Detrás de las estadísticas del crimen se ocultan los pensamientos y emociones de los asesinos. A través de este reportaje penetramos en la vida de algunos de ellos para conocer de primera mano sus historias.
“La peor pesadilla”
Con sólo 22 años años, este joven al que llamaremos “Gabriel”, para proteger su identidad, tiene dos asesinatos en las costillas y ha estado dos veces en prisión aunque por otros cargos. La primera vez, explicó que fue a la cárcel por un año por posesión de armas pero varios cargos se cayeron porque el Policía presentó evidencia falsa. Según él, aunque hayan cometido la falta, los policías fabrican la prueba. Luego estuvo dos años por haber amenazado de muerte a su pareja. No la mató porque en esa ocasión no andaba armado, según dijo.
“Gabriel” ya no está en el País. Huyó tras recibir una amenaza de muerte por ser el responsable de dos de las 936 muertes violentas registradas en el 2010. Otros dos asesinatos que quedarán impunes. "Por eso me voy. Ya es mucho. Le he hecho daño a otra gente como al que maté ", declara asustado luego de haber despertado de 11 años de la “peor pesadilla de su vida”.
Tomó la decisión de irse tras pasar unos días escondido y sólo en los que tuvo tiempo para reflexionar sobre lo que había sido su vida hasta ahora. Cuenta que la muerte de su mejor amigo cuando era adolescente le marcó emocionalmente, pero aún así no fue razón suficiente para hacerlo salir del punto en ese entonces. "Me puse rebelde, no me importaba nada. Mataba al que fuera. En el momento no pienso nada, esa es la cuestión. Si me pongo a pensar un minuto me matan a mí", relató el joven mientras vivía en un residencial público del área metropolitana.
Aunque podía ganar más de 4,000 dólares mensuales vendiendo drogas sólo tres a cuatro días a la semana, no es como lo pintan, porque "por donde entra se va". Los jóvenes caen en una competencia por la ambición, el poder y el respeto. “Gabriel", por ejemplo, pensaba "si ellos son los mejores, yo también puedo". Tuvo su propio punto de droga del que generó 8 mil dólares en varios días. De haber sido mejor administrador quizá hoy figuraría entre los grandes capos de la zona.
Estar en ese ambiente representa, para jóvenes como “Gabriel”, lograr "la vida de los sueños". Por lo menos, eso era lo que pensaba cuando veía los carros lujosos, mansiones y viajes que disfrutaban los narcotraficantes.
La administración de este negocio exige un código de ética que implica ser discreto, no dejarse ver durante el día y no confiar en nadie. En el punto es necesario tener control de los vendedores, cambiar diariamente el escondite de la droga y cambiar de turno cada 12 horas. La ley suprema establece matar a todo intruso o enemigo que se acerque al territorio o, de vez en cuando, asustarlos con una visita. Según "Gabriel" la Policía nunca ha sido un problema para ellos.
"Dicen que la Policía está activa. Sí, pero pendientes a las mujeres y a las menores, muchas tienen un novio policía y las visitan a los apartamentos cuando están trabajando. Aquí los guardias son los más corruptos, al más que le den dinero a esos apoyan", confiesa sobre algunos agentes que, según él, reciben dinero a cambio para que no vigilen ciertas áreas. "Les hemos pasado por delante de ellos armados y se hacen los que no nos ven. Le tiramos el muerto al lado y se van por otro. Aquí la Policía no sirve. Ellos son los corruptos. ¿Que clase de vigilancia es esa?", cuestionó.
“Gabriel” no tenía claro qué le motivaba seguir vendiendo drogas y vivir en "esa guerra" porque, según él, sólo deja dinero a quien lo sepa hacer. Lo percibía como un comportamiento que era automático y lo hacía adicto a la adrenalina que produce ese ambiente de tensión, como si fuera todo el tiempo el actor de una película de acción.
Relató que al haber desertado en sexto grado de la escuela se le hizo casi imposible conseguir un trabajo legal en Puerto Rico. Sus padres lo despacharon con su abuela y no les importó que se fuera de la escuela. Casi nunca le mostraron algún tipo de afecto. Llegó a trabajar instalando alfombras y en construcción. Ahora espera cambiar su vida donde se encuentra pero reconoce que si no encuentra oportunidades puede "caer en lo mismo".
“Esto es suerte y verdad”
"Ware", sabe manejar con facilidad ser el líder de alrededor de 30 vendedores de un punto de drogas. Lo menos que necesita son armas pues las tiene de "todos los colores". Toma por lo menos dos, al igual que sus ayudantes, cuando se tiran al territorio del enemigo a matar al primero que encuentren. "No me importa porque la Policía nunca nos hace nada", confiesa relajado el entrevistado, quien nunca ha ido preso.
Manejar ese grupo le resulta interesante. Cada cual tiene sus funciones. Él se encarga de la defensa y seguridad. Por la frecuencia de los tiroteos no puede precisar cuántos ha organizado o ha vivido, tampoco cuántos ha matado.
