Los paparazzis son quienes relatan las intimidades de los personajes de la farándula. Pero cuando se piensa una revista como empresa comercial, no es muy evidente la diferencia entre un nuevo romance de verano y una enfermedad terminal. El caso reciente de Luis Alberto Spinetta desata el inagotable debate sobre la privacidad.
El 27 de diciembre, en su edición 1564, la revista Caras hizo públicas unas fotos exclusivas del músico Luis Alberto Spinetta tras saberse que padecía cáncer de pulmón. Los flashes fueron sin aviso ya que los fotógrafos lo esperaron a la salida de su casa en el barrio porteño de Villa Urquiza en Argentina. Todo esto hizo mucho ruido: despertó en la sociedad y los medios una nueva disputa discursiva sobre la privacidad.
El Flaco salió en la tapa de una revista pero no por algún show solidario que brindaba ni por un nuevo disco, tampoco fue en un medio de interés musical ni cultural. Fue en la Revista Caras, el paparazzi más vendido del país, como una primicia, como un chisme farandulero de mal gusto.
Muchas voces fueron las que, indignadas, salieron a agitar un poco las aguas del mar mediático. El músico y ex compañero de Spinetta en el grupo Almendra, Rodolfo García, envió una carta a ASGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la Argentina) denunciando el hecho. Dante Spinetta, hijo de Luis Alberto, lanzó varios epítetos por la red social Twitter donde por varios días permaneció como Treending Toppic (tema del momento) la frase “Revista Caras Buitre” (#RevistaCarasBuitre).
El empresario y conductor, Mario Pergolini, también sintió muy cercano el hecho e hizo circular una carta pública en la que criticaba duramente al editor de la Editorial Perfil, Jorge Fontovecchia, responsable de la publicación de las fotos. En la carta, Pergolini utiliza una terminología un tanto desacertada, como el exceso de la palabra mierda, pero da en el blanco cuando pone bajo crítica la lógica comercial de las empresas periodísticas y la falta de una ética profesional. En este punto, el periodista Victor Hugo Morales, en su programa La Mañana que se emite por Radio Continental, adhirió y remarcó también la urgente necesidad de debatir en profundidad sobre estas cuestiones.
El uso de la palabra paparazzi para designar a la intromisión sin escrúpulos de algunos diarios, tiene origen en una película de Felini, La Dolce Vita, cuando los fotógrafos molestan a un personaje. El paparazzi es un género periodístico, de esto no caben dudas. También se le suele llamar la prensa del corazón ya que su función es contar algunas intimidades de los personajes de la farándula. Pero cuando de intimidades se trata, parecería haber una delgada línea entre un nuevo romance y una enfermedad terminal.
En la primera mitad del siglo XX la sociedad argentina discutía sobre el espíritu de la prensa escrita. Por un lado se planteaba al periodista como un sabio que busca la verdad y tiene una responsabilidad espiritual; por lo que no debía establecerse al diario como una empresa comercial. Esta postura estaba siempre apoyada por los propietarios y editores. Por el otro, y éste era el gran reclamo del periodista, era que se lo considere un obrero de la palabra, que debía tener leyes laborales y un salario mínimo fijado. Para entenderlo es necesario que la evolución del oficio atraviese todo el rubro.
Los medios tienen un organigrama, un producto y una organización, similar a cualquier empresa. El producto a vender es la información y los consumidores-lectores son quienes deciden. Pero como cualquier empresa que decide alterar la calidad de su producto o modificar su armado, los medios tienen diversas estrategias para ganarle a la competencia y vender más. Una de ellas es, y quizás la más remunerada, el sensacionalismo. Apuntar a lo que más sensación causa, a lo que más impacto genera en las personas. El morbo, el sexo y la violencia suelen ser los pilares. Y como los mecanismos de control son muy ínfimos y discutidos, es muy difícil enjuiciar un hecho tan aberrante como la violación a la privacidad a Spinetta.
Frente al “escrache” que se le hizo en Caras al músico, apareció una nueva postura como posible solución, la de la regulación. Pero los defensores demagógicos de la libertad de expresión armaron un articulado discurso para tildar la propuesta como una nueva arremetida del gobierno kirchnerista contra los medios independientes. Y quienes consideran que el control estricto es la única salida no se percatan de la gran responsabilidad que tendrá el organismo que regule.
Difícil es elaborar una profunda y adulta reflexión al respecto. Pero fácil es polarizar la cuestión con un no o un sí rotundo y eludir el debate. Lo fundamental es que la discusión permanezca y que se puedan establecer puntos de encuentro entre las divergencias; porque la sociedad está acostumbrada, hace unos años, a discutir en las sobremesas domingueras batallas discursivas que se disuelven con el cantar de la próxima noticia televisiva. Si bien se celebra que la privacidad que debe preservar un medio frente a una persona que decide no aparecer en él, es algo que parece haberse ganado al menos una duda en la mayoría de las personas, el debate debe profundizarse.
Fuente Revista Alrededores