En Octubre, más concretamente el día 16 se recuerda el Día Mundial de la Alimentación, establecido en 1979 a instancias de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), llamado también, a partir del año 2001, Día Mundial de la Soberanía Alimentaria.
Al momento de la fundación de esta organización, el 16 de Octubre de 1945, el mundo aún no se había repuesto de los dolores y horrores de la Segunda Guerra Mundial y millones de personas seguían al borde de la muerte por inanición, requiriendo una atención urgente y decidida.
Este panorama, impulsó la creación de esta iniciativa, cuya finalidad intentaba generar lazos de solidaridad, colaboración y ayuda entre los países, para mejorar la eficacia y el alcance en la lucha contra el hambre, la malnutrición y la pobreza.
Durante décadas, con aciertos y fracasos la FAO cumplió un rol aceptable en esa dirección, pero pese a ello el hambre en el mundo, no sólo no descendió, en términos cuantitativos y cualitativos, sino que se incrementó y casi el 20% de la población del Planeta no tiene lo mínimo indispensable para su subsistencia.
Sin ir más lejos y en estos precisos momentos en que los titulares de los grandes medios de comunicación y portales informáticos se pelean por vaticinar el resultado de la crisis económica global, el silencio cubre la hambruna que afecta a 13 millones de personas en el denominado Cuerno de África, en el cual países como Somalía, Etiopía y Kenia entre otros, tienen a gran parte de su población al borde de la extinción por hambre, a la par que los poderosos asisten con miles de millones de dólares o euros a los dueños de la piratería financiera internacional.
En una suerte de lógica o ilógica perversa, casi es seguro que piensan de esos pueblos que son negros y africanos y no merecen el mismo tratamiento que los griegos, españoles o italianos.
Los sienten como personas de segunda categoría y así los tratan. El tan declamado derecho humano universal a la alimentación, consagrado en tantas declaraciones, congresos y convenciones internacionales, mientras tanto, duerme el sueño de los justos ante la indiferencia generalizada.
Eso sí, en un cinismo sin parangón, organizaciones, proyectos y programas financieros y periodísticos se ocupan en esos mismos territorios, de anoticiar con ahínco a todo el mundo sobre su loable labor de salvar y proteger a las gacelas, elefantes, leones y cuanta especie camine por esas tierras, ínterin los seres humanos se convierten en pasto de los buitres.
Insisto: Negro, africano o pobre no son una buena combinación para obtener un pasaporte hacia la vida.
Nadie de nosotros puede considerarse ajeno a este genocidio, ya que en la euro zona, Estados Unidos y otras latitudes, el gasto en alimentos, atención sanitaria, peluquería, guarderías, psicólogos, entrenadores y paseadores de mascotas, supera, en mucho, el monto que requeriría la erradicación del hambre de los más desprotegidos del mundo. Mientras un discurso tentador y sensiblero que habla de los derechos de los animales, poniéndolos en un pie de paridad con los seres humanos, se entroniza, las clínicas veterinarias se multiplican y los laboratorios multinacionales, ligados casi siempre a la matriz del agro negocio, se restriegan las manos, por las ganancias que ingresan a raudales.
No es casual el incremento del marketing publicitario en esta dirección, tampoco la concurrencia de gente del espectáculo a programas con mascotas, presentadas a la “moda” y en forma tan ridícula como sus dueños, despertando en muchos la imitación cholula, que impone la adquisición innecesaria de tal o cual especie o raza de animal.
A la par se vitupera casi por herejes, a los que por carencias y con métodos casi prehistóricos e intentando prolongar aunque sea un día más, su sobrevivencia y de su familia, sobre la tierra, cazan algunas de las especies que gozan del favoritismo cultural y sentimental, de los que sentencian a pueblos enteros a su desaparición.
Un representante de un país africano, en una convención en París, a sus pares de las naciones enriquecidas, les dijo: Mientras ustedes hablan de proteger la biodiversidad, nosotros nos la comemos para vivir un día más.
Sobre el origen de estas hambrunas homicidas, mucho se ha dicho y escrito, pero no vaya a creer que las causas obedecen a la superpoblación del Planeta, las variaciones climáticas o la poca producción de alimentos, todo lo contrario, la comida que se tira o se desperdicia en el mundo, es más que la que se consume, estudios en esa dirección lo han demostrado claramente.
En la génesis y desarrollo de esta lamentable realidad, mucho tiene que ver la injusta distribución de la riqueza, la concentración del mercado alimentario en pocas manos que desechan comida para mantener los precios, el consumismo irracional y la falta de equidad en las relaciones de poder internacionales.
Es largamente sabido que un pequeño grupo de privilegiados, entre un 15 y un 20% del total de la población planetaria, ubicados en los países enriquecidos (intencionalmente llamados ricos), pero también dentro de nuestras propias sociedades, consumen el 80% de los alimentos que produce la tierra. Para que lo entienda lo gráfico de la siguiente forma: En una mesa, se sientan 10 comensales, viene un mozo con 10 milanesas y cuando todos creen que comerán una cada uno, 2 de ellos se devoran 8, en consecuencia los 8 comensales restantes se tienen que conformar con 2.
En esta repartija injusta, el hambre siempre será una dolorosa realidad. La soberanía alimentaria que permitiría a los pueblos, la autodeterminación de qué producen, qué comen y quiénes, sucumbe ante el impulso arrollador de los agronegocios, orientados a la maximización de ganancias en el menor tiempo e inversión posible y concentrados en pocas manos.
Valga a manera de colofón la frase que se la atribuye a Gandhi, que expresa: "la tierra proporciona lo suficiente para cubrir las necesidades de todos los hombres, pero no para la codicia de unos pocos".
El autor es profesor e investigador universitario en Argentina.
Fuente EcoPortal