"Ayer nos metimos para allá. Esto es suerte y verdad. Vimos un chamaquito raro y mandé a los dos que andaban conmigo a registrarlo. Si él hubiese tenido una pistola, ahí se hubiera muerto", relata con serenidad afirmando que los tres andaban armados con un rifle y un Ak-47. Matar o tirotear en el otro territorio es un acto de intimidación, para establecer límites y denotar poder. Dice que no le da miedo pues es la única forma para que sobreviva el negocio y su vida. Enfatiza que nunca se permiten matar un usuario de drogas porque son "inocentes" y las víctimas de esa guerra deben ser los enemigos.
"Estoy listo para morir y dejar todo”, afirma “Ware”, quien lleva tres años laborando dentro del narcotráfico. “No me dolería dejar a mi esposa porque no nací con ella, a lo mejor un poco, pero no tanto como la nena", confiesa consciente que dejaría huérfana a su hija de tres años. "Ware" entiende que es una guerra absurda pues los que ahora son enemigos, se criaron juntos y jugaban baloncesto. "La guerra es por estupideces porque el otro quiere hacerse el más che che", reconoció el joven de 22 años, quien ha perdido 16 amigos perforados por las balas.
Los tiroteos pueden empezar de cualquier bando pero "esta guerra nunca acabará", destacó el entrevistado quien se graduó de escuela superior con excelencia académica, pero no logró terminar sus estudios universitarios. Trabajó desde los 14 años en varios supermercados, restaurantes, en agencias de seguridad y equipos médicos pero hace tres años no conseguía empleo.
Las fuerzas para enfrentarse todos los días a trabajar en esto dice sacarlas para suplir las necesidades de su hija, un carro que es "una necesidad", y poder adquirir artefactos electrónicos y enseres para el hogar. Por ahora sus pensamientos siguen siendo los mismos. Su sueño sería mudarse si llegara a tener millones de dólares y dejarlos de herencia a sus hijos, “porque pienso tener otro”, sonríe.
El terror de los asaltos
Nunca llegó a matar a nadie, por lo menos eso cree, pero apuntó con una pistola a decenas de personas en los múltiples asaltos que cometió en complicidad con dos amigos en el área metropolitana.
"Flashon", como siempre ha querido llamarse, comenzó atracando un restaurante de comida china y consideró repetir el delito al ver la facilidad con la que se podía cometer sin ser atrapado por la Policía. "Llegué a asaltar casi todos los fast food de Carolina, le perdí el miedo porque luego del segundo y el tercero te sueltas y se hace más fácil", relató sobre el valor que le valió el seudónimo de "el terror de los asaltos de Carolina".
En cada asalto podía conseguir alrededor de $200 a $500 por puro placer. "Lo que ganábamos nos resolvía algo para janguear por la noche, explotábamos los chavos en bebidas y mujeres", recuerda al explicar que sus motivos eran alardear en las salidas nocturnas.
Más tarde se cansó de tener que ocultar su identidad con gorras, barba, tatuajes ficticios y tintes para el carro.
Solo una vez ha sido procesado por Ley de Armas por la que cumplió cárcel un año y medio. El proceso judicial le permitió reflexionar y se alejó de ese ambiente por temor a volver a ir preso, a un tiroteo o la muerte.
Ha estado en cuatro ocasiones al borde de la muerte y le aterra la idea de dejar huérfana a su hija de tres años, quien vive con su madre en otro lugar. "Uno no es malo, uno trata de sobrevivir", argumentó el joven de 23 años quien entiende que la situación está peor que cuando él empezó.
"Esta guerra no va a acabar, aquí nunca va a haber paz", sentenció “Flashon” quien ha perdido alrededor de diez amigos víctimas de esta guerra.
Entiende que los jóvenes comienzan en esto por dinero pero "se juckean”. “Flashon” ha considerado estudiar mecánica diesel pero no tiene transportación. Por el momento, no trabaja aunque ha entregado varias solicitudes y siempre le contestan con la conocida frase "está bien te llamamos". Le gustaría irse "para Estados Unidos o conseguir un trabajo en algo que no tenga que vivir persea'o". Sin embargo, no descarta recurrir a lo mismo en caso de necesitar dinero.
Respecto a la Policía, explica haberles perdido el respeto. Aunque el que lo arrestó "fue under" y le habló claro, otros agreden físicamente y provocan enojarlos para levantar cargos. "Los guardias pierden el tiempo, se pasan charlando, paran a los que van en motoras, pero a los del punto no les dicen nada", afirmó el residente de San Juan quien, al igual que "Gabriel", menciona que ciertos agentes recibían dinero a cambio de no acercarse a los puntos. "Si hicieran su trabajo, los tiroteos fueran menos", añadió.
"Gabriel", "Flashon" y "Ware" escogieron sus seudónimos. Accedieron a las entrevistas porque desean ser escuchados y compartir que se sienten víctimas de un sistema social defectuoso en el que cada vez son más escasas las oportunidades educativas y profesionales. Finalmente, exhortaron a la juventud que eviten entrar a esa "guerra", de la cual la muerte es el final más seguro.