Cuando usamos el diminutivo en una palabra que podría resultar ofensiva o demasiado directa hacia nuestro receptor, estamos utilizando la atenuación. Según la Pragmática, que es la disciplina lingüística que se encarga de tomar en consideración las circunstancias que rodean la comunicación, esta es una estrategia verbal que mitiga la fuerza significativa de una palabra o de una expresión.
Por lo que he escuchado, a los puertorriqueños nos encanta atenuarlo todo. No decimos ese chico es feo por no herir sus sentimientos y pensamos que al añadirle el sufijo diminutivo –ito, le quitamos “algo” de la fealdad. Un ejemplo parecido, según mi apreciación, lo es el caso de la palabra trigueño. El diccionario la define como un adjetivo que describe a alguien entre moreno y rubio. Sin embargo, sabemos que en la mayoría de los casos nos referimos a una persona que es más lo primero que lo segundo. Al usar esta palabra se atenúa el impacto que pudiera causar la referencia a la raza y así pensamos que nadie nos podría tildar de racistas o algo por el estilo. Es más, suena todavía mejor si le decimos trigueñito.
Así tenemos que no es gorda, es “llenita”; no es viejo, es viejito y no es baja, es bajita o mejor en francés, es petit. Es una forma de proteger nuestra “buena” imagen ante el receptor y así evitar alguna recriminación por la connotación que la palabra pudiera tener. Sin embargo, a veces pienso que también puede ser una forma de no aceptar la realidad; me podría poner como ejemplo ya que soy baja de estatura y cuando alguien me dice “bajita”, no crezco ni una sola pulgada, sigo teniendo los mismos cinco pies y cero pulgadas de siempre (aunque mi esposo dice que son cuatro con once).
Esto no solo ocurre de forma individual sino también colectiva, los gobiernos utilizan la atenuación de los términos que pudieran causar cierto malestar en la población a través de diferentes mecanismos que podrían incluir el uso de diminutivos; el reciente impuesto al petróleo llamado coloquialmente como la “crudita” podría ilustrarlo ya que al decir la “crudita” y no la “cruda” a lo mejor se piensa que será menos difícil de digerir el hecho de que se tenga que pagar más por la gasolina.
Los eufemismos también pueden ser parte de la mencionada estrategia verbal, por ejemplo, cuando una empresa piensa despedir empleados generalmente habla en términos de reestructuración o aún más amplio y sofisticado de reingeniería; por otro lado, cuando una agencia gubernamental habla de ajustes tarifarios se entiende que lo que viene son aumentos en el costo de los servicios.
Como último ejemplo de atenuación, tenemos la expresión tan puertorriqueña “¡Ay, bendito!”. La usamos en muchos otros contextos, pero quisiera circunscribirme al que nos corresponde en este artículo. Dicha expresión nos ayuda a amortiguar desde lo descortés de un olvido: “¡Ay, bendito, no te llamé!”, hasta lo rudo de un agravio: “¡Bendito!, ¿te ofendí?”
La constante de esta columna es compartir experiencias académicas con los lectores y en cuanto a este tema lo que se ha estudiado es muy poco con relación a la forma en que se utiliza en Puerto Rico. Las investigaciones realizadas establecen una diferencia entre el uso de la atenuación por parte de Hispanoamérica y la que se produce en Europa. Nosotros somos atenuantes y ellos no tanto.
Al traer el tema en las clases de español, me da la impresión de que los jóvenes no son muy apegados a utilizar esta estrategia. El otro día, hablando con un grupo de maestras de español, ellas tuvieron la misma impresión, es más, me indicaron que estos se molestan si les adornan mucho las cosas y no les hablan directo; prefieren la intensificación, pero eso es tema de otra columna.
Me gustaría que me indicaran que otras formas de atenuación han escuchado, pero por lo pronto seguiremos auscultando la atenuación y veremos que le depara el futuro al “¡Ay, bendito!”.