Que la política es dinámica y está en constante movimiento, lo sabemos todos. Lo que nos cuesta entender, muchas veces, es que los conflictos de años atrás nos continúan persiguiendo hasta el día de hoy. Debemos dejar en claro, entrando en el tema, que la política y la economía no son lo mismo. A la política se la entiende como el arte de gobernar, de establecer mediante una autoridad representativa un sistema que permita organizarnos como individuos dentro de una sociedad de la forma más equitativa posible.
En cambio, la economía pasa por otro lado. La economía remite a los bienes y servicios que poseemos entendidos como medios de necesidad humana. Su producción, su distribución y su consumo son las acciones a evaluar. A grandes rasgos podríamos decir que la economía estudia los recursos escasos, y la política las relaciones de poder que se generan a partir de su distribución.
Hoy el sistema se rige mediante las normas de la economía. La lógica económica es la que regula las relaciones de los objetos pero también de las personas. Entonces podemos divisar dos grandes modelos de políticas económicas. Y cuando hablamos de política económica estamos haciendo referencia específicamente a las medidas, leyes, subsidios, impuestos, beneficios, incentivos que efectúa un Estado para gobernar sus recursos, para distribuirlos equitativamente entre la sociedad, para mejorar las relaciones de poder entre los sujetos económicos. Pero cuando hablamos de economía política tenemos en cuenta la división de clases. Es inevitable.
Neoliberalismo
El modelo del libre mercado se remonta a la aparición del capitalismo. Pensemos que cuando el intercambio de bienes extendió las fronteras de las naciones y se pudo establecer un valor formal internacional para cada producto, revolucionó la estructura de la sociedad. Cuando los individuos aplicaron la propiedad privada a los medios de producción y tuvieron la libertad de gestionarlos cambió todo. Así surge el capitalismo. Las naciones ya no se encontraban bajo sistemas absolutistas, o al menos ya la monarquía no tenía la suficiente fuerza imperial.
El productor de bienes ya no pensaba en abastecer a la comunidad sino que buscaba trascender las tierras conocidas. Es aquí donde el poder del Estado aumenta, pues es éste quién maneja los grandes recursos. Pero también crecen las libertades de los sujetos económicos individuales, de los emprendimientos privados. Aquí surge el concepto de macroeconomía. Pensar las ideas de Adan Smith bien aplicadas sería utópico. Un mercado que al regularse por sí sólo podría darles las mismas oportunidades a todos los individuos, a todos los países, es inconcebible. Es aquí dónde el capitalismo entra en contradicción.
En esta formación del Capitalismo como fase superadora del Medioevo surge una doctrina -difícil de encasillarla en un tiempo histórico ya que hay varios discursos al respecto-, el imperialismo. La base del imperialismo es comprender que los Estados más fuertes son los que se reparten los grandes recursos del planeta por lo tanto la colonización es el punto clave para el crecimiento de los mismos. Pero cuando la gran polarización que ofreció al mundo la Guerra Fría se fue desarticulando, el neoliberalismo fue quién vino a continuar con lo que el liberalismo había empezado. Pero el escenario se había modificado. Como el Capitalismo da esa contradictoria libertad privada, las empresas familiares crecieron muchísimo. El poder de los grupos económicos dejó de estar asociado con la burocracia estatal.
En muchos casos llegó a tener más poder que el Estado mismo. Bajo el lema francés “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même” que significa “Dejad hacer, dejad pasar, el mundo va solo” se retoma la idea de que el mercado es un ente que libremente puede acoger a todos los individuos de igual manera y darles las mismas oportunidades. El Estado-Nación a principios de 1960 ya posee un rol más democrático que décadas y siglos atrás. Su figura se vuelve mucho más representativa porque el sufragio ya era corriente aunque los procesos dictatoriales que se vivieron en América Latina demuestren la resistencia al modelo.
El cambio es abismal ya que quiénes se benefician con este nuevo modelo de no intervención estatal son los sujetos económicos. Pero no todos, si no los más poderosos.
En Argentina, tenemos una tradición reciente. Comenzando con la última dictadura militar donde se empieza a implementar este modelo continuándolo con el gobierno de Carlos Menem. Las privatizaciones constantes, la falta de inversión en puntos estratégicos para el bienestar de la sociedad y la falta de respuestas del rol del Estado frente al nuevo contexto empresarial dieron lugar a una crisis inequívoca entre el 2000 y 2001.
Intervencionismo
Intervenir es un verbo que implica efectuar una acción. A diferencia del modelo anterior que se dejaba hacer, que no se actuaba, en este sí. El rol del Estado ha sido siempre intervenir en la economía, el Estado como tal está construido para que pueda hacerlo.
Cuando las políticas más librecambistas no pudieron sacar de las crisis que su implementación misma había efectuado, allí apareció el Estado Benefactor o de Bienestar. Bajo el lema opuesto al de libre mercado, este modelo intenta garantizar ciertos derechos a cada individuo de la sociedad. Un punto clave del Intervencionismo es la estatización. Cuando un determinado país proclama por ley que un bien, un servicio o un recurso natural pertenecen al propio país, es decir al Estado, quiere decir que pertenece a todos los individuos de dicha sociedad. La premisa del Estado es que “el Estado somos todos”.
A partir de aquí se comienzan a iluminar nuevas claves para la economía como el ahorro, el empleo, el gasto fiscal y la demanda agregada. John Maynard Keynes planteaba que para salir de las crisis recesivas había que imponer una fuerte política estatal que logre llevar adelante el período deficitario mediante el gasto público.
El ejemplo más claro que tenemos en este Argentina fue el caso peronista. En las dos primeras presidencias el rol del aparato estatal fue incrementando. Primero, políticas sociales que garantizaban a la población derechos básicos; luego, la creación de organismos estratégicos como el IAPI que se encargaba de regular las exportaciones –entre otras cosas-.
Observaciones finales
Muchas veces suelen pensarse estos dos modelos como blanco y negro. La política siempre ha sido una confrontación de intereses y poderes donde la clave está en la negociación para que los beneficios sean equitativos. Los casos concretos que han pasado por Argentina y el mundo son varios.
El comunismo y el socialismo suele pensarse como la máxima intervención del Estado donde no existen capitales privadas y la estatización es total. Desde la vivienda hasta el sistema sanitario y la distribución de alimentos. La organización es distinta. Podemos emplear el caso de Cuba aunque en los últimos años se ha desarrollado una penetración de capitales privados pero todavía no logra desestabilizar el sistema. Cuba sigue siendo un país vanguardista dentro de un contexto mundial que no lo avala.
Las posturas siempre se dividen. La confrontación es constante. Las escuelas de pensamiento han sabido encaminar a los individuos de una u otra manera dentro del intervencionismo o dentro del neoliberalismo. Para poder comprender ambas hay que guiar nuestras hipótesis a partir de los casos que ya se ofrecieron, las pérdidas, las victorias, las remotas posibilidades de terminar con la pobreza. Todo está en la organización de las sociedades, en la política económica.
Es cuestión de repasar todo, reevaluar cuál es el verdadero papel que debe cumplir el Estado, sincerarnos sobre las verdaderas posibilidades que ofrecen ambos modelos, comprender el papel de los grandes grupos económicos y por sobre todas las cosas, pensar en una sociedad más justa pero con argumentos concretos y reflexionados. En un capitalismo democrático donde muchos aspiran a que sea justo, quizás el camino esté en un equilibrio entre los capitales privados y públicos. Sólo quizás.
Fuente Revista Alrededores