PISO es un proyecto artístico extraño. De entrada lo único que está claro es lo que no es: no es un proyecto de danza y no es un proyecto de perfomance. No exactamente. PISO tampoco es una academia de baile o de yoga, aunque sí se han ofrecido clases y talleres que colindan con esas disciplinas. También han habido múltiples intervenciones en espacios públicos urbanos, pero es más que eso.
Veamos los hechos. Por algo más de un año, PISO ha trabajado la improvisación en movimiento como quehacer artístico y como mecanismo de investigación para habitar el cuerpo y sus posibilidades. Buena parte de ese tiempo, el proyecto se gestó entre un espacio semi-privado (el piso de madera en la sala de la casa de Noemí Segarra, su gestora) y un espacio semi-público (el espacio de gestión cultural Beta Local, en San Juan).
Aun más, en palabras que el propio proyecto dice de sí mismo en su website: “PISO es una plataforma móvil de madera que alberga la práctica de la acción e improvisación”.
Detengámonos un momento en una palabra clave de tal descripción: improvisación. Si bien este concepto desata versiones como “improvisa’o” que a su vez resuena a “chapucea’o” o un muy boricua “de la manga productions”, la maña de la improvisación es que requiere práctica. Es decir, una buena improvisación se logra al utilizar los sentidos en sus más finas y receptivas capacidades. Es estar presente, ante todo, pero también estar dispuesto a recibir y proponer de forma simultánea.
La maña de la improvisación, a pesar de que siempre está sujeta a cambios, es que mientras más se practica, más se van develando patrones y estructuras, y por lo tanto más alto se hace el reto de la innovación.
La iniciativa trabaja la improvisación en movimiento como quehacer artístico.
Particularmente, existe un elemento que hasta ahora ha destacado en la labor de PISO como proyecto artístico son las sesiones de práctica de improvisación en movimiento abiertas al público. Una sesión de improvisación en PISO tiende a correr de la siguiente manera: los “movedores” o quienes vayan a realizar una improvisación de movimiento ese día, se ubican tal cual quieren en el piso y empiezan a calentar. Desde ese primer instante ya hay una consigna un tanto inesperada: el calentamiento es una improvisación. En este sentido PISO se desvía de reglas y patrones comunes a la danza. Es por ello que sus practicantes y colaboradores suelen autodenominarse a si mismos como “movedores” o “artistas del movimiento” más que bailarines; aquí se va a la base, al movimiento mismo, el cual abarca desde el giro más estilizado hasta el movimiento primario de todo ser humano: el acto de respirar.
Se pueden dar algunos puntos de partida (como “cabeza pezada”, “dedos del pie activos”, “ojos en la espalda”, etc.) pero no hay nadie guiando el calentamiento, diciendo qué es lo que los demás tienen que hacer. Por el contrario, cada quien calienta y sintoniza con su cuerpo según entiende. Entonces calentar, más que un ejercitar y estirar de músculos, se vuelve un sintonizar con el cuerpo y con uno mismo. ¿Dónde estoy hoy física y emocionalmente? ¿Dónde quiero estar? ¿Qué tengo que hacer para sintonizar con las distintas partes de mi cuerpo?, son las preguntas comunes que se desprenden en esta etapa. En fin, es un despertar.
Luego del calentamiento, se da paso a una improvisación más llena, lo que en no tan buen castellano llamaríamos “full out”. En PISO estas improvisaciones tienden a ser de uno en uno, en silencio y sin objetos. Eres tú y tu cuerpo. Tú con gente mirándote desde donde más les guste (nada que ver con un proscenio), y a veces con tan solo un pie de distancia entre sus ojos y tu cuerpo. Es allí donde yace el reto; cómo hacer y crear movimiento en este entorno que no se decide entre ser público o íntimo, performance o práctica. Esas son algunas de las cosas que PISO plantea como proyecto: ¿qué estructuras proponen los espacios íntimos y los espacios públicos? ¿En qué se parecen? ¿En qué se diferencian? ¿Cómo moverse dentro de ellos? “Cómo moverse”, desde ese literalmente moverse moviendo el cuerpo, a uno más metafórico (pero no por ello menos real) moverse como acto de subsistir y existir en las estructuras con las que día a día tenemos que negociar nuestra existencia.
A fin de cuenta, PISO nunca ha sido meramente un proyecto de performance, y durante su primer año este proyecto se ha dedicado a la investigación en torno al arte (y la complicación) de habitar el cuerpo propio y moverse mientras uno se mira y se sabe mirado. Ciertamente, hay que tener maña para hacerlo.
La autora es periodista y bailarina.