El escritor Carlos Fonseca (San José, Costa Rica, 1987) publicó su primera novela, Coronel lágrimas, con la editorial española Anagrama, a principios de este año. El debut de Fonseca intriga y promete, máxime si en palabras del argentino Ricardo Piglia, este lo describe como uno de sus estudiantes más brillantes en la Universidad de Princeton. En Coronel, un protagonista que lleva ese título militar como único nombre vive aislado en los Pirineos para dedicarse a destilar la totalidad de la historia humana en un sólo texto. Fuera de unas interacciones epistolares con su único discípulo, un mexicano llamado Maximiliano Cienfuegos, el Coronel vive sus días solitario, escribiendo.
Juventud y maestría se funden en esa ópera prima de Fonseca, cuya infancia y adolescencia transcurrió en nuestro País. A continuación, Diálogo presenta esta entrevista para dar luz sobre el trabajo del escritor.
Diálogo: Has descrito en otras entrevistas el proceso de escribir la novela. Cuando te sentaste esa primera vez a escribir, ¿sólo tenías el personaje? ¿O la biografía tan particular de Alexander Grothendieck ya te sugería los temas de la historia? ¿Qué otras cosas querías lograr en esa primera versión, que al parecer fue algo imprevista?
Carlos Fonseca: Como dices, la novela surgió de manera repentina, inesperada, mientras escribía otra novela más larga. Una mañana me levanté y escribí el primer párrafo de Coronel Lágrimas, esa primera aproximación al protagonista con la que comienza la novela. Me gustó el estilo, juguetón, rápido, y me pregunté si podría escribir una novela entera siéndole fiel a esa voz narrativa extraña que aparecía en el primer párrafo. Además de eso tenía, a partir de lo que me había contado un amigo, unas cuantas anécdotas de la vida alocada del matemático francés Alexander Grothendieck, en particular esa que lo ubicaba en pleno Vietnam, dando clases de matemática avanzada como si se tratase de un gesto político. Poco a poco, mientras exploraba la vida de Grothendieck, me di cuenta de que quería escribir la historia de un hombre obsesionado con la información como si fuese la alegoría de nuestro siglo. Quería ver cómo el pasado siglo había comenzado adicto a la acción y había terminado adicto a la información. La escritura, en ese sentido, tenía dirección. Lo difícil fue lograr que las piezas cuadraran e intentar que la novela no se volviera demasiado pesada.
D: Si Maximiliano sitúa de cierta manera la historia de Latinoamérica frente a la de Europa, ¿qué entiendes de la desconexión que ocurre entre el Coronel y ese, su único discípulo?
CF: Europa alucina a América tanto como América alucina a Europa. La correspondencia entre Maximiliano y el Coronel es en este sentido una comunicación entre dos sordos que, sin embargo, pertenecen al mismo mundo globalizado de la información. Mientras escribía la novela empecé a apostar cada vez más por Maximiliano en oposición al Coronel. Creo que se nota en la voz narrativa. Frente al decadentismo aristocrático e informático del Coronel, Maximiliano llegó a representar, para mí, la figura de una América Latina que batalla por entrar dentro de la historia oficial eurocéntrica. Me gusta pensar que la novela narra un poco el triunfo de Maximiliano, el triunfo del hombre común. América Latina empieza a incomodar, a través de la novela, a Europa.
D: Ya otros han comentado las similitudes entre tu novela y el trabajo de Roberto Bolaño, pero creo que aquí hay trazos del Bolaño más juguetón que le inventó biografías a escritores nazis que el Bolaño que se adentró en las noches eternas de Ciudad Juarez.
Me encanta tu observación, el hecho de que acerques la novela al catálogo juguetón que construye Bolaño en La literatura nazi en América. Me alegra pensar que los proyectos del Coronel tienen mucho de ese libro, al igual que de sus parientes cercanos: La Sinagoga de los iconoclastas, el magnífico libro de Juan Rodolfo Wilcock, Historia universal de la infamia, de Borges, o Vidas imaginarias, de Marcel Schwob. A Bolaño le interesaba repensar juguetonamente el proyecto borgeano de la enciclopedia total. Creo que las tentativas teóricas y los proyectos del Coronel deben ser vistos así: con mucho humor. Por otra parte, me parece que hoy día nos acercamos mucho a un enciclopedismo posmoderno. Basta entrar en Wikipedia para saber cómo se puede brincar de link en link, con cierto placer inmediato, sin llegar realmente a ninguna experiencia. Creo que en la novela me interesaba analizar la estructura narrativa y los peligros de ese enciclopedismo posmoderno.
