Por alguna triste razón, muy a menudo se habla sobre lo difícil de encontrar hoy día una verdadera historia de amor, un amor real, de esos que ya no se encuentran a la vuelta de la esquina.
En una esquina, sin embargo, allí en Viejo San Juan, descansan y se suman los años del matrimonio entre Francisco y Judith. Contaré pues, a continuación, la historia de un amor de cartas, de versos compartidos, de letras cantadas.
Allá para finales de la década del 40’, una tía de Judith y el hermano mayor de Francisco contrajeron matrimonio. La unión de ambas familias, una de San Juan, la otra de Comerío, produjo el primer encuentro cuando a penas Judith tenía 10 años y Francisco era un adolescente.
Cumplidos sus 19 años, don Fran, como le llama toda su familia, ingresó al ejército de los Estados Unidos y aunque permaneció en Puerto Rico, las bases militares lo mantenían distanciado de la familia. La madre de Fran le pidió a Judith que le escribiera una carta, ya que ella no podía. Así, a los 14 años la joven envió sus primeras letras a Francisco, despertando pronto la llama del amor y la picardía de la juventud.
“Cuando él estaba en el ‘Army’ yo lo que tenía era 14 o 15 años y nos veíamos en casa de una amiga mía en la (calle) San Sebastián, aquí en San Juan. Él salía de pase, nos veíamos ahí como 20 minutos y se iba. Todo el noviazgo fue por carta”, relató Judith, quien luego tuvo que partir a los Estados Unidos por decisión de su mamá.
Pero una vez más, la distancia jugó a su favor. Francisco, decidió retirarse del ejército y salir en busca de la joven mujer que parecía haber robado su corazón y cuyas letras guardaba.
“Esa noche yo me estaba estrenando un traje verde que era pegadito aquí y suelto acá, mi hermano me iba a llevar a un baile”, relata Judith, de 75 años, utilizando sus manos para describir la silueta del traje.
“En mi casa, estaba la sala, el comedor y se veía el cuarto, entonces había un espejo. Yo me estaba peinando, me estaba haciendo unos rizos. Miro el espejo y cuando yo lo miro, yo dije, ‘¿Francisco aquí?’. Lo menos que yo esperaba es que él fuera y ahí estaba él y el corazón se me iba a salir, yo estaba bien nerviosa, no encontraba ni como salir”.
Ese mismo año, un 24 de diciembre de 1959, Francisco pidió la mano de Judith. El 12 de marzo de 1960 contrajeron matrimonio.
Don Fran, de 81 años, posa hoy en su butaca. Sus pies tienen medias y en su mano siempre agarra una toallita blanca con la que se tapa la boca al toser. Una condición en el sistema respiratorio le impide tener largos periodos de conversación. Tras los párpados caídos, una mirada profunda, llena de brillo, parece viajar entre mil recuerdos que intenta rescatar para una vez más, entonar a su esposa esa canción cuyas letras plasmaba en cartas cuando en su juventud la distancia jugaba a favor del amor.
Hasta que la encuentra. “Amor en el campo, amor verdadero, los dos muy juntitos, bajo la sombra de un árbol, dándonos besitos, besitos de amor y a tu alrededor, mil flores silvestres alumbran de amor, parece que estamos cerquita de Dios”, le cantó Fran a su amada.
Mamá Judith, como le llaman de cariño, le acompaña entonando. Don Fran sonríe. La pareja está próxima a celebrar 55 años de casados.
“Nunca pensamos en el divorcio”
Al mirar hacia atrás mamá Judith y don Fran dicen sentirse satisfechos. Describen su vida como una feliz junto a sus hijos: Frankie (Francisco), Edwin, Henry, Moíses y Judith. Tras contraer matrimonio, la pareja regresó a Puerto Rico cuando sus primeros dos hijos habían nacido. El pueblo de Comerío se convirtió en el hogar de la familia, municipio que hace algunos años le entregó a mamá Judith el reconocimiento de “madre ejemplar de Comerío”.
