Alguien en Hollywood piensa que la juventud contemporánea muere lentamente.
Hace un año llorábamos ante la pérdida inminente de uno o ambos de los enfermos enamorados de The Fault in Our Stars, dirigida por Josh Boone, con un libreto basado en la novela aclamada de John Green. Ahora la literatura sobre una adolescente diagnosticada con cáncer vuelve para bien o para mal a la pantalla grande con Me and Earl and the Dying Girl, dirigida por Alfonso Gómez-Rejón.
Escrita por Jesse Andrews, autor del libro con el mismo título, la cinta está protagonizada por Thomas Mann en el personaje de Greg, quien mantiene un perfil bajo entre las diferentes poblaciones de su escuela secundaria con tal de estar bien con todos los grupos. Earl, encarnado por Ronald Cyler II, es meramente un colega de Greg con el que realiza películas amateur y mantienen esa relación desde la infancia.
Con dolor en el corazón, los padres de Greg (Connie Britton y Nick Offerman) le notifican a su hijo sobre la leucemia de la cual sufre Rachel (Olivia Cooke), una de sus compañeras. Nuestro protagonista tendrá que obligatoriamente florecer una relación trágicamente bella con esa moribunda que dicta el título. El desarrollo de este junte perfecto esclarecerá su vida en la secundaria y su futuro académico.
Aunque The Fault in Our Stars fue predeciblemente desdichada, creó una base de cinéfilos bastante fuerte como para que Me and Earl and the Dying Girl tuviese éxito. Ya el largometraje se probó en el Festival de Sundance, llevándose varios de los premios principales junto con una acogida mayormente positiva de los críticos.
Estos galardones son muy merecidos para un largometraje encantador que atrapó y atrapará a los jóvenes adultos con sus peculiaridades del cine pseudoindependiente. Este segundo intento de Gómez-Rejón en la dirección con sus tiros geniales y los movimientos de cámara maravillosamente torpes va de la mano con el aire “hipster” que ofrece esta historia.
La cima de su arte se aprecia en momentos en que la cámara gira 90 grados en su eje para de alguna manera presentar el mundo, casi patas arriba, que viven este grupo de personajes especiales. Al igual, la repetición de secuencias diminutivas encuentran felicidad en la rutina mientras que los tiros de ángulo amplio nos pueden demostrar dos mundos totalmente diferentes en un solo plano.
Así como Me and Earl and the Dying Girl resulta un excelente doble tanda con The Fault in Our Stars, también se complementa con The Perks of Being a Wallflower, dirigida por Stephen Chbosky, quien también escribió la novela epistolar en la que se basó. La historia de Chbosky le pone atención a la música con una banda sonora espectacular que incluye a David Bowie y The Smiths. Andrews, por su parte, escribe su narrativa con una presencia sólida de cinematografía clásica y extranjera con referencias a películas de Werner Herzog y Akira Kurosawa.
Sin embargo, Me and Earl and the Dying Girl sufre de un ultraje que al fin y al cabo no le derrumba su atractivo porque muy pronto llegará el momento en que las historias de cáncer se volverán trilladas. Por el momento, el público sentimental las acepta aunque pase por desapercibido que es una técnica de escritura fácil.
Generando sorpresas excelentes como 50/50 de Jonathan Levine, también crea desastres forzosamente sentimentales como My Sister’s Keeper de Nick Cassavetes, la máquina de narrativas cancerosas termina como un racimo de métodos predecibles a la cual se le debe encontrar un propósito más fuerte dentro de la cinematografía o retirarla por completo.
Por otro lado, el largometraje de Gómez-Rejón también trae a la mesa un conflicto quizás más común entre los jóvenes que cursan sus últimos meses de escuela superior. A peleas de sus padres y de la misma Rachel, Greg se encuentra indeciso sobre qué hacer luego de la graduación.
La atención del protagonista a su futuro educativo es sacrificada a cambio de tener más tiempo con Rachel, pero Greg representa el hecho de que no hay problema en tener una breve incertidumbre en ese proceso. Aunque al final Greg se encamina hacia su desarrollo profesional, el filme presenta la idea de que el momento correcto para la universidad le llegará a todos por igual.
Gran parte del hechizo dulce que mantiene Me and Earl and the Dying Girl se encuentra en un elenco sin fallas en casting y en interpretaciones. Es difícil no caer en el encanto torpe de Mann como Greg, al igual que con la belleza poco convencional de Cooke como Rachel. Ambos prueban su profesionalidad en tomas de larga duración sin corte y con un peso dramático abrumador.
Sin embargo, no puede faltar el crédito que se merece Cyler II como el increíblemente indiferente Earl. Si acaso el origen de este personaje afroamericano es uno estereotipado, su fortaleza en la historia lo salva de esto junto con su estilo de tiendas Pac Sun y Urban Outfitters, al igual que el excelente trabajo actoral de Cyler II.
Repito: alguien en Hollywood y en la cultura en general entiende que la juventud que camina en la Tierra muere o debe morir. Últimamente, la muerte se encuentra muy a la vuelta de la esquina dentro de muchas de estas historias sobre y para jóvenes adultos.
Sin embargo, Me and Earl and the Dying Girl es un filme que supera esta gran sombra moribunda a pesar de caer dentro de los clichés de las narrativas cancerosas. El largometraje mantiene logros geniales junto a un elenco perfecto que extraerá muchas sonrisas aunque tenga que sacar una que otra lágrima forzosa en el camino.