“Noche de temporal que mete miedo a cualquiera,
Por qué allá en Ponce temblaron los guapos de la cantera”,
Noche de Temporal, plena de Tite Curet Alonso,
Cortijo y su Combo, 1970, Ansonia Records
Cuando el clérigo catalán fray Ramón Pané recogió los mitos y personajes de la cultura taína, durante su improvisado viaje de historiador entre 1493 y 1498, fue un chin versátil al describir ese fenómeno conocido como “huracán” o “jurakán”. De hecho, si usted cree que el tal “jurakán” ese es un dios taíno, varón y villano, sepa que no es así, y que ni se escribe así, pues los taínos nunca escribieron.
Es más, tal y como sucede en muchos aspectos de la cultura taína, al tal “huracán” ese lo controlaba una deidad femenina, Guabancex, la diosa del huracán, representada por un cemí que contaba con dos cemíes menores como ayudantes, las deidades masculinas Guataúba, dios del viento y la lluvia torrencial, y Coatrisquie o Koatriskie, dios de las inundaciones y los golpes de agua en los ríos.
Pero, ¿sabía Pané, autor del libro Relación Acerca de las Antigüedades de los Indios, que siglos después de él documentar esto, la diosa Guabancex y sus dos secuaces varones seguirían haciendo de las suyas?
“Yo no me acuerdo ahora mismo mucho de Pané, ni de Guabancex, pero yo sí recuerdo escuchar las planchas de zinc sonando, como si se fueran a levantar del techo. Uno pensaba que el techo iba a salir volando en cualquier momento. Y me acuerdo también de cómo el viento se llevaba las copas de los árboles de almendra frente al balcón. Yo estaba bien impresionado”, le dijo a Diálogo José Ayala Santos, quien vio de cerquita el huracán Santa Clara en 1956.
Ayala Santos, neufrólogo y abogado, tenía siete años cuando llegó Santa Clara. Vivía junto a su familia en el barrio Cabo Caribe de Vega Baja, en una de esas parcelas que Luis Muñoz Marín le otorgó a varios campesinos con tal de que trabajaran la caña de azúcar más que cualquier otro fruto, decreto del novel Estado Libre Asociado que creó el Partido Popular Democrático bajo la supervisión de Washington.
Los campesinos del barrio Cabo Caribe, otrora comunidad especial del pasado gobierno de Sila María Calderón, viven en un sector aledaño al desemboque del río Cibuco en la playa de Vega Baja. La caña de azúcar que allí se cosechaba, al igual que la de otros sectores cercanos —como la barriada Sandín y el barrio Las Lisas— era picada y llevada a procesar a la mítica Central San Vicente.
Cientos de años atrás, los taínos creían que un huracán como Santa Clara correspondía a algún castigo de Guabancex, que convidaba a Guataúba, pregonero de truenos y relámpagos y anunciador de tempestades, y a Coatrisque a salir de los dominios místicos del divino cacique guerrero Aumatex para buscar desquite por la desobediencia humana. Los taínos, para mantener contenta a Guabancex, le rendían tributo durante la ceremonia de la cojoba, pues no les convenía cuando ella y sus dos asistentes discutían en el pico del Yunque con Yocahú por cosas que hacían los mortales. Los taínos interpretaban eso cientos de años atrás. ¿Histórico, no? Pero a mitad del siglo XX, un huracán —en este caso, Santa Clara— resumía, cual metáfora, un panorama aún más sólido para la historia puertorriqueña.
“Ven acá… ¿Santa Clara no era el huracán que también llamaban Betsy?”, cuestionó la hermana mayor de Ayala Santos, Ana Victoria Ayala Santos, profesora retirada de estudios sociales, quien tenía 12 años de edad cuando azotó Santa Clara.
En efecto, Santa Clara fue Betsy, algo que requete-contra-certificaría a Puerto Rico como territorio no incorporado de los Estados Unidos. Ya hasta los huracanes dejaban de tener nombres en de santos y en español, y eran bautizados por los que, en orden alfabético, se les ocurrían a las autoridades federales. Claro está, un temporal azota duro como quiera, ya sea en lengua taína o en el spanglish que se desarrolló en el coloniaje de la pasada centuria.
“Yo estaba en escuela intermedia. Sé que todos nuestros hermanos pasamos todo ese viento en una misma cama. La casa estaba cobijada de zinc. Entre los huecos entraba mucho viento. A la verdad que yo no sé cómo esa casa no se descobijó. Lo más que me impactó era lo temerosos que estábamos. Allí nadie había visto una tormenta”, rememoró la maestra.
Aquella tormenta ciclónica del 11 de agosto del 1956 trajo lluvia de a vicio, destrucción de cosechas, daño y pico. Pero años antes de Santa Clara, perdón, de Betsy, Guabancex y sus ayudantes sí que abusaron. El 26 de septiembre de 1932 San Ciprián, huracán de categoría tres, azotó a Puerto Rico con vientos de 120 millas por hora. El fenómeno cruzó la isla de este a oeste. Murieron 225 seres humanos y los estragos alcanzaron el millón y medio de dólares.
