Conocemos la existencia de numerosos lugares que no figuran en los mapas y, sin embargo, se nos dice que existen.
Uno de los ejemplos más conocidos actualmente es el andén 9 ¾ de la estación de trenes de King´s Cross, en Londres, que aparece referenciada en los libros de Harry Potter, de J. K. Rowling.
Este andén secreto, situado entre los andenes 9 y 10, constituye el punto de partida del Expreso de Hogwarts, el convoy que transporta a los aspirantes a mago. Aquel andén literario cobró tanta entidad para miles de lectores que muchos de ellos, al igual que devotos visitando alguna reliquia, trataron infructuosamente de encontrar el andén. Y no eran pocos los que lo intentaban a sabiendas de que no existía: no en vano, en la saga de Harry Potter se describe el andén como invisible a los ojos, y que sólo se puede acceder a él atravesando la pared que separa los andenes 9 y 10. Tal ha sido el fervor de la gente, que insistía en seguir creyendo en algo que no estaba allí, que el ayuntamiento de Londres construyó un andén falso para que pudieran visitarlo todos los seguidores.
En realidad, lo único que ha hecho el ayuntamiento es instalar una señal de hierro forjado sobre la pared del edificio secundario donde debería figurar el andén; también ha puesto un carrito portaequipajes que parece que está medio atravesando la pared (que al publicarse este artículo seguramente ya estará ubicado en otro lugar cerca de la puerta principal y las taquillas de los billetes, a causa de las obras de remodelación la estación).
La cuestión es que debido al atractivo turístico del enclave y de su innegable aureola mágica, el andén falso ya aparece en muchos mapas y guías de viajes, como si fuera un lugar tan real como otro cualquiera.
Lo mismo sucede con la casa de Sherlock Holmes en el 101 de Baker Street (muchos londinenses, incluso, reflejaron en una encuesta que creían que Holmes era un personaje histórico). U otros nombres procedentes de la ficción que han sido empleados para bautizar calles, como la ciudad de Wincanton, en la región inglesa de Somerset, que ha nombrado a dos de sus calles como Peach Pie Street y Treacle Mine Road, en honor a dos paseos de la saga de libros de fantasía satírica de Mundodisco, de Terry Pratchett. Wincanton, incluso, está hermanada con la capital de Mundodisco, Ankh-Morpork.
En Holanda, existe un barrio del municipio de Geldrop, a las afueras de Eindhoven, cuyas calles tienen nombres de personajes y conceptos de El señor de los anillos, como también sucede en Davis, California. Las calles de Stratford, en Nueva Zelanda, tienen nombres de personajes de las obras de Shakespeare, por aquello de que fue en Stratford donde nació Shakespeare, aunque en el Stratford de Inglaterra.
Aracataca, municipio colombiano natal de Gabriel García Márquez, llevó a cabo un referéndum para cambiar su nombre por el de Macondo, en homenaje a la novela de Márquez Cien años de soledad; aunque el referéndum no prosperó y el municipio mantuvo su nombre original.
Una sensación que describe muy bien Joan Barril en su columna periodística Los días vencidos, titulada Lugares fantásticos:
"A veces, paseando por el bosque, espero encontrarme con la casita de chocolate. En plena navegación tranquila suelo buscar por sotavento la famosa ínsula de Barataria, donde los descendientes de Sancho Panza sin duda la deben haber convertido en un paraíso fiscal. En las noches de niebla espesa me gusta ver los destellos del faro del fin del mundo o recibir una invitación para una cena desarmada en el castillo de Camelot o en el lejano Shangri-La. Existen un montón de lugares que no se encuentran en los mapas y que, sin embargo, ayudan a mantener el equilibrio del planeta y el estímulo aventurero de la humanidad".
Esos mapas inventados que aparecen en las primeras páginas de los libros de fantasía y que ayudan al lector a la hora de situarse en el entorno en el que se mueven los personajes tuvieron un precursor: J. R. R. Tolkien. El autor, apasionado por las lenguas y los mapas, incluyó en la primera edición de El hobbit un mapa dibujado por él mismo, en el que figuraban las inmediaciones de la Montaña Solitaria, el objetivo del viaje de Bilbo Bolsón.
Más tarde repitió esta técnica en El señor de los anillos y la tendencia se fue propagando a otros autores, como Ursula K. LeGuin y su mapa del mundo de Terramar, que fueron incluyendo mapas de distintos niveles de detalle que habrán de aclarar posibles confusiones del lector relativas a la topografía y geografía de cada mundo.
Otros casos más extensos son, por ejemplo, el de la ciudad Santuario, situada en un mundo imaginario en la que diferentes autores reconocidos sitúan sus relatos en la antología de fantasía épica El mundo de los ladrones. En Estados Unidos se llegaron a publicar hasta 12 volúmenes de este mundo, que cada autor enriquecía y aumentaba de tamaño con sus propias historias. Autores como Poul Anderson, Marion Zimmer Bradley o Joe Haldeman. Bajo esta misma filosofía se desarrolla el mundo de Riftwar, de Raymond E. Feist, habitada por elfos, enanos, demonios y otras criaturas de similar ralea.
Todas estas historias tratan de reflejar, de forma más o menos sutil, aspectos de la realidad. Los mapas de sus mundos son metáforas de los mapas reales. No es extraño, pues, que las geografías de estos mundos inventados no difieran demasiado en su disposición de las geografías de un mapa real: el norte acostumbra a ser un paraje helado; el sur, tropical o desértico; incluso las razas que habitan en el sur y el este suelen compartir rasgos con sus homólogos reales: los pobladores de los continentes asiático y africano.
Así pues, el salto de la ficción a la realidad suele ser común. La ficción lo contamina todo, hasta confundirse con la realidad. Y entonces en la realidad encontramos cosas que existen exclusivamente gracias a la poderosa influencia de la literatura. De nada más.
El autor es escritor
Fuente Blog Papel en Blanco