A ella los nazis le quitaron todo; su casa, su ropa, sus libros, su familia, la tranquilidad y la felicidad. 60 años después, sin embargo, Maria Altmann solo quería que le devolvieran una cosa: el retrato de su tía, Adele Bloch-Bauer.
Altmann era una octogenaria judía cuando a finales de la década de 1990 empezó un proceso legal para recuperar cinco cuadros pintados por el eminente pintor Gustav Klimt. Estas pinturas pertenecieron a la familia Altmann hasta que en el 1938 oficiales del ejército Nazi saquearon su casa y se robaron todo lo que tenía valor, incluyendo dos retratos de la tía de Maria Altmann. Ambas pinturas, entonces, terminaron siendo exhibidas en Viena, bajo la custodia de la Galería Belvedere.
El proceso de reclamo, que duró más de siete años, fue totalmente cuesta arriba y notorio. En especial porque uno de los cuadros, el Retrato de Adele Bloch-Bauer I, es una de las creaciones de Klimt más aclamadas mundialmente. De hecho, en aquel entonces a la pieza se le conocía como la Mona Lisa de Austria.
No obstante, Altmann, a sus 80 años y viviendo en California, se mantuvo firme en su reclamo durante casi una década de lucha. No le interesaba el dinero, como demostró eventualmente. Solo quería –en la medida de lo posible– hacerle justicia a lo que ella y su familia sufrieron, aunque tan solo fuese recuperando los retratos de su tía.
Los argumentos de Maria Altmann eran profundos y el proceso de reclamo fue complejo. Sin embargo, Woman in Gold como representación cinematográfica no logró corresponder a la complejidad de la historia, dándole una apariencia trivial a todo el suceso. Se trata de una película ordinaria sobre una historia extraordinaria. Sin duda, este filme no deja una buena impresión de Simon Curtis, quien, con este largometraje, se presenta por segunda vez como director de cine.
Podemos comenzar mencionando que la película es muy artificial por varias razones. Primero, el guión está algo atropellado. Lo suficientemente atropellado como para no desarrollar bien la historia y lograr crear una representación fiel a ciertos elementos vitales del relato real. Uno de esos elementos vitales que se perdieron en el filme fue la dificultad y el estrés al que se tuvo que someter Maria a sus 80 años para lograr la restitución del retrato de su tía. La pieza cinematográfica hace pensar que la lucha de Maria fue fácil y sencilla –en especial porque el guión carece de transiciones entre los sucesos. Pareciera que la cinta estuviese siendo contada en ‘bullets’, teniendo a los eventos de la trama yuxtapuestos de una manera abrupta, sin delicadeza, escueta, como si hubiera prisa.
Segundo, el guión tiene exceso de artificios. Todo es muy perfecto, muy medido. Esto pudo haber sido una falla muy grave en una película que buscaba problematizar y darle exposición a una historia real. Como ejemplo, podemos destacar el personaje de Maria Altmann interpretado por la varias veces galardonada, Helen Mirren. El personaje fue excesivamente estereotípico de la mujer europea de la tercera edad que viene de una familia educada. Una mujer muy refinada, con un hablar rebuscado, acento exótico, movimientos firmes, gargantillas de oro y prendas de perlas –todo llevado a un nivel que rayaba en la exageración.
La película tiene ciertos toques de comedia y cursilería no acertados. Los chistes, por ejemplo, son algo forzados y no fluyen ni se integran al diálogo con naturalidad. En cuanto a la cursilería, hubo instancias que pretendían ser emotivas, mas en realidad se vieron ridículas. Quizás, si el guión no hubiera sido tan atropellado y estuviese mejor pormenorizado, aquellas instancias emotivas pudieron haber sido realmente conmovedoras. No obstante, cabe destacar que las interpretaciones de Ryan Reynolds y Katie Holmes –quienes interpretaron a Randol (sobrino y abogado de Maria Altmann) y a la esposa de este respectivamente– no estuvieron cerca de ser estelares, lo cual contribuyó a que ciertas escenas, fuera de ser emotivas, se vieran algo ridículas.
Con tantos elementos negativos en contra del guión de la película, quizás alguien pudiera tener la esperanza de disfrutar del filme aunque sea de una manera sensorial. Lamentablemente, Simon Curtis no logró nada extraordinario o placentero a los sentidos con Woman in Gold. Visualmente la cinta no fue muy agradable que digamos. Al largometraje le faltó mayor pensamiento estético. No tiene un estilo sólidamente desarrollado, sino que se confeccionó laissez faire. Sí cabe mencionar que hay ciertas escenas atractivas como por ejemplo, la escena inicial donde presentan a Gustav Klimt maniobrando el oro con pinceles y otros artefactos para pintar el retrato de la tía de Maria, ya que el cuadro fue pintado con oleo y láminas fundidas y pulverizadas de plata y oro.
La selección musical tampoco parece haber sido acertada. De hecho la experiencia de ver la película cambiaría drásticamente con otra música. Pese a que se trata de una historia sería y sombría como la de Maria Altmann, la musicalidad de fondo le resta gravedad y crea una ambientación que evoca a lo trivial, a lo sencillo, a lo simple.
Lo mejor de la película –quizás lo que más podría absorber la atención del espectador– son las memorias que tiene Maria. Aunque la trama sucede entre finales de la década de 1990 y el 2006, periodo durante el cual Maria Altmann se embarcó en la misión de recuperar el retrato de su tía, a través del desarrollo del filme se intercalan memorias de Maria sobre su vida antes de que tuviera que abandonar su natal Austria huyendo del régimen Nazi.
Estas memorias jugaron un papel muy importante porque intentaban explicar el afán de Maria por recuperar el retrato de su tía. Resulta difícil entender cómo una mujer cansada de 80 años, que vivía atendiendo una pequeña y modesta tienda de ropa en California decidió atravesar tal odisea para solo recuperar un retrato. No resulta fácil asimilarlo, más aún cuando Altmann demostró que su interés no era lucrarse, pues donó los $200 millones que recaudó con la subasta de los cuadros a distintas entidades artísticas.
La película falló enormemente en capturar la profundidad de las motivaciones de Maria. Trivializó por completo una historia que merecía una representación cinematográfica que fuese fiel a la complejidad y a las sensibilidades del suceso verídico. De una manera muy vulgar, el filme desarrolla la simple trama de una señora elegante que quería recuperar un cuadro que en algún momento le robaron a su familia. Ni siquiera de manera fallida, la película hace el intento de ahondar en la médula de esta historia: los sentimientos de Maria Altmann.
Ella sabía que bajo ninguna circunstancia podría recuperar todo lo que el gobierno de Austria y los nazis le arrebataron de la manera más insospechada y cruda. Pero también sabía que podía recuperar la imagen que podría evocar en ella todas las memorias de una vida que jamás volvió tener. Igualmente sabía que podía erradicar la injusticia de que una galería y el gobierno de un país estuviesen generando ganancias a partir de un crimen y del dolor y sufrimiento de otros.