Bertolt Brecht pasó del nihilismo al marxismo en busca de lo que fue su preocupación máxima a lo largo de su vida: tratar de explicar y darle sentido a la realidad social. A los 20 años se relacionó con el ambiente teatral e intelectual de Munich, Alemania, en el cual descubrió que en el escenario puede decir mucho más que en un panfleto. A partir de ese momento, destinó todos sus esfuerzos en encontrar la técnica que permita a los artistas hacer política arriba.
Se opuso al sentimentalismo y al arte aristotélico para acercarse a una estética con recursos del music hall, del cabaret y de la danza con el fin de suscitar la reflexión del espectador, mostrarle el artificio para evitar la emoción en pos de una posible catarsis social partiendo por comprender que la mirada de Brecht no es psicológica ni particular sino histórica, colectiva y política. La verdad brechtiana radica, entonces, en la posibilidad de la acción-reacción de los individuos en tanto parte de un sistema, una sociedad leída en términos de crueldad y desigualdad.
“Los espectadores han de adoptar una actitud crítica, a fin de hacerse cargo de una realidad”, decía Brecht. Es por esta razón que hizo uso de recursos hasta el momento inusuales dentro del teatro en miras de romper con la pasividad del público: carteles que indican situaciones e identifican personajes -la mayoría anónimos-, vestuarios casi uniformados y música estridente. Así constituyó la técnica del distanciamiento o efecto de extrañamiento que consiste, desde la puesta en escena, evitar la identificación con los lugares y situaciones, recordarle al espectador que “está en el teatro” y desde lo actoral, evitar la filiación con el personaje y construirlo desde la psiquis individual sino construirlo desde la realidad social eliminando el sentimentalismo y las lágrimas en escena.
Hacia finales de la década del 20 su obra literaria fue reconocida en Europa pero pronto tendría que exiliarse. Con la llegada del nazismo a Alemania se vio obligado a dejar su país para continuar su obra desde el exilio, donde alcanzó su máxima producción artística. Para entonces, ya no era reconocido solo por artistas europeos sino también por estadounidenses. Finalmente, en la década del 1950 desembarcó en Argentina.
A más de 50 años de su muerte, este autor sigue despertando el interés de miles de artistas que aun creen en su técnica como medio de reflexión social. En la última dictadura militar su voz se escuchó con fuerza como ejemplo de lo que se podía hacer sin decir nada. Si él había podido hacerse escuchar durante el nazismo, quedaba la esperanza de poder realizar lo mismo en a finales de los años 1970 en Argentiona. Hoy, Brecht sigue vigente en cada puesta en escena que se ancla en la mirada social, consciente o inconscientemente, es un referente permanente a la hora de pensar en el teatro político. En la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, todos los años se pone en escena algunas de sus obras maestras, como ser: La opera de los tres centavos, Terror y miserias del Tercer Reich, Madre Coraje y El circulo de Tiza, por nombra algunas. En las escuelas de actuación es impensable que un actor se conciba como tal sin haber experimentado las técnicas del distanciamiento.
Brecht está presente y para el artista que concibe al teatro como la confluencia entre lo ficcional con lo real, entre la sociedad y sus imaginarios. Allí reaparece Brecht.
Fuente Revista Alrededores