Por si fuera poco, antes de eso había venido San Felipe, un 13 de septiembre de 1928, que de santo no tuvo tanto. Fue un demonio categoría cinco, que según El Nuevo Día, causó 312 muertes y daños estimados en $50 millones… y si $50 millones ahora es mucho, imaginase 87 años atrás. A los que han dado testimonio sobre San Felipe se les nota aún el terror en sus voces.
“Fue una cosa terrible. Duró desde las once de la mañana hasta las dos de la mañana. A las cuatro de la tarde pasó por Ponce la virazón”, narra todavía impresionado un anciano en un vídeo que el universitario Elmer Torres subió a finales de 2012 en YouTube, como parte de su clase de estudios humanísticos de alguna institución de educación superior en Borinquen.
Señalemos que el señor también comenta sobre San Ciriaco, una bestia que embistió a Puerto Rico en 1899, “un año después de la llegada de los americanos”.
La mitología taína está chévere. Ahora, no crea que tras el genocidio de esa raza cesaron las alusiones folclóricas y culturales sobre huracanes. En cuanto a la música, al inicio de esta pieza podemos ver un coro escrito por Tite Curet que es interpretado por Johnny Vega en el tema Noche de temporal de Cortijo y su Combo, y justo cuando mencionamos a San Ciprián insertamos un temita de Canario y Su Grupo.
Sonoramente, la cosa es amplia, lleva plena, salsa, rap, de todo. Va desde aquella plena clásica –“Temporal, temporal, allá viene el temporal. ¿Qué será de mi Borinquen, cuando llegue el temporal?” – o el Huracán de pasión de Bobby Valentín, hasta el hip-hop de un grupo llamado Tropical Storm.
Se pudiera decir que en Puerto Rico, “huracán” es algo sociocultural. El fenecido comediante cubano Guillermo Álvarez Guedes, por ejemplo, tiene un par de chistes en los que se vacila cómo los boricuas y los cubanos se comportan ante la amenaza de un huracán. Dicho tema, además, se ha vuelto favorito de un sinnúmero de pasos de comedia y de rutinas de stand up comedy.
Por si fuera poco, el término “huracán” sale hasta en la subcultura de la lucha libre: “Soplan los vientos huracanados”, decía el narrador Joaquín Padín, hijo, cuando ‘El Macaracachimba’ Huracán Castillo se volvía loco dentro del ring.
Es más, hasta religiosas han seguido las referencias a “huracán”, igual que la de los taínos. En el evento evangélico ‘Clamor a Dios 1995’, el pastor Jorge Raschke logró convocar una nutrida multitud frente al Capitolio, a pesar de la amenaza de tormenta que existía por el huracán Luis. Del evento existe un especial de poco menos de una hora titulado Dios detiene el huracán, donde se muestran participaciones del exgobernador Pedro Rosselló y su contrincante de las venideras elecciones por el PPD, Héctor Luis Acevedo, entonces alcalde de San Juan, además del jefe de la Defensa Civil, Epifanio Jiménez.
En el video que posteamos después de este párrafo, participan un sinnúmero de artistas de música cristiana. Hay un testimonio de un campesino de Chiapas, México, sobre zapatistas asesinando familias, y el legendario Yiye Ávila recuerda la parábola de la barcaza que no se hundió en medio de una tormenta en el Mar de Galilea. “Porque tenéis miedo, hombre de poca fe”, exclamó don Yiye. Y entonces, el propio Raschke pronuncia que tuvo una visión, que Dios lo trasladó al mar, dónde vio el huracán disipándose.
Claro, que eso fue en 1995, bajo deidades occidentales, pues nada pudo detener la furia de Guabancex, Guataúba y Coatrisque seis años antes, cuando el huracán Hugo despedazó parte de la Isla. El 18 de septiembre de 1989, Hugo, categoría cuatro, azotó el este del País, despedazando a Vieques y Culebra. Hubo dos muertos, se registraron casi 100 mil personas refugiadas, 13 mil perdieron sus hogares y se estiman que los daños a la propiedad pública y privada figuraron en casi el billón de dólares.
“Muchacho, con Hugo estuvimos sin electricidad más de un mes. Y sin agua. No había ni hielo. Eso fue bien fuerte”, rememoró el maestro fotoperiodista Ricardo Alcaraz, cuyas fotos condecoran esta pieza escrita.
Como podrán observar, Alcaraz también documentó otros temporales de los pasados 30 años, como el potente Georges de 1998 y los menos dañinos Jeanne en 2004 e Irene en 2013, entre otros. A continuación los dejamos con una fotogalería de imágenes de varios huracanes, desde el lente del maestro Alcaraz. Nada, que esta Guabancex hasta fotogénica nos ha salido.