“Tú tienes un cuarto privado, todo lo que pase lo puedes discutir ahí. Ese hombre que tú ves ahí, nunca a mí me ha dicho ni una mala crianza ni una mala palabra. En mi casa mi esposo no dejaba que los muchachos dijeran malas palabras, no lo hacían porque él no lo hacía, no puedes ofender a alguien que tú quieres”, dijo Judith, quien lamentó que ahora muchas parejas jóvenes optaran por el divorcio antes que luchar un poco más por proseguir una relación de amor.
“Yo sí sé que el amor existe, porque nosotros llevamos 55 años de casados y nosotros nos vamos a acostar y siempre nos decimos: ‘hasta mañana, te amo’. Cuando amas de verdad, eso es el amor; porque si sales, a tu pareja le hace falta ya que llegues para verte, tú quieres estar con esa persona y siempre estás pendiente a ella”, aseguró.
Y es que no existe en el mundo una pareja que esté exenta de pruebas, peldaños y sufrimientos. Sin embargo, puede ser ese eslabón el que confirme una unión para siempre.
¿Cuál es el regalo más especial que recuerda haber recibido el Día de San Valentín?, le preguntó Diálogo a los enamorados.
“El regalo de San Valentín más grande que nosotros dos hemos recibido fue la llegada de mi hijo Edwin que nació a las 6 de la mañana un 14 de febrero. Ese es mi segundo hijo y lo perdimos a los 40 años porque se enfermó del corazón”, relató mamá Judith. De todos sus embarazos, fue el de Edwin el más complicado. Una infección en los riñones complicó el estado de salud de la madre, lo que provocó que desde los siete meses hasta los nueve, permaneciera bajo cuidado en el hospital.
Don Fran y mamá Judith celebrarán 55 años de casados el próximo 12 de marzo de 2015. (Ricardo Alcaraz / Diálogo)
“Ese día 14 por la mañana yo le dije a la enfermera, ‘dile a mi esposo que tuve otro bebé, que tuve otro varón’. Cuando él llegó me trajo un ramo de flores bien lindo y un corazón bien grande, no te puedes imaginar. Las palabras que me dijo fueron: Hoy te amo más que nunca, este es el regalo más grande que me has podido dar”.
Edwin, el segundo hijo del matrimonio, falleció el 25 de septiembre de 2002, tras sufrir un ataque fulminante al corazón. “Él me cogía al hombro a mí”, recordó don Fran.
Hoy día, Doña Judith cuida de su esposo junto a sus hijos. A don Fran le gustan mucho las películas mejicanas y las novelas ‘del ayer’, pasatiempos que comparte con su esposa y que sustituyen las eternas noches de música y baile que ahora guardan en su memoria.
Hoy, Día de los Enamorados, mamá Judith ya ha visitado la iglesia para escuchar la misa por su hijo y a caminado los alrededores del panteón en el que descansa su hijo Edwin, junto a las murallas de San Juan.
Los hubo, sí, esos días de San Valentín llenos de plantas y ramos de flores, tarjetas, corazones. Pero hoy mamá Judith y don Fran celebran algo trascendental, celebran el amor, el reído y el sufrido, el que se ha multiplicado en la vida de sus hijos y el que ha trascendido las fronteras de la vida, ese que desde alguna otra parte les recuerda que el amor es la fuerza, el motor que los mueve y que es preciso, siempre, amar como si fuera el último día de la vida, la vida como la conocemos, como la conoce Judith.
“Así como tú ves ese viejo, ese viejo es la luz de mis ojos. Fran es el tronco del que yo siempre me he agarrado y así como está él, se preocupa por mí. Una vez soñé que Fran se me había ido y que a mi se me fue la voz y yo no hablé más… he querido tanto a Fran, que sin Fran yo no podría vivir”.