Durante la década del noventa del siglo dieciocho, la obra del pintor puertorriqueño José Campeche y Jordán (1751- 1809) adquirió una proyección que abarcó un amplio radio de la cuenca caribeña, convirtiéndose en uno de los primeros pintores latinoamericanos cuya obra trascendió sus fronteras nacionales. A raíz de la creciente demanda de arte religioso en la región, y gracias a la fama que adquieren sus obras, José Campeche será a quien los miembros de la Iglesia Católica, junto a las familias prominentes de las Antillas españolas (Cuba y Santo Domingo) y de las provincias de la Capitanía General de Caracas (Venezuela), recomienden como el pintor a encargarle un cuadro de devoción.
A estas fechas, Campeche se encuentra en pleno desarrollo de su capacidad creadora. Su talento goza de la estima general de los capitalinos, y comienza a ejecutar importantes encargos para este mercado caribeño, hasta su muerte en 1809. Sus hermanas son las primeras en consignar este hecho, quienes en 1810 declaran ante el cabildo de San Juan que a nuestro pintor “lo tenían continuamente empleado en varias obras que le encargaban […] en todas las Antillas y provincias de Caracas”.
En Puerto Rico, como se sabe, las obras le eran pagadas con suma parquedad, y no fueron muchas las familias con grandes caudales en el país que pudieron requerir continuamente de sus servicios. Por el contrario, este periodo de la década del noventa, corresponde en la vecina isla de Cuba con el punto de despegue económico de una numerosa clase terrateniente de enorme riqueza. Estos encargos debieron significar para Campeche una importante oportunidad de obtener los recursos que le permitiesen desahogar su posición económica en la Isla, y con ello, la de su cada vez más numerosa familia que se encontraba a su cargo.
Siendo esto así, desde su casa- taller en San Juan, el pintor realizó gran cantidad de obras de asunto religioso, no solo para la clase alta sino para su principal cliente, la Iglesia. Aunque muchas de estas obras fueron realizadas para los templos y conventos de la ciudad, otro buen número de ellas constituyeron comisiones destinadas a puertos más activos económicamente que el de San Juan a estas fechas, entre los que se encontraba el Puerto de La Habana.
Testigo silente del mercado de arte religioso que Campeche sostuvo con la ciudad de La Habana, es esta Inmaculada Concepción que reproducimos en estas páginas a colores por vez primera en Puerto Rico. Firmada y fechada por Campeche en 1804, este óleo sobre tela de 63,5 por 39,5 centímetros es hasta la fecha la única obra de nuestro pintor que se conserva en la vecina isla de la cual tenemos noticias. Este óleo, que forma parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana, es una de las obras tardías del pintor y sin duda, una de las representaciones marianas mejor logradas.
José Campeche, La Inmaculada Concepción, 1804.
La devoción por la Inmaculada Concepción tuvo un fuerte arraigo en Cuba durante los primeros tres siglos coloniales, siendo su fiesta una de las más lucidas e importantes de la Isla. Ya para el año de 1619 funcionaba en la parroquia mayor de La Habana una hermandad de la Inmaculada Concepción, integrada por los miembros del ayuntamiento de esta ciudad. La devoción por la Inmaculada obtuvo especial promoción bajo el reinado de Carlos III (1759-1788), quien por decreto-ley elevó a Patrona de todos sus reinos a la Santísima Virgen en su Inmaculada Concepción.
El tema de la “Purísima”, como popularmente se le llama, tanto en España como en Cuba y Puerto Rico, a la Inmaculada Concepción de María, ya había sido tratado por el pincel de Campeche. Sabemos de otros dos ejemplares de esta representación mariana que se conservan en Puerto Rico: una Inmaculada Concepción, cerca a 1780, colección del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y Nuestra Señora de la Concepción (1792), colección del Palacio Arzobispal, pintada para el templo conventual de San Francisco.
En la Inmaculada de La Habana (1804), a mi juicio, la mejor de las tres que conocemos, observamos a una joven adolescente en la edad de la inocencia. Campeche se ajusta aquí al modelo iconográfico propuesto por Francisco Pacheco (c.1564 – 1644), quien afirmó que la Virgen debía ser representada en la flor de su edad, de 12 a 13 años. La virgen adolescente luce los atributos de la Concepción. Erguida sobre una esfera, se apoya sobre una media luna con sus puntas hacia abajo, lo cual es tenido como alusión a su castidad. Ataviada con túnica blanca y manto azul celeste, las manos puestas sobre el pecho, evocando las Inmaculadas de Murillo, y un rostro que no se alza hacia los cielos, sino que dirige su vista serena a la tierra. En la parte inferior del lienzo, una serpiente – emblema del mal– que sostiene en su boca una manzana, simboliza el pecado original del que estuvo exenta la Virgen.
José Campeche, pintor vinculado al arte religioso, encontró a través de la Iglesia en Puerto Rico la plataforma que le sirvió como principal promotor de su obra entre los territorios españoles de la cuenca del Caribe. Las autoridades eclesiásticas debieron jugar un papel destacado en la promoción de los cuadros religiosos salidos de las manos de nuestro pintor. Al particular, cabe destacar que a estas fechas, los dominicos y los franciscanos, órdenes religiosas con las que estuvo relacionado Campeche en la ciudad de San Juan, también figuraban entre las órdenes más poderosas que existían en La Habana.
Debemos también considerar el hecho de que en 1788 el obispo de Puerto Rico, Felipe José de Trespalacios, fue designado para efectuar la división de la diócesis de Cuba y la creación de una nueva en la ciudad de La Habana, de la que fue su primer obispo (1789-1799). A juzgar por el magnífico retrato al óleo de este prelado que Campeche realizó, y que se conserva hoy en el Palacio Arzobispal de San Juan, el obispo Trespalacios pudo ser una de las personas que recomendara a Campeche en la recién creada diócesis. A la fecha de Campeche firmar esta obra (1804), en La Habana ocupa el obispado Juan José Díaz de Espada (1802-1832), principal promotor de las artes de gusto neoclásico en la Isla, por lo que podríamos aventurarnos a pensar que esta Inmaculada – que refleja un ambiente académico y clasicista –, sería obra del agrado del obispo reformista.
Falta aún por realizarse investigaciones más a fondo en relación a la demanda de la cual eran objeto sus obras en las vecinas Antillas, así como estudios que nos permitan entender con mayor claridad este mercado religioso del que Campeche fue parte. También se hace ostensible la ausencia de estudios comparativos que faciliten una mayor comprensión de la obra de Campeche al momento de situarla en su contexto caribeño y latinoamericano, de lo cual es testimonio esta Inmaculada que damos a conocer para el acceso de todos los estudiosos y admiradores del arte en la Isla, desde las páginas del periódico de nuestra Universidad.
El autor es profesor de Historia del Arte de Latinoamérica y Caribe.