”, puntualizó.
Silva Gotay, sin embargo, recordó que Romero, dentro de su proyecto pastoral a favor de los pobres y oprimidos, escribió al secretario de estado estadounidense para que detuvieran el envío de ayuda militar a El Salvador, valorada diariamente en más de un millón, como una instancia donde se hace un llamado, una acción política desde el sector religioso.
Ortiz, por su parte, destacó que Romero nunca tomó posturas político partidistas porque él estaba muy claro que el campo político no le compete a la iglesia, y que la iglesia no es una cuarta vía para el ejercicio del poder político como se entiende.
“Sin embargo, sí estaba claro que el evangelio tiene una dimensión sociopolítica cuando hacemos una opción radical con y desde los pobres. Ahí entramos en todo el proceso del desarrollo comunitario integral, de la opción preferencial por los pobres, de manera que es entrar en el terreno social y político en el sentido amplio de la palabra”, abundó el cura.
La aseveración anterior plantea entonces a un Romero atravesado indistintamente por los grados de separación entre lo político y lo religioso.
“Es en cuestión del anuncio de la palabra como gestión liberadora, en defensa de la dignidad humana y de los seres humanos y de la vida misma, y la denuncia del pecado estructural, que la iglesia toma la parte de la política y de los dirigentes de los pueblos. Fue lo que hizo Romero, y fue lo que lo llevó al martirio, aunque ni él ni nadie busca el martirio por el martirio, ni el conflicto por el conflicto, sino que por el conflicto viene el martirio, y llega como el resultado de una opción amorosa y libertadora por la humanidad”, expuso Ortiz.
El discurso subyacente del Papa
Silva Gotay teorizó que “es curioso que Francisco, aunque en su juventud nunca fue miembro de los grupos en Argentina de la Teología de la Liberación, sí se formó en ese lenguaje y ahora sus acciones coinciden con esa teología, cosa que él va usando como criterio para sus decisiones muy cuidadosamente, porque sabe que está caminando en un terreno minado allí en el Vaticano”.
El profesor del Recinto de Río Piedras de la UPR agregó que con el fin del bloqueo a la beatificación de Romero (establecido y mantenido por Juan Pablo II y Benedicto XVI) y el discurso de los 15 pecados de la curia, predicado en diciembre pasado y donde delimita una guía para la autocrítica del clero (incluyendo el distanciamiento del materialismo, la prioridad del servicio a la comunidad antes que la burocracia administrativa, el cultivo la espiritualidad y el abandono el chisme), se solidifica la agenda de adelantos históricos que está introduciendo el Papa en la doctrina católica.
Por su parte, Ortiz celebró que a su juicio, la figura de Francisco en el Vaticano introduce formalmente la teología latinoamericana en Roma, destacando la importancia del continente con más fieles católicos en el mundo y vinculando explícitamente a la región en la toma de decisiones institucionales y doctrinales.