Tenía apenas nueve años cuando sucedió aquel trágico ataque el 11 de septiembre de 2001. No recuerdo por qué, pero ese día no fui a la escuela. Estaba viendo la televisión cuando de repente toda la programación fue interrumpida para pasar en vivo las imágenes de una de las torres del World Trade Center, que había sido impactada por un avión, aparentemente de forma accidental.
Para esa fecha mi hermana mayor, que residía en el estado de Connecticut, se encontraba de vacaciones en Puerto Rico y precisamente ese día viajaría de vuelta hasta la ciudad de Nueva York. Su vuelo fue cancelado algunos minutos antes de despegar, cuando se registró el primer ataque. Mi familia y yo continuábamos pegados al televisor. Entonces, el segundo avión golpeó la segunda torre y se confirmó el ataque terrorista.
El papá de mi hermano mayor y de mi hermana mayor también viajaba a Nueva York ese día. Su vuelo había despegado en horas de la mañana y se desconocía del paradero del avión. Ciertamente, mis hermanos estaban preocupados. Fue una mañana llena de incertidumbre y hasta de miedo. Varias horas más tarde se confirmó que ese vuelo había sido desviado a Granada.
De distintas maneras, el ataque terrorista a las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York tocó la fibra de todos. Las imágenes que ese día repetían una y otra vez y que todavía se repiten en los medios de comunicación, transmitían el dolor, desesperación y frustración de quienes quedaron atrapados dentro de los edificios. Hoy como periodista, analizo esas escenas y la constante transmisión de ellas ese día desde otro punto de vista.
Recuerdo que al día siguiente, y el siguiente, y por semanas, guardé los recortes de periódico y toda publicación que salía sobre el ataque al World Trade Center. Guardé tantos documentos, que fueron suficiente para organizar una carpeta que aún conservo. Un año más tarde de los atentados visité la ciudad de Nueva York y llegué hasta el espacio que durante 28 años fue ocupado por los dos edificios de más de 100 pisos que constituían las Torres Gemelas.
Todavía estaba vivo el dolor intenso, las huellas del desastre. Aún quedaban escombros, paredes negras y cristales de varios edificios alrededor sin reponer. Catorce años después y aún con una nueva torre construida en el lugar de los hechos, continuamos recordamos el trágico suceso. Por los familiares de las 2,753 personas que perdieron la vida ese día, por la solidaridad y el sentimiento que de alguna manera nos une a todos, seguiremos recordando ese día