En ningún otro lugar de Puerto Rico el acero, la combustión y el mar se mezclan tanto como lo hacen en el área sur del Puerto de San Juan. Se trata de una región que cuenta con ocho terminales marítimos industriales de carga ubicados en la zona costera de Puerto Nuevo y parte de Guaynabo. Allí se recibe un sinnúmero de embarcaciones que transportan en contenedores casi todo lo que utilizamos en nuestro diario vivir. Combustible, madera suelta, papel, granos, harina y otros alimentos son algunos de los productos principales que entran por esa región del Puerto de San Juan.
Aquella es un área extraña. No hay mucho tráfico. Los transeúntes son escasos y en su mayoría son miembros del personal de las embarcaciones que caminan buscando un lugar donde puedan comer. Encontrar un lugar para comer no debe ser tarea fácil para estos individuos, quienes no conocen el lugar y tampoco hablan español. La gran mayoría de los empleados de las flotas son estadounidenses, ya que debido a la Ley de Cabotaje todas las embarcaciones que entran o se detienen en Puerto Rico deben ser operadas por los Estados Unidos.
Sensorialmente la experiencia de estar en el área es muy peculiar. Tiene un olor que combina la brisa marina con aceite quemado. Se escucha la quietud del mar y el ruido de la combustión, las grúas, los camiones y la planta de la Autoridad de Energía Eléctrica que maneja uno de los terminales. Y, por último, la polución crea un efecto en el cielo que le otorga una tonalidad violeta y rosada al atardecer.
Sumándose a la escena de esta región costera, se encuentra la cárcel federal de Buchanan como si quisiera hacer algún tipo de alegoría poética con el área, o con aquello que es extraño y se encuentra en lo oculto de la ciudad.