Ahí estábamos, siete de la noche de un sábado nublado. Listos para sustituir a los voluntarios del Batey del periódico Claridad. Y cayó el aguacero. Mi papá, mi tío y yo nos guarecíamos debajo de una sombrilla mientras esperábamos a que salieran los del turno anterior, quienes a su vez evitaban salir para mantenerse secos.
¨Estamos en tiempos de sequía¨, se quejaba un señor mayor con su trago de vodka y toronja, ¨pero viene el fin de semana del Festival de apoyo a Claridad y mira estos aguaceros, ¡Siempre pasa lo mismo!¨, bromeaba.
Pero en breve dejó de llover, y comenzó nuestra jornada con la banda PVC sonando de fondo y ya mismo Viento de Agua, pa´ servirles a los clientes moviendo las caderas, o en mi caso intentándolo. Se llenaba el Festival y a consecuencia se llenaba el Batey.
Ron, vodka, whiskey, vino, Medalla y Magna. Refresco y agüita pa´ los menores y la comida ahí al lado en la carpa del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH). Pero, sobre todo, el característico Mojito del Batey que logré amaestrar después de servir unos diez o quince tragos en pocos minutos.
Desde adentro del kiosko, podía ver cómo la muchedumbre se acomodaba en sus sillas de playa frente a la tarima principal del Festival. Nuestra carpa era la más cercana a la tarima y a la autopista. A pesar de la distracción que es trabajar como camarero, entre ráfaga y ráfaga de clientes, tuve la oportunidad de ver algo del espectáculo.
Según me contaba Miguel Merced Mader, uno de los coordinadores del Batey de Claridad, antes los kioskos, al igual que el Festival, eran organizados por el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP).
Al desaparecer el PSP, los kioskos empezaron a ser administrados por el propio periódico, vendiéndole el espacio a otras organizaciones políticas de corte independentista, iniciativas sociales y kioskos comerciales. El Batey siguió de pie a lo largo de los años.
¨Llevo colaborando en el Batey desde que tenía 15 años, eso ya hace 28, así que puedo apostar que este kiosko tiene más de 30 años¨, me comentaba Miguel mientras me enseñaba las medidas exactas del mojito.
De momento llegaban decenas de personas que querían comprar alcohol y cada camarero a lo suyo. Mi papá de repente me pasaba por el lado con varios tragos en la mano y mi tío intentaba descifrar como hacer eso que a mí me costó diez o quince intentos.
Comenzaban a venir a donde mí la misma gente a quien le había servido, como si una inexplicable conexión uniera al bartender con sus clientes… los fieles. Por ahí venía la señora del vino mirándome a seis o siete metros de distancia de la carpa y yo la señalaba esperando su afirmación.
Tan pronto entregaba el vino estaba la chica de las Magnas, con su amiga al lado. Le hacía el símbolo de la paz, que en este contexto significaba dos cervezas, y ella asentía con la cabeza diciendo que sí.
Después llegaban los muchachos del combo, ¨chichaíto con Medalla a $2.50, te lo doy rapidito¨, le decía. Y así por el estilo fluía la noche, entre Medallas, Magnas, Mojitos, vodka con toronja y muchos billetes empapados, emplegostados con alcohol.
Ya se acercaban las once de la noche y mi tiempo como camarero se acababa. Ahí vendrían otros voluntarios a sustituirnos, pues en el Batey nadie cobra. Las ganancias son cien por ciento dirigidas al sustento del periódico y, según me contaba Miguel, todos los años llegaban personas nuevas a poner su granito de arena para apoyar y mantener con vida el periódico de la nación puertorriqueña.
A continuación, un recuento gráfico del Festival de Claridad 2015. (Fotos Ricardo Alcaraz / Diálogo)
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