Por: Mario E. Roche
La antropóloga mexicana, Rossana Reguillo, quien recientemente fue amenazada de muerte por sus manifestaciones públicas en favor de la justicia y contra la impunidad de la narcopolítica en su país, visitó Puerto Rico para participar en el VIII Seminario de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC) que se llevó a cabo en la Universidad Metropolitana del Sistema Ana G. Méndez.
En su conferencia magistral, titulada “Comunicación y contemporaneidad”, Reguillo invitó a mirar críticamente el escenario actual. Por un lado, denunció la violencia mediática, “que normaliza lo criminal”, “pretende instalar la idea de que hay sujetos ejecutables” y “anestesia” el pensamiento crítico. De otra parte, señaló la connivencia entre el poder político, el narcotráfico y los medios de comunicación que, a su juicio, han pretendido silenciar la tragedia de la violencia mexicana, siendo el asesinato y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa uno de sus episodios más sórdidos. Asimismo, la profesora de ITESO (Guadalajara), reconocida por sus trabajos sobre las culturas urbanas, las juveniles y la cotidianidad, ve el activismo en la red como un campo de batalla “por un mapa de lo posible”. Conversamos con ella en una pausa de la trepidante agenda de ALAIC 2015.
Mientras escuchaba tu conferencia no dejaba de impresionarme por la valentía con la que te expresas sobre lo que ocurre en tu país. Y pensaba en los debates sobre el rol de los intelectuales en nuestra esfera pública… Evidentemente, tu decidiste dar la cara y estás pagando un precio muy alto.
Yo creo que vivimos tiempos convulsos. No solo en México… aunque la situación de mi país es verdaderamente dramática. Una de las responsabilidades de los intelectuales es asumir el rol de una voz pública y crítica capaz de poner en cuestión a los poderes y los problemas, los modelos de desarrollo por los que se ha optado. Claro, no es bonito ni cómodo estar amenazados pero, por eso mismo, es necesario no renunciar a la voz pública.
¿El intelectual público tiene que asumir que en ocasiones podría vivir entre el protagonismo y el riesgo? ¿Cómo enfrentas esa realidad?
Yo trato de cuidarme en el sentido de no arriesgar ninguna crítica en falso. Eso es importante. No se trata de salir a fanfarronear ni a pelear al espacio público. Sino de mantener una voz de autoridad moral, apoyada en tu trabajo de investigación y en la labor intelectual. Es indudable que estar bajo amenaza sí mina, te afecta, trastoca tu vida cotidiana. Quizás lo que me ha ayudado es que convertí el tema de mis amenazas en un objeto de estudio. He aprendido mucho de las dinámicas de amenaza y acoso en la red. Ya no es solamente el ‘troleo’ para molestar al otro, sino el uso de las amenazas para interrumpir la conversación pública.
El activismo en la red es uno de los ejes centrales de tus investigaciones más recientes. Sin embargo, hay estudiosos del tema que afirman que ese activismo es muy frágil, que los lazos que forma terminan siendo muy débiles y efímeros, y que no necesariamente da paso a acciones concretas más allá del escenario virtual. ¿Qué opinas al respecto?
Yo no comparto para nada esa perspectiva. Mi visión es más optimista. Lo he venido estudiando desde 2010, con los sucesos de la “Primavera árabe”. Pero hay que distinguir que lo que se hace no es ‘activismo en la red’. Es un error verlo de esa manera. Lo que sí se hace es ‘activismo’ y entonces se usan distintas herramientas para posicionar temas, tratar de cambiar agendas y visibilizar problemas. Pero esos esfuerzos no se agotan con un ‘tweet’. Uno está trabajando todo el día.
Decías que has convertido las amenazas en las redes sociales en tu propio objeto de estudio.
Así es… he tenido que aprender ciencia de redes, minería de datos, a manejar softwares muy sofisticados, a analizar el lenguaje, las estrategias, las horas en las que aparecen y desaparecen (los mensajes amenazantes). Afortunadamente, los jóvenes han sido mis grandes maestros.
Cuando hablaste de los desaparecidos, sugeriste que existe una relación perversa entre el poder político, los narcos y el campo mediático que busca invisibilizar lo que está pasando en México. ¿Podrías abundar al respecto?
Es un problema muy serio que quizás no sea privativo de México. La expresión “narcopolítica” es aplicable a muchos países, en América y Europa. El caso de Ayotzinapa lo reveló todo, como si fuera una fotografía: los lazos más terribles y corruptos entre las autoridades municipales, los policías y los narcotraficantes. Sí, es un desastre.
Otro de tus señalamientos está relacionado con la cobertura de la violencia en México. Aludiste a la excesiva tendencia a la cuantificación de las víctimas (“los periodistas tienen un ‘ejecutómetro’”) y a la incapacidad para describir las complejidades del narcoestado. Pienso que ese problema de la dimensión del lenguaje va mucho más allá del periodismo mexicano. ¿Qué opinas sobre esto?
Creo que aunque muchos digan que no, el periodismo del día a día sí te permite hacer un trabajo distinto. El problema está relacionado con la formación de los periodistas. Lo primero que se tiene que promover es la sensibilidad para el ‘extrañamiento’. Es decir, si no somos capaces de desnaturalizar la mirada con la que muchos jóvenes ven la realidad no vamos a avanzar. Porque entonces solo se fijarán en el cuerpo tirado en la calle o en la viejita miserabilizada, y eso es muy preocupante. Así que hay que enseñarles a mirar las cosas de otro modo, a cuestionar todo aquello que parece normal: “la violencia solo está en las zonas pobres; los pobres son violentos; los afrodescendientes son peligrosos”.¡Y eso es terrible!
Tus reflexiones evocan los trabajos recientes de Susan Sontag, por ejemplo, el libro “Ante el dolor de los demás”, que reflexiona sobre el impacto de la imágenes en la sociedad contemporánea. ¿Crees que hoy, más que nunca, es necesario mostrar para revelar la complejidad y la verdad?
¡Claro! Se trata de dignificar la realidad, de dignificar a los muertos, a los ejecutados, como han hecho algunos fotógrafos en México. Ellos han mostrado esa realidad a través de un trabajo muy fino.