¿Hablamos de universidad o de burocracia? Los acontecimientos en la Upi revelan un giro notable: la universidad es pura burocracia; aparentar saber mediante un semblante “objetivo” neutro, orientado a la destrucción de un lazo social que no sólo transmite cultura sino que la afianza. Llamémoslo despolitización; el giro es síntoma de la política actual.
Hoy el discurso burocrático revela que los intentos de impartir un saber son tentativas de dominarlo, convirtiendo el discurso universitario en el paradigma de la hegemonía del saber. Este giro lleva a los estudiantes a la calle; como en 1968 se levantaron en nombre de valores democráticos e intelectuales. La universidad se resiste al poder en su faz de dominación y usurpación. Algo más, en la Upi un proceso de evaluación de la Middle States Commission reprobó la institución por deficiencias fiscales y administrativas.
Los funcionarios se rinden y algunos renuncian su cargo. Vergonzoso que presentaran datos obsoletos; hecho que revela la catadura ética de síndicos y administradores. Urge precisar la función de la Universidad en países coloniales como el nuestro, y redefinir el papel de la educación superior, y de la Universidad en la actual transformación socioeconómica.
Los cambios del siglo XXI en la economía y sociedad, y los avances tecnológicos en la información, la biotecnología obligan a revisar la función de la educación superior en el progreso. El gran desafío a enfrentar es cómo insertarnos de manera competitiva en un mundo cada vez más globalizado. La universidad no es una instancia política, pero es imposible enfrentar las amenazas globales sin desarrollar una cultura de la responsabilidad ética. “El templo del saber” produce hoy rentables unidades de valor académico, no hay alumnos sino clientes. Se ha convertido en un gran supermercado de la cultura: números, contable, para las estadísticas en las que se basa la democracia occidental. Pero la sociedad de consumo es solo para el privilegiado. Debemos producir una “rectificación subjetiva”; la mundialización nos crea un profundo malestar. Esta es labor de la universidad.
Estamos en una nueva forma de desarrollo, sustentada por el conocimiento, lo que obliga a reorientar la investigación académica. En definitiva: la labor de la Universidad es enseñar a pensar, a cuestionar; solo la independencia universitaria, libre de toda servidumbre política puede llevar a cabo tal tarea. De esa separación entre poder y saber depende el futuro de la institución, si aspira a crear ciudadanos libres, capaces de afrontar los retos del futuro desde una posición crítica. Desde su fundación la universidad ha cultivado las humanidades; lo restante era oficio, técnica; por tanto, no hay saber fuera de las humanidades. Y con el giro tecnológico, empezaron por arrinconarla, hasta llegar a la exclusión de ese saber sobre el lenguaje, y los textos que es el ámbito de las letras; leer es pensar, leer es elegir.
Con el desprestigio de la universidad hoy día se ha excluido y desvalorizado el pensamiento crítico para trasladarlo al falso concepto del conocimiento actual. Hemos sustituido ese “templo del saber” por una sociedad de la información, no del conocimiento. Falsa premisa, se transmite una información sin autoridad, sin posibilidad de discriminar, diferenciar, de seleccionar. El saber no es susceptible de globalización, es espacio de la diversidad, la heterogeneidad, el respeto, valores que la “sociedad del conocimiento” actual excluye. Se transmiten destrezas técnicas, para alcanzar un bienestar que sustituya la ética. ¿Podrán nuestros tecnócratas afrontar la profunda crisis actual? La Universidad tendrá que responder.
La cultura adquiere especial importancia en este mundo globalizado que masifica la cultura y produce pérdida de identidad. Gobierno, poderes públicos, empresas y civilidad revelan crisis de principios y valores. Es inminente retomar la ética y la profesionalidad, para responder al reto o sucumbimos como cultura. Esa profesionalidad ética es el legado de las generaciones de maestros que hemos tenido en la Upi, a cuyo ejemplo será una necesidad remitirse, no un lujo.
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