Bolaño siempre apuntaba a un autor que le parecía fundamental y que tendríamos que leer más: Juan Rodolfo Wilcock y su Sinagoga de los inconoclastas, un catálogo magnífico y alocado sobre emprendedores con proyectos desmedidos. Un libro fascinante, pero poco leído sobre lo que le pasa a la ciencia y a la razón cuando, llegando al límite, decide entregarse a la sinrazón. Me interesa mucho ese instante. Sin embargo, creo que el Bolaño más impresionante es el de 2666, el que se adentra en las noches eternas de Juárez y se atreve a narrar. Pero eso ya son palabras mayores. Junto a Austerlitz, de Sebald, 2666 es para mí la gran novela de lo que va de siglo.
D: ¿Creíste necesario inyectar liviandad en tu narrativa desde un principio? ¿Por qué? Pienso en la cantidad de tragedias históricas a las cuales haces referencia en yuxtaposición con algo como (uno de mis detalles favoritos) la imagen del Coronel distraídamente dibujando el símbolo anarquista. A veces me parecía que escribiste a un protagonista con espíritu de niño que no se deja hundir por el peso de la historia del siglo en que nació.
CF: De tu lectura de la novela siempre me fascinó el hecho de que notaras que en la novela –más allá de lo que a primera vista puede parecer un gesto pedante y pretencioso en su ambición– hay mucho humor. La novela no se debe tomar muy en serio, si no sería insoportable. Estoy totalmente de acuerdo contigo en el que la novela no funcionaría sin cierta levedad, sin cierto humor de parte de la voz narrativa. Para mí el Coronel es un personaje un tanto patético, reducido a la inacción por culpa de sus propias teorías. El Coronel se distrae, se queda dormido, va al baño, bosteza, come. Es como todos nosotros. En este sentido la novela me parece una tragicomedia, como lo fue la historia del pasado siglo, que comenzó adicta a la acción y terminó adicta a la información. Recuerdo que mientras escribía la novela siempre me preguntaba cuál sería la mezcla ideal de humor y de seriedad, de risa y de pasión. En este sentido, uno de los modelos que seguí fue una novelita no tan conocida de Nabokov que se titula Pnin. Allí el narrador sigue, con cariño, tacto y cautela, a su protagonista –un viejo profesor universitario– a través de sus torpezas. Me interesaba imitar esa voz narrativa, darle cierta levedad –como pedía Ítalo Calvino– a un siglo que tal vez fue demasiado pesado.
Me interesa mucho la tradición más humorista de la novela: El Quijote, Bouvard y Pécuchet, Pnin, Tristam Shandy, o más cerca de nosotros, La Guaracha del Macho Camacho. Luis Rafael Sánchez me parece un maestro en ese aspecto y muchos otros. Algo así también están trabajando en Puerto Rico autores como Bruno Soreno y Rafael Acevedo.
D: No solo me sorprendió el título por ser tan directo y honesto, sino que también me pareció bella y franca el uso que haces en la novela de una fórmula matemática como herramienta para medir emociones. ¿Sientes que escribiste una novela sincera? ¿De qué manera?
CF: Creo que esta era tal vez la gran pregunta que me hacía mientras escribía la novela: ¿qué podría significar escribir una novela sincera en nuestros tiempos tan irónicos? No creo en la posibilidad de simplemente regresar a un modo de narrativa “carnal” o “visceral,” creo que en nuestros tiempos irónicos hay que batallar en contra de la ironía, pero atravesando la ironía misma. Cuando escribía la novela esa era para mí la gran pregunta: ¿cómo llegar de la ironía a la experiencia sincera? El Coronel, como bien apuntas, es un hombre que de cierta manera intenta alejar la experiencia vivida, cifrarla en conocimiento, escribir sobre vidas ajenas, en vez de sobre sí mismo. Escribe una ecuación para no tener que narrar su experiencia. Pero poco a poco, la vida le empieza a salir al paso, poco a poco la voz narrativa le pide sinceridad hasta que al final, ya bastante borracho, se confiesa a su modo. No puedo, sin embargo, decir que el Coronel es mi enemigo, pues le llegué a tener mucho cariño. Creo que hoy día todos somos un poco así, nos escondemos detrás de la ironía. La pregunta sería entonces si, a través de la ironía, podemos llegar a una sinceridad todavía más compleja.
En cuanto al título, fíjate, que todavía hoy dudas sobre él, pero me parece que corresponde a esa noción de la novela como algo leve, con humor en vez de algo serio y escolástico. Coronel Lágrimas tiene algo de caricatura, de libro infantil. Me gusta pensar que esa vena infantil retrata al personaje que, como dices, tiene mucho de niño.
Coronel lágrimas ya está disponible en linea, en formato digital y pronto llega a librerías en la Isla.