En mi mente de precoz formación periodística, los pensamientos prófugos – aquellos que diariamente emprenden una infinita travesía por la imaginación- deben ser capturados con “el arma de futuro más poderosa”: la poesía. Y es que escribir es liberarse, salir de una cárcel, de un encierro. Quizás, como aquella libertad que experimentan los prófugos al escaparse.
Precisamente, existe un cazador entre todos los cazadores de pensamientos que no se le escapa ni el más mínimo detalle: Gabriel García Márquez. Su estilo periodístico no es forzado, no es una cárcel, es una carretera con diferentes caminos, pero con un sólo destino: liberar del cautiverio a los pensamientos.
Un estudiante de la vida que me enseña a estudiar. Así es García Márquez en sus textos periodísticos y literarios, un estudiante que duda, razona y escribe. Él nos da teoría sin necesidad de teoría. La riqueza estilística de García Márquez puede considerarse una caja de contradicciones pero, ¿quién le pone reglas a los pensamientos? En mi caso he aprendido con sus textos a guardar en un cajón la pirámide invertida y en lugar de llevarla como escapulario en el pecho, la guardo en una de las cárceles de mi mente para una consulta ocasional; porque para hacer buen periodismo, se necesita ser libre y contestar cinco preguntas, me quita la libertad.
¿Qué mejor ejemplo de libertad periodística que rescatar lo que no se rescató del suceso de la Bomba Atómica de Hiroshima? Y es que, García Márquez tomó los detalles y los capturó con su lápiz en su escrito Hiroshima, a un millón de grados centígrados para evidenciar la crueldad y el abuso de poder militar que sufrieron los japoneses. Situarme en el lugar de los niños, los moribundos y la multitud en el río de Hiroshima fueron efectos de la magia que generan los pensamientos prófugos.
Creerme El Muerto Alegre y sentir que cada vez que leía el texto de García Márquez mi cabeza tocaba el ataúd de las ideas, me permitió valorar la impresionante cultura de la Sierpe, donde un velorio es una fiesta. La vida humana es un luto convertido en disfraces coloridos de payasos, y cada ocasión tiene un disfraz que la satisface. García Márquez me cautivó como estudiante, pero más cautivó a los pensamientos prófugos para poder hacer que me adentrara sin pudor en la vida de Álvaro Cepeda Samudio y en su libro de cuentos. La libertad lo logró. Sin ella, García Márquez no escribiría. Ahora me toca liberar mis pensamientos y dejar que sean simplemente prófugos a la expectativa de mi